Opinión | Tribuna

Salir del perímetro

Cada vez es más frecuente ver a turistas a las horas más insospechadas y en los lugares menos esperados

Turistas en Palma.

Turistas en Palma.

En Palma, al parecer, el turismo se está saliendo de «su perímetro», si es que alguna vez lo hubo.

Cada vez es más frecuente ver a turistas a las horas más insospechadas y en los lugares menos esperados. Y es que ya van varias veces en las que mis ojos se quedan sin su sano parpadeo cuando veo a una familia procedente de algún lugar del norte de Europa (a juzgar por su aspecto), a las 7.45 de la mañana montada en una línea de la EMT que viene de la zona de Carrefour Palma en dirección plaza España, compartiendo trayecto con las personas que vienen de pernoctar en Ca l’Ardiaca, currantes que acuden a su puesto y críos con sus mochilas que van al cole. Ellos, con tres hijos pequeños, bolsos de turista y pantalón corto, vienen de algún alquiler turístico de esa zona, el cual les ha salvado las vacaciones, supuestamente por un módico precio. En silencio están con nosotros.

O bien, una pandilla de unas ocho chavalas, también norteñas de Europa, oliendo a Nivea en marzo y con sus primeras quemaduras solares en los brazos y cara, que a las 21 horas se apean en una parada de calle Aragón, a la altura del Rafal Nou. Y luego la crème de la crème: dos jóvenes hablando alguna lengua de tierras bañadas por el Rhin en su recorrido más profundo, que con algo de descaro y risas pretenden interactuar con los pasajeros del bus, repitiendo en voz alta la última palabra que oyen de alguna conversación entre pasajeros. Hasta que alguien les dice algo que acaba en la palabra bobos y ellos repiten entre risas: «bobos».

Estoy convencida de que todos ellos montaban en bus y se difuminaban en nuestros barrios porque querían conocer y aprender de nuestra cultura, costumbres, darse un baño de balearidad, etcétera. Seguro que sí.

Su derecho a la experiencia turística aparentemente low cost es muy razonable y comprensible, como lo es también el derecho a descansar de la marabunta que ruge por el centro de Palma, de día y de noche. No hay, ni habrá, paz para los palmesanos y las palmesanas mientras no se ponga orden y límite a todo esto. Solo deseo habitar la ciudad en condiciones para que cuando una hormiga viajera se salga de su hilera, extraviada intencionadamente, no consiga que me sea difícil abrazar sosegadamente el concepto que define a la principal industria que sostiene nuestra economía. Si el lleno insoportable de las playas o lo que pasa en el centro y también ya en el ensanche de Palma no fuera como es ahora, seguramente no me importaría ver a turistas caminando en chanclas casi llegando al Pont d’Inca. O hasta sonreiría al verles tomándose una cerveza en s’Escorxador con los del barrio. IB3 debería ir planteándose hacer la contraversión autonómica balear de Illencs pel món a la que tendría que llamar Estrangers turistes per Mallorca. Serían entrevistados acerca de su fugaz experiencia residencial en nuestras barriadas más periféricas, con un cocarroi en la mano.

Ahora ya todo es susceptible de ser una extensión turística más: lo fueron y siguen siendo algunos barrios emblemáticos y singulares de Palma sometidos al cruel proceso de una gentrificación feroz, y de alguna manera, algo se mueve ya en barriadas fuera de ese ficticio perímetro, el mismo desdibujado que nosotros creímos imponerles y que fantasmalmente ahora han conseguido traspasar.