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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

No hay alcalde (sa) en Palma capaz de mantenerla aseada

Sobra el debate: Ciutat está sucia y lo que todavía es más sangrante, no se atisba que se den las condiciones para invertir la tendencia

Basura acumulada en el Baluard del Príncep.

S in descartar que en un tiempo que permanece ignoto, fuera del alcance de las percepciones humanas, obtenga la vara de primer edil de Cort alcaldesa o alcalde que se vea con arrestos para acometer la ímproba tarea, desigual batalla, de limpiar Palma, de mantener en mínimos de aseo sus calles, plazas, sus barriadas, de impedir que la imagen que hoy impera sea la de ciudad sucia, en la que parece que los responsables de administrarla han abandonado la pretensión de revertir la situación. En tiempos del primer alcalde democrático después de la dictadura franquista, los del socialista Ramón Aguiló, felizmente alejado de la cosa pública, reconvertido en analista político de envergadura, por las razones que fueren, la ciudad no diremos que diera para ser espejo en el que mirarse, pero sí mantenía los mínimos imprescindibles para soslayar la definición de ciudad guarra, parecida a alguna que otra mediterránea, caso de Nápoles, a la que parece imposible igualar. Palma está en trance de lograrlo. El fracaso del alcalde José Hila es tremebundo. Comprobarlo no requiere más esfuerzo que el de deambular por la ciudad, alejarse del centro, pisar las barriadas, adentrarse en el estercolero que a determinadas horas es (constituye llamativo ejemplo) la plaza de España; observar los contenedores, que hieden; las papeleras, inútiles para lo que debiera ser su cometido. Bien, el alcalde Hila es culpable. Sin duda. El actual Consistorio de izquierdas no sabe limpiar Palma. ¿Y los anteriores? Dejando de lado el presidido por dos años por el pesemero Antoni Noguera, que ni en este asunto ni en ningún otro nada hizo, los alcaldes Joan Fageda, Catalina Cirer, Aina Calvo y Mateu Isern fueron protagonistas de encadenados fracasos: Ciutat nunca estuvo limpia, siempre fue a peor. Sin remedio. Así seguimos. ¿Nos las vemos con maldición bíblica?

Cierto que la ciudadanía no acompaña los esfuerzos, que los hay y los ha habido, de llegar al desideratum que nos proponía la televisión franquista en la década de los 60 del pasado siglo: «mantenga limpia su ciudad, mantenga limpia España, es tan bonita». Educación para la ciudadanía, asignatura que el PP se apresuró a incinerar cuando con Mariano Rajoy llegó al Gobierno en 2011, porque para la derecha española el único adoctrinamiento aceptable es el suyo y el de la Iglesia católica, los demás son pócimas venenosas, debiera ser de obligada al menos lectura en los colegios; si su nombre suscita incontrolable repugnancia a las derechas mallorquinas, siempre acompasadas a las del resto de España o un paso más allá, pues denominémosla urbanidad; si tanto se quiere con la coletilla de buenos modales, pero hágase algo para al menos impedir que prosiga imparable el avance del frente sucio.

Los dos años que le quedan de mandato al actual Consistorio presidido por José Hila difícilmente depararán novedades positivas. No las esperamos. Puede que la estructura de Emaya, la empresa municipal encargada de la limpieza de Palma, de la recogida de basuras, mucho tenga que ver en la renuncia a hacer lo que corresponde. Se conoce sobradamente cuál es el funcionamiento interno de Emaya, qué hay en su consejo de administración (pregúntenle al desaparecido José María Rodríguez), cómo actúan en ella los sindicatos. Digamos que en la empresa han encallado no pocos esfuerzos para modernizarla y con ello atreverse a estructurar un proyecto integral de limpieza, que tantas veces como ha sido anunciado, por éste y anteriores consistorios, tantas veces ha pasado a dormitar el inacabable sueño de los justos.

Dante anuncia a los que llegan al último círculo en La divina comedia, al inferno, que abandonen toda esperanza. Allí se halla asentada, aguardando a un redentor, la limpieza de Palma. Larga, muy larga espera.

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