Opinión

Animaladas

Xavi Hernandez

Xavi Hernandez / Toni Albir

No creo que esté muy bien visto, pero me encanta cambiar de opinión. Además, si lo han hecho Xavi Hernández o Pedro Sánchez, yo también puedo. No lo digo en plan «si no le gustan mis principios, tengo otros», frase, por cierto, que nunca pronunció Groucho Marx; sino como reconocimiento de la ignorancia que todos llevamos a cuestas y que a menudo disimulamos con prejuicios y dogmas. Hace unos días, me llevé las manos a la cabeza al descubrir que uno de cada tres españoles admite querer más a sus animales de compañía que a las personas en general; y que, en Estados Unidos, cuatro de cada diez propietarios de mascotas ya tienen planes financieros para protegerlas cuando ellos falten. Como además me acordaba del ricachón que le dejó en herencia quince millones de dólares a su gallo, mi conclusión ya circulaba cuesta abajo y sin frenos: en el mundo cada vez hay más gilipollas.

Bueno, pues no corramos tanto. Bastó una conversación de apenas veinte minutos con una antrozoóloga y una abogada especializada en derecho animal para concluir que, si alguien se preocupa por el futuro de un perro, un caballo o un loro cuando estos queden huérfanos de dueño, no solo no es gilipollas sino que exhibe una gestión de sentimientos con su entorno vital que tal vez debería enseñarse en las escuelas. Me conmovió que Paula Calvo —la etóloga— ya tenga una lista de cinco personas para que cuiden de sus dos perros y sus tres gatos cuando ella no pueda hacerlo. O que Lola García —la abogada— nos recordara que los animales no pueden protestar ni defenderse y que por eso debemos ocuparnos de su bienestar futuro. Resumiendo: que entré en esa conversación tentado de soltar algún chascarrillo sobre las cuentas bancarias de los periquitos, y salí convencido de que la forma en que nos relacionamos con los animales también nos define como personas. Aunque, por eso mismo, lo de la herencia del gallo —que en España no podría hacerse— me parece peor que una gilipollez. Es la inmoralidad en estado puro, porque confirma que en el mundo no falta dinero. El problema es que está mal repartido. Y cada vez peor.