Opinión

El Mallorca pierde a lo campeón

Los isleños se quedan sin la Copa pese a haber plantado cara a un Bilbao mediocre y acomplejado

¿Seguro que Rajkovic es mejor que Greif?

¿Seguro que Rajkovic es mejor que Greif? / Manu Mielniezuk

Matías Vallés

Matías Vallés

El Mallorca no es campeón de Copa, donde lo asombroso consiste en que alcanzara el partido definitivo. En contra de lo previsto, el equipo solo cayó en su única opción de victoria, los penaltis. Se quedaron a un paso del trofeo por la cara, porque nunca dieron la espalda a un Bilbao mediocre y acomplejado.

El Bilbao va quinto en la Liga, el Mallorca decimoquinto. Los vascos doblan en goles a los mallorquines, 50 a 25. Han ganado doce partidos más, el penúltimo resultado fue un cuatro a cero en Son Mamés para los tristes ganadores de la Copa. Aguantarles durante dos horas después de haberse adelantado en el marcador es una proeza para los mallorquines, que en la última década han sufrido tres descensos, uno de ellos a Segunda B.

El Bilbao no hizo nada para merecer la Copa, con un gol miserable aparte de la comprobación de que está compuesto por los hermanos Williams y nueve figurantes sin texto. Acudió a la final sin más plan predeterminado que su superioridad evidente sobre un Mallorca que todavía no se ha asegurado la permanencia.

El ejército regular de Bilbao tenía la obligación de derrotar a los piratas de Aguirre o la cólera de Dios, el otro vasco embarcado en la aventura equinoccial de arrastrar a una banda irregular a la conquista de Eldorado. El resultado de la final es lógico, el desarrollo del choque avergüenza más a los vencedores que a los vencidos.

Lo peor que podía ocurrirle al Mallorca era adelantarse en el marcador, despertar a los leones del Bilbao que los isleños debían mantener anestesiados hasta los penaltis. Sin embargo, los mallorquines se sobrepusieron incluso al error de haber obtenido un gol de más. Tras el empate inevitable, la estadística condenaba a los bermellones turquesa, por su proverbial incapacidad de reacción ante la adversidad.

Sin embargo, los mallorquines superaron su maldición pese a que el torbellino de Nico Williams desarboló sistemáticamente a Gio, una constancia en el error que debió motivar a Aguirre a adoptar alguna decisión táctica. Sin embargo, ningún factor durante las dos horas de juego acreditaba al Bilbao como campeón de Copa por encima de su modesto rival. El encuentro se decidió con los mismos penaltis que la semifinal ante la Real, salvo que a Morlanes le faltó el coraje para mirar al portero rival a la cara, así que le envió el balón mansamente a las manos.

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Guillem Bosch / Biel Capó

Se escucharán cantos homéricos glosando a los jugadores del Bilbao, pero solo confirmaron que pertenecen a la Segunda División del fútbol español, la que se sitúa inmediatamente por debajo de Madrid y Barcelona. Se sintieron incómodos ante el Mallorca porque eran favoritos, y los secundarios de Primera prefieren jugar las finales contra madridistas y barcelonistas para perder con honor. En una jornada que el Bilbao pretende de gloria, ante el limitado Mallorca se entendió perfectamente que lleve cuarenta años cuarenta sin ganar una Liga. Con este paupérrimo currículum, el fútbol español habla de equipo histórico. Un remate en escorzo de Muriqi hubiera desnudado su fragilidad.

Entre los perdedores por la cara, por dar la cara, surge una incógnita. ¿Seguro que Rajkovic es mejor que Greif? En cuanto a la pasividad goleadora, los discípulos de Aguirre obtienen menos de una diana por partido, por lo que en la final de Copa superaron su media. El pasado ya no importa, los mallorquinistas han de olvidarse a la mayor brevedad posible de la Copa, para centrarse en mantener la categoría. La maldición de los penaltis fallados masivamente no debe extenderse a la única competición que tiene sentido. La Copa ha muerto, viva la Liga.