OPINIÓN

A Ricard Cabot (hijo)

No desperdicies la ocasión de ser buen tío, buena persona y buena gente, es la marca de ese nombre y apellido que te ha tocado heredar de tu padre

Ricard Cabot posa en su última día como jefe de Deportes de Diario de Mallorca.

Ricard Cabot posa en su última día como jefe de Deportes de Diario de Mallorca. / B. ARZAYUS

Emilio Pérez de Rozas

Emilio Pérez de Rozas

Mira, te lo diré fácil y rápido. Si fueras inteligente, de lo que no albergo la más mínima duda teniendo los padres que tienes (y sé lo que digo, créeme), deberías ser la única persona que se alegrase, y mucho, de lo que todo el mundo considera un gran desastre (menos yo, ya te cuento luego por qué).

Puede que sea el último en escribir sobre el adiós (periodístico) de papá. Y no porque me diese pereza o esperase saber, leer, incluso escuchar, lo que decían los demás de él en la hora de su adiós profesional. Soy el último porque no tenía ganas de escribir como si falleciese alguien al que aprecio tanto y que, para mí, lo que está haciendo es nacer a una nueva vida y no morir, no.

Te lo cuento, chaval, porque te he visto dos veces en mi vida. Una cuando mamá Montse, demasiado catalana para ser mallorquina, vino a buscar a papá un día y, mientras lo esperaba en los aledaños del diario, te sacó la bici del coche y diste un par de garbeos con ella. Juro que fuiste encantador conmigo, pero, lo siento, se lo atribuí más a los papás que a ti. La segunda vez que nos vimos, ya eras grandecito, y me di cuenta de mi error anterior: eras encantador por ti mismo. Perdona.

Una cosa sí te diré y perdona tanto atrevimiento: menuda putada te hubiese hecho la cigüeña si te deja en el portal de al lado ¡menuda putada, chavalito! Ni hubieses sido tan deseado, tan mimado, tan bien educado ni, por descontado, hubieras disfrutado de la vida que tienes. Mira a tu alrededor y dime si miento. No, no miento, sé que lo sé, ¡vaya si lo sabes!

Pero, amigo, en el pecado llevas la penitencia. No sé si has leído todo lo que se ha escrito de papá. Deberías. Quieras o no y, créeme, vuelvo a saber de lo que hablo, eres el siguiente Ricard Cabot que aparece en escena. Es tu turno. Hoy, a las diez de la mañana, papá firma la jubilación anticipada (hablaría más de eso, pero dejémoslo ahí: no deberíamos desperdiciar tanto talento tan pronto o antes de hora).

A las once se baja el telón y a las 11.05 se levanta, de nuevo, y estas tú, solito, en el centro del escenario. Si miras a un lado, verás a mamá escondida entre bambalinas y, si bajas la cabeza, descubrirás a papá, metido en la concha del apuntador, para seguir ayudándote. No seas idiota ni moderno (o demasiado moderno), hazles caso, aunque no sea a menudo.

No lo tienes fácil, grandote, no lo tienes fácil, pero como la cigüeña te dejó en el lugar adecuado, tienes a tu disposición al mejor lazarillo del mundo. A nosotros, sus amigos, no nos ha ido nada mal compartiendo amistad y profesión con él. Es más yo estoy bastante más feliz que Marisa Goñi, Matías Vallés y Sebastià Adrover, porque he recuperado a un amigo de charlas interminables, secretos profesionales, cotilleos únicos, asesoramiento cinéfilo y, sobre todo, roce, mucho roce, que es mejor que quererse, créeme.

Sé que estás viviendo estos días escondido, lejos de los focos (jua, jua, jua), alejado de la responsabilidad que te cae encima, pero yo seré uno de los que te estará vigilando. No pretendo, ni mucho menos, porque, en efecto, no soy nadie para dar consejos, pero, dados los padres que te han caído en suerte, en mucha suerte, no te será fácil heredar todo lo bueno y exquisito que ha sembrado papá.

Nadie pretende que seas como él. Que va, que va. Es más, si en tu vida y/o profesión (me han dicho que has terminado pegándote a nuestro sector, en eterna evolución) tienes un poquito o un ‘muchito’ de colmillo, de mala leche, de pillería, de atrevimiento, mejor que mejor. Papá, en eso, siempre fue la Madre Teresa de Calcuta y me atrevo a comentártelo porque se lo he dicho a él mil veces.

Será suficiente que intentes ser el mejor profesional de tu sector. Papá lo ha sido. Sería ideal que fueses lo honrado que ha sido (es) él, cosa nada fácil en un oficio donde lo normal es venderse (o regalarse) por un selfie, un autógrafo o una entrada. Ya sería el colmo de la felicidad que tratases de convertirte, con el paso de los años, sino en un maestro, que eso cuesta lo suyo, sí en alguien que tenga siempre la mano extendida hacia el que empieza y, sobre todo, la generosidad de enseñar todo lo que sabes. A papá nunca le preocupó que los que estuviesen a su lado aspirasen a su cargo. Era tan bueno y generoso que, pese a que les enseñó todo lo que sabía (y más), jamás le llegaron al tobillo.

Mira joven Ricard, bueno, bueno, no tan joven, qué raro ¿verdad? que todo el mundo coincida en elogiar a papá ahora que se jubila, ahora que nace para los amigos de toda la vida. Es esa coincidencia (insisto, por favor, repasa todo lo escrito sobre él), la que te debe hacer pensar esta noche, cuando apagues la luz de tu mesita de noche que, cuando te despiertes mañana, todo el escenario será tuyo. Escondida, mamá; en la concha, papá. En platea, yo. Jua jua. No desperdicies esta ocasión. Y, sobre todo, sé buen tío, sé buena persona, sé buena gente. Es la marca de ese nombre y apellido que te ha tocado heredar. Si crees que has tenido mala suerte, empiezas mal tu obra.