El Mallorca está de fiesta en los despachos y en el campo. En la planta noble porque, por fin, el club se ha deshecho de un personaje como no hay otro igual, Javier Martí Asensio, al que le vaya muy bien, pero cuanto más lejos de Mallorca y del Mallorca, mucho mejor. Mateu Alemany, muy a su pesar, se ha visto obligado a volver para poner orden donde hasta el martes había caos, para cumplir con los compromisos y no dejarlo todo en buenas palabras. En definitiva, para devolver el sentido común en la dirección del club. A partir de aquí se puede empezar a soñar en salir del marasmo en que se ha convertido la institución,

En el campo, hace tiempo que el equipo ha dejado de creer que todo lo bueno que le ocurre sobre el césped es un sueño. Al grupo de Manzano, que ayer cobró en el primer día de Alemany en el club –recuerden, el sentido común– todo le sale bien, y no por casualidad. Ayer se clasificó con autoridad para los octavos de final de la Copa del Rey ante un Valladolid que se vio superado desde el primer momento. Nunes, Borja y compañía se conjuraron para dar a Alemany el mejor recibimiento posible, y nada mejor que el pase a la siguiente eliminatoria, soñando con que toque uno de los grandes para aliviar las penurias económicas.

El Mallorca se muestra infalible en casa, y además jugando bien al fútbol. El aficionado, que ayer fue a Son Moix en mayor cantidad de la prevista –casi diez mil personas en un día laborable–, se está dando cuenta. Lejos han quedado los tiempos en que se iba al estadio a sufrir y a cogerse un cabreo de muy señor mío por una derrota detrás de otra. Este Mallorca disfruta y hace disfrutar. Y ayer eliminó al Valladolid con un solitario gol, pero a nadie hubiera sorprendido que a Fabricio, portero pucelano, le hubieran caído tres o cuatro, porque ocasiones tuvo el Mallorca para dar y tomar.

La mirada estaba puesta ayer en los jugadores menos habituales, sobre todo Lux, sustituto del lesionado Aouate en la portería, Mattioni y Keita. El primero pasó prácticamente inadvertido porque, pese a que el Valladolid no renunció a tener el balón, llegaba sin ningún peligro Sólo a quince minutos del final se vio obligado a intervenir en una acción de mérito.

Había curiosidad por ver a Mattioni, por comprobar si lo de su estreno fue flor de un día o realmente estamos delante de un futbolista interesante. Lo estamos. Con la fuerza de sus escasos 21 años, el brasileño es una bala, y parece más un extremo que un defensa, que también. Lo demostró en la jugada del gol de Keita, el tercero en discordia, cuando se internó por banda derecha casi hasta la línea de gol para centrar al guineano, que se sacó de la chistera un remate seco y potente, inalcanzable para el portero. El objetivo del gol estaba cumplido. En la segunda parte, el africano alternó aciertos con desaciertos. Pudo marcar en el primer minuto, cuando le llegó un balón de esos que chiflan a los delanteros. Pero en vez de rematar se hizo un regate a sí mismo para desesperación de sus compañeros, que se llevaban las manos a la cabeza. En su haber, el penalti que provocó de César Arzo que, mal tirado, erró Julio Alvarez. Lanzó al centro, donde en las escuelas de fútbol te enseñan que nunca debe ir dirigido el balón.

Pese a que el Valladolid no llegaba con claridad al área de Lux, una jugada tonta, una falta cerca del área podía dar al traste con las esperanzas rojillas. Hubiera sido injusta la eliminación del Mallorca. Fue mucho más equipo que su rival. Y lo fue porque entre la muchachada de Manzano hay varios hombres en estado de gracia. Por ejemplo, Borja, que a sus 24 años parece todo un veterano. Juega y hace jugar a sus compañeros. Pasa, templa, sabe cuándo hacer una falta táctica, cuándo perder tiempo, cuándo un cambio de orientación para oxigenar el juego. Manzano tiene una joya, y lo sabe.

Por no hablar de Mario, que a cada partido que juega es mejor futbolista. A sus 22 años y con una presencia física imponente que le sirve para estar en todos los fregados, se ha hecho imprescindible en este Mallorca. Si a eso le añadimos la seriedad en defensa –Nunes tuvo ayer en Rubén una magnífica pareja–, el buen hacer de Julio Alvarez –parece increíble que Hugo Sánchez no quisiera saber nada de él– y las ganas que le pone Castro, que hoy se casa, Manzano tiene un equipo más que apañado para vivir la temporada más tranquila de los últimos tiempos. Al menos en el campo, que ya se sabe que en los despachos de esta casi centenaria institución siempre se va con el miedo en el cuerpo.

El Mallorca no ha podido empezar mejor la semana. Con un cambio de propiedad que será para mejor, aunque sólo sea porque a peor no se podía ir, y con el equipo clasificado para los octavos de final de la Copa del Rey. Sextos en la Liga y con el parón de este fin de semana, toca ahora hablar a los dirigentes. Si lo hacen la mitad de bien que los futbolistas, este barco va a salir a flote. Seguro.