Mal acaba lo que mal empieza

Francisco Suárez Riera

El pueblo español como siempre, pero ahora con título de soberano, sigue sin levantar cabeza a merced de las olas. Una nos lleva, otra nos trae; más para el pobre no hay playa, sino filoso farallón, donde despellejar la espalda. Desde ahí, ha visto engordar hasta la obesidad, a una voraz banca fagocitaria. A un linajudo mercado oligopólico concentrar salvajemente un botín injustificable. A su viejo Faraón refugiarse, bien «fajado», en un oasis de ensueño. Y a unos prostitutos medios de comunicación cacarear afónicos la magnificencia de una monarquía «de cine». Parece un «negativo», en blanco y negro, del Antiguo Testamento. Es lo que hay. Aquí nunca llegó el Nuevo. Sobre lo que pisa el pie, piensa la cabeza. La cruda experiencia cocina lentamente la conciencia. De ahí que la calle tenga poca fe en Dios y ninguna en los tribunales. Presagia justicia sí, pero es húmedo sueño y poética, física, química, electrónica, rítmica, sintética, o extrapolar evasión.

¡Y mira por dónde! Un flemático juez inglés, Mr. Nicklin, (rezongando que, otra cosa quizás no, pero la ley es lo suyo), ha soplado un ¡zas en toda la boca!, a ese mal oliente estofado, nuestro status quo nacional. De entrada informa que eso de «Emérito», pues, «ni chicha, ni limoná; no es na». Rechaza, ya peluca en ristre, los argumentos folklóricos. Especialmente esos de «fondo de armario», como que todavía mantiene en su Zarzuela finas prendas y hartas medallas. Nada. «Solo es familia, pero no Casa del Rey», estaca en plena faena. Y al final remata con tiro de gracia, «los actos personales no tienen carácter de Estado». O sea, chungo fatal. 

¡Oh! Al fin, ¿no habrá paz para los malvados? ¡Por favor, entienda! La Sra. Corinna Larsen probablemente podrá exigir una clásica y veneciana «libra de carne», pero no más. Un aristocrático sablazo offshore, en román paladino coetáneo. ¡Voilà, el pernil! La re-hostia.