Nadie cuestiona actualmente que el problema del Cambio Climático ha sido generado por el ser humano. Un problema que está íntimamente relacionado con el modelo energético que está en la base de nuestro sistema económico y el consumismo que alimenta esta sed por los combustibles fósiles, principal responsable de la acumulación de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera. Los expertos coinciden en que necesitamos "descarbonizar" urgentemente la economía apostando por energías renovables y mejorando nuestra eficiencia energética.

Por otro lado, no hay que olvidar que una parte importante de las emisiones ha venido motivada por la conversión de tierras y, en particular, por la deforestación que contribuye en un 20%, según el informe del IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático). Por este motivo, éste grupo de expertos y recientemente el informe TEEB (Economía de los Ecosistemas y la Biodiversidad), afirman que la estrategia más coste-efectiva para mitigar el Cambio Climático consiste una buena gestión forestal que conserve e incremente los stocks de carbono presentes en las masas forestales.

¿Cómo podemos revertir la tendencia de nuestro modelo económico? ¿Puede el mismo modelo que nos ha llevado a esta situación resolver el problema? Los economistas son optimistas y creen que los efectos colaterales negativos de nuestro modelo de desarrollo son reversibles. Según argumentan, la solución pasa por modificar los incentivos económicos existentes y canalizar así las acciones humanas hacia actividades que generen menos emisiones de CO2.

¿Cómo? Los gobiernos disponen de algunos mecanismos, como son los sistemas impositivos, para desincentivar ciertas actividades económicas intensivas en CO2, un ejemplo sería la denominada tasa de carbono. Otro instrumento disponible serían las subvenciones públicas para fomentar las actividades o sectores que contribuyan a reducir las emisiones de CO2. Además, también existen los mercados de carbono que están ganando cada vez más notoriedad. Su lógica consiste en fijar unas cuotas máximas de CO2 por sectores y obligar a las empresas a innovar y/o adoptar tecnologías más "limpias" para no sobrepasar los límites fijados, si no pueden reducirlas, siempre pueden compensárselas comprando a otras empresas que dispongan de margen.

A pesar que se ha desestimado reiteradamente la inclusión de los bosques en el mercado de carbono europeo y en el protocolo de Kyoto, son unos de los recursos estratégicos más efectivos para combatir la crisis ambiental que nos ocupa. Los tiempos están cambiando y están surgiendo nuevas panaceas, los Pagos por Servicios Ambientales (PAS) donde los propietarios de bosques reciben una compensación económica por los servicios ambientales que aporta su uso del suelo; o los mercados de carbono voluntarios donde los compradores pueden adquirir créditos de carbono provenientes de bosques para compensarse las emisiones. Las Naciones Unidas, van más allá y en su "Green New Deal" propone la creación de un mercado de carbono global. Lamentablemente, en Copenhague se perdió una gran oportunidad y parece que aún estamos lejos de encontrar un sustituto al Tratado de Kyoto que de un impulso definitivo a algunos mecanismos como el REDD+ que van en esta dirección.

Antes de quedar extasiados por los beneficios potenciales de los mercados de carbono para el caso de los bosques, quizás tendríamos que pensar también en algunos de los peajes que quizá habrá que pagar. ¿Es posible que generen nuevos efectos colaterales negativos? ¿Pueden acabar instigando una privatización masiva de los bosques y la pérdida de muchos de los bienes públicos que aportan actualmente? ¿Llevará a una mercantilización de los bosques excluyendo de su uso a muchas comunidades rurales que dependen de ellos para su subsistencia? ¿No implicará, en muchos casos, una pérdida irreversible de stocks de biodiversidad derivada de la conversión de los bosques en plantaciones que únicamente primen el aumento de los stocks de carbono?

¿En qué se diferencian las plantaciones de los bosques? Se caracterizan por una menor diversidad de especies de árboles y de especies nativas. Menos biodiversidad implica, además, menos servicios ambientales: podemos perder recursos genéticos y por tanto la posibilidad de desarrollar o descubrir nuevas medicinas, tener mayores riegos de plagas y enfermedades por la pérdida de controles biológicos, la pérdida estética de nuestros paisajes por la monotonía de plantaciones monocultivo o el empobrecimiento de los suelos afectando el ciclo de los nutrientes y de agua.

Estas y otras preguntas no nos pueden dejar indiferente y seguramente habrá que encontrar soluciones entre los agentes sociales, los gobiernos y el sector privado para asegurar que nuestros bosques continúen prestando múltiples beneficios a la sociedad.