Opinión
El gran timo de los falsos cerrajeros
Invierten un pastizal para que el SEO los posicione muy arriba en Google y poder timar a cuantos llamen en aprietos
Si usted desea ser robado cómodamente en su hogar tiene dos opciones: 1) Esperar a que allanen su morada unos ladrones; 2) Tomar la iniciativa y buscar en Google el sintagma «cerrajeros 24 horas» y llamar al teléfono que aparezca en el primer link. He vivido las dos experiencias y tienen algo en común: te sientes culpable.
Recuerdo cuando los cacos visitaron mi piso de la avenida Mistral. Abrí la puerta y cuando vi el comedor como territorio bombardeado (discos, peluches, libros esparcidos por el suelo) pensé: «Miqui, tienes que ser más ordenado». Tardé unos quince segundos (de los cuales me culpabilicé del desorden durante diez) en percatarme de que me habían entrado en casa.
Otro tipo de culpa me invadió en el segundo caso: la de quien se siente idiota. Hemos olvidado la llave dentro de casa, colgada del bombín, así que no podemos entrar. Ahí estoy forcejeando con la cerradura, con un 10% de batería en el móvil y mis hijos de dos y cinco años haciéndose pis. Actúo con una mezcla prodigiosa de economía de movimientos y rapidez mental: los envío con mis padres a un bar, mientras les digo: «Tranquilos, yo me ocupo» (con la supuesta diligencia de Papá Pig, que luego siempre es torpeza).
Tengo contactos. Pude ser periodista de investigación. Me sé mover en este tipo de situaciones. Es decir, pongo «cerrajeros Barcelona 24 horas» en Google. Y llamo al primero. Me dice que en 20 minutos viene. Bajo y me enchufo un pitillo, cuando veo llegar al tipo. Me hace firmar un documento conforme he recibido la visita. Firmo y casi le pongo un cariñito como si el presunto cerrajero fuera un lector en Sant Jordi: «Con afecto, Miqui».
El tipo me dice que le llevará cinco minutos. Llama a su empresa y me llega el presupuesto al móvil. Lo abro confiadísimo. Y veo la cifra: «1.052 euros». «Creo que sobra un cero», le digo, pensando en 152. No, en realidad sobra un tonto en este mundo. Se llama Miqui. Soy yo.
En ese momento tengo un 5% de batería, dos niños cabeceando como borrachos en un bar y esa factura delante. Ah, también tengo ganas de orinar, ahora. Con ese 5% (ahora, 4%) llamo a mi señora: «Ni se te ocurra pagar. Menudo timo».
Obviamente, como sucede en Peppa Pig, ella resuelve la situación, llamando al seguro. Antes he tenido que escuchar a la telefonista de la empresa diciéndome que ya he firmado un documento y que me pueden demandar (ese «demandar» suena tan fiable como uno entonado en Sálvame, pero me lo creo igual).
Es un consuelo saber que no eres el único idiota. Ayer, por fin, leí un reportaje firmado por Patricia Gosálvez en El País donde desvelaba toda esta mafia de falsos cerrajeros: entre otras prácticas, invierten un pastizal para que el SEO los posicione muy arriba en Google y poder timar a cuantos llamen en aprietos.
Es famosa la frase de Brecht: «Qué es robar un banco comparado con fundarlo». Podría añadir: «Qué es un ladrón de casas comparado con el falso cerrajero que te la abre». Veo algo simbólico en los cerrajeros timadores y sus tarifas: son una metáfora del precio de la vivienda (una media de más de 1.500 euros al mes) que impide a muchos barceloneses entrar en un piso. Porque vino un cerrajero honesto, que cubría el seguro, y ante la mirada ojiplática de mis hijos hizo el mítico tarjetazo (flís) y, a precio razonable, abrió la puerta en ocho segundos. Desde entonces mi hijo nos hace cerrar con doble llave cada vez que entramos. Diréis que le aterra que entren ladrones, pero creo que tiene miedo (es más listo que su padre) de los falsos cerrajeros.
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