Oblicuidad

Eva Amaral, no lo intente en casa

Eva Amaral, antes de.

Eva Amaral, antes de. / EFE

Matías Vallés

Matías Vallés

Eva Amaral se despoja de la mitad superior de su vestido antes de acometer Revolución. Cuarenta mil gargantas estallan en un rugido liberador en tierras burgalesas, el frenesí golpea a los propios intérpretes. El resto es comentario, que llega con el desnudo deglutido y metabolizado. Un periodista generoso con su público podría aderezar el guiso con una cita de Walter Benjamin, pero ya solo es secuela de un éxito irrefutable de vestuario.

A estas alturas, la propia cantante debe decidir si calibró los efectos indeseados de liberarse el pecho. El primero es el despecho de la caterva de influencers, youtubers y asimilados. La lista interminable de videocomentarios de la grabación original está dominada por insultos a Eva Amaral que bordean la agresión. Son muy respetables, pero más cercanos a la libertad de presión que de expresión. De hecho, buscan la supresión a secas.

En segundo lugar, emociona la postura beata de los medios que no han pixelado descaradamente la interpretación de Revolución, sino que han emborronado al desgaire las imágenes para eliminar los pezones. Quieren clics de baja intensidad. En tercer lugar aunque primordial, Eva Amaral ha de decidir si valoró que en esta edad volátil, un desnudo es para siempre. Ha alcanzado el cénit, como Shakira en su imputación de Piqué.

La única consecuencia difícil de aceptar del desnudo es que no ha tenido ninguna. Y sin embargo, los destinatarios del levantamiento del velo en defensa de «la dignidad de nuestra desnudez» insisten en que se trata de un gesto normal. Por fortuna, se dispone de la prueba irrefutable de la excepcionalidad, la erupción volcánica de decenas de miles de gargantas. Los testigos de aluvión somos irrelevantes, andamos cargados de hipocresía, llegamos al vídeo en nuestra peregrinación diaria por el forraje y follaje digitales.

Sports Illustrated, la revista mejor escrita de la historia, popularizó la expresión «no lo intente en el salón de su casa», ante la enésima diablura de un Michael Jordan. Se ha abusado de este lema, pero son inevitables las imitadoras de Amaral a quienes es obligado precaver de que el «gesto normal» requiere una audiencia multitudinaria, y puede estrellarse ante la incomprensión de un auditorio casero.

Amaral rompió la barrera del sonido. Quien no estuvo allí, viene incapacitado para juzgar lo que pasó, pero los asistentes se han quedado en minoría frente a los millones de videntes tardíos que han descargado las imágenes en la carpeta «Pechos». La cantante no tuvo miedo «a decir lo que pienso», y son demasiado facilonas las atribuciones a un registro mercantil. Por desgracia, la escena demostró lo que quería combatir. Nadie es ya dueño de su cuerpo, expuesto a los cuatro vientos. No hubo revolución, sino aceptación.

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