El Mallorca no ha perdido la costumbre de mostrarse generoso con los colistas. El Zaragoza no había ganado ningún partido en nueve jornadas, así que Laudrup y sus jugadores le regalaron uno de los tres puntos en disputa y el árbitro se encargó de entregarle los otros dos. Algo debe pasar en La Romareda porque ya la pasada temporada le anularon a Aduriz un gol legal que habría supuesto la victoria balear.

Llueve sobre mojado con Paradas Romero, el lamentable colegiado malagueño que dirigió el partido de ayer. Alguien debió hacerle llegar en el descanso que Webó se había llevado la pelota con la mano en el primer gol y se pasó la segunda parte pitando faltas contra el Mallorca, muchas de ellas inexistentes y cosiendo a tarjetas a sus jugadores. Culminó la compensación propia de los pésimos colegiados al conceder al equipo local, naturalmente, un postrer centro a la olla más allá del tiempo de prolongación determinada por él mismo, con la fatalidad de que la pelota fue a la mano de Martí y decretó penalti. Cita bíblica: quien a mano mata, a mano muere.

Nadie supo parar el partido, impropio de futbolistas veteranos como Nunes o Martí. Es verdad que este mismo árbitro ya se la jugó al Mallorca en Montjuïc en parecidas circunstancias y de la misma manera, en aquella ocasión una falta al borde del área en lugar de un penalti, pero ello no exime a los bermellones de su corresponsabilidad en el resultado final. Tras la reacción de Pereira al primer empate aragonés, ni Laudrup desde el banquillo ni sus discípulos sobre el césped supieron leer y hacer frente a los movimientos desesperados de Gay. El triángulo formado por Martí, Joao Victor y De Guzmán fue un dechado de imperfección en la ocupación de la zona ancha y un constante surtidor de balones entregados al contrario sin ton ni son. Desubicados e imprecisos, el Zaragoza encontró una rampa de lanzamiento idónea para alimentar a sus delanteros, sin que la superioridad numérica efectiva de los locales de medio campo hacia arriba fuera ni contrastada ni contrarrestada por los visitantes.

Con algunos mimbres deshechos, pues Pereira, Nsue y Webó daban alarmantes síntomas de cansancio y ante los arreones maños, la situación demandaba antes a un zaguero como Rubén que a un media punta inexperto como Tejera. Claro que, a veces, la bisoñez parece proceder más del banquillo que del propio terreno de juego, justificable en tanto en cuanto su primer inquilino siempre entendió más de fútbol ofensivo que de organización defensiva. El colegiado, malo donde los haya, encontró en la víctima a su mejor colaborador. Fue como pasear de noche por un barrio peligroso mostrando una abultada cartera por el bolsillo trasero del pantalón.

Todo lo contrario que Jorge Lorenzo, quien cuando tiene que ganar, lo hace. En Valencia, donde repitió las victorias de Xerez y Montmeló, reavivó su sed de triunfos y batió el récord de puntuación del Mundial de Moto GP. Pudo venirse abajo cuando un mínimo roce con otra máquina estuvo a punto de hacerle rodar por el asfalto, pero se mantuvo en el sillín y agarrado al manillar porque, cuando toca ser el mejor equilibrista, también da el callo. Estos futbolistas mimados y objetos de la idolatría popular tienen mucho que aprender del carácter que la disciplina impone si uno quiere ser aceptado en la élite de cualquier especialidad. No valen excusas ni contratiempos, ni actuaciones arbitrales.