Qué cruel es el fútbol en ocasiones. El Mallorca perdió ayer en Zaragoza uno de esos partidos que están atados y que dejan con cara de tonto a cualquiera. En poco más de once minutos fatídicos, los últimos del encuentro, los rojillos dilapidaron la ventaja que tenían en el marcador por culpa de un rechace aprovechado por Bertolo y por un penalti de Martí en el tiempo de descuento que convirtió Gabi (3-2). Y lo peor es que los rojillos hicieron muchos méritos para, al menos, volverse con algo positivo.

Este equipo no se merece sentir ni la impotencia ni frustración con la que abandonó el césped de La Romareda. Jugó bien, a ratos muy bien, ante un rival desesperado y que consiguió ayer la primera victoria de la temporada. Eso sí, el Zaragoza era colista por algo. Su rancio sistema de cinco defensas y un trivote, a pesar de ir perdiendo, explica el miedo que hay por estos lares a regresar a Segunda. Tiene poco que ofrecer. Pero la jugada le salió bien al temeroso Gay, que vio cómo sus jugadores remontaron con más corazón que otra cosa. El Mallorca ejerció de gran aspirina para los zaragocistas y rompió su racha de resultados, que no de juego, tras vencer consecutivamente al Valencia, Sporting –en Copa– y Levante.

Sin embargo, no tienen ningún motivo para deprimirse porque con esta actitud es complicado que la situación empeore. Pereira, fantástico ayer, volvió a demostrar que puede dar muchas tardes de gloria al mallorquinismo en el futuro. Marcó un golazo y actuó como si llevara toda la vida entre los mayores. Es un diamante por pulir que ya está empezando a brillar con cierta intensidad. A eso se le llama aprovechar una oportunidad tras la lesión de Castro.

El Mallorca sabía que tendría su oportunidad. Solo era cuestión de esperar. Por mucho que los locales salieran con el cuchillo entre los dientes, algo del todo esperado, debían aguantar el chaparrón y hacer el mismo juego que maravilló en Mestalla. Presionar y salir con descaro. Eran prácticamente los mismos hombres e idéntico dibujo en la pizarra.

Los tiros de Braulio y Ander Herrera únicamente sirvieron para asustar, pero los rojillos armaban el contraataque con facilidad, aunque con falta de precisión. Hasta que llegó la acción que encendió a la grada. Y con razón. Webó se ayudó con el brazo para controlar un balón que le había servido Pereira con la cabeza, ganó la espalda a los tres centrales maños y batió por alto la media salida de Doblas, más pendiente de protestar al árbitro que de detener el balón. Gol. Solo era el minuto dieciocho y el Mallorca ya había hecho lo más complicado. La Romareda se convirtió en un clamor contra el colegiado Paradas Romero, pero a medida que iban pasando los minutos la ira también se dirigía hacia los suyos.

Los rojillos estaban bien asentados atrás, con un Nunes omnipresente, por lo que solo una acción de Lafita, que envió el balón a córner tras rebotar en la zaga, fue la única acción destacable. La posesión del balón era de los de casa, pero la ansiedad podía con ellos cuando se acercaban al borde del área. En la segunda parte pasó de todo. De Guzmán, qué bueno es este futbolista, tiró algo desviado tras superar la presión de la zaga local. El Zaragoza apretaba, pero a trompicones. Como su gol del empate. Lafita se aprovechó de una acción de Braulio para batr a placer a Aouate. Pero el Mallorca no se vino abajo y en una magnífica acción individual, tras un buen pase de Webó, Pereira ponía el 1-2 en el electrónico.

La situación era ideal para aguantar y arrancar los tres puntos. El Zaragoza sacó toda su artillería y los baleares sufrieron, aunque sin exagerar. Un tiro al palo de Gabi y otro disparo alto de Braulio habían sido sus armas. Poco más. Laudrup dio vida al Zaragoza al quitar a De Guzmán. Ahí se empezó a perder el choque porque el holandés era la absoluta referencia de sus compañeros. El Mallorca se encerró y el Zaragoza se encontró con un rechace que Bertolo metió al fondo de la red. El empate ya decepcionaba, pero el jarro de agua fría llegó con las manos de Martí dentro del área. Pueden considerarse involuntarias, pero cortaban la trayectoria del balón. Gabi marcó el penalti en el descuento del descuento, porque ya habían pasado cinco minutos –el árbitro había fijado cuatro– y dejó sin premio a un equipo que se lo había merecido. Este golpe es de los que duelen de verdad.