Opinión | TRIBUNA

Peajes

Una anciana habla por teléfono.

Una anciana habla por teléfono.

El título no corresponde a lo que hay que abonar cuando transitamos por determinadas carreteras. De lo que vamos a hablar hoy, es de decidir si encajar o esquivar algunas prácticas de unas pocas entidades financieras cuando se es cliente. En cuanto al canal mediante el cual se ejecuta todo eso, el empleado de la entidad, deja al cliente en un compromiso, porque ¿cómo no vas a escuchar los consejos comerciales de la subdirectora de tu sucursal?, la misma que te ha gestionado infinidad de cuestiones de manera amable y eficaz, y que posiblemente vuelvas a necesitar más adelante para otro asunto.

Esto se eleva a la enésima potencia cuando los clientes son senior, como elegante y eufemísticamente llaman a las personas mayores, supongamos que con edad superior a los 65 años. La cuestión es que una avalancha de productos dirigidos a ellos, como los de telealarma y otros relacionados con su seguridad, se ofrecen a golpe de llamadas personalizadas y por un «módico» precio mensual. El modus operandi suele ser parecido, tal y como estoy comprobando, y se realiza en tres fases.

La primera consiste en una llamada telefónica desde la sucursal, efectuada por una voz acaramelada y alegre que plantea al oyente senior una necesidad que jamás antes se le había pasado por la cabeza. Y no es que esa desconsideración se deba a una negación del propio envejecimiento, no, simplemente, ese no descubrimiento se debe a que se está bien y se goza de un buen estado físico y cognitivo, que se tiene autonomía además de una actividad social envidiable. Pese a ello, en ese momento ya se inocula a una persona que acaba de hacerse el Caminito del Rey de Málaga la fórmula ansiógena del «y si...». ¿Y si me caigo?, ¿y si me desoriento?, ¿y si algún día...?

Ser mayor, en muchos casos, no es sinónimo de tener dependencia o necesitar una supervisión constante. Cierto es que puede que a alguien, el estar rebozado de ayudas técnicas, le supondría mejorar su vida porque la percepción de estar seguro en el domicilio ante cualquier evento ofrecería un estado de bienestar placebario, sobre todo si el dispositivo además nos da el porcentaje de humedad de la vivienda. Un dato fundamental para poder vivir. En los otros casos, en mayores frágiles que vivan solos, por ejemplo, sin duda los servicios del dispositivo del botón, ofrecen un apoyo indudable tanto a la personas mayores como a sus familiares, y en ocasiones pueden ser vitales.

Aclarado esto, el caso es que esa mujer de 77 años que se acaba de recorrer media Península y que es voluntaria de una asociación de vecinos, además de hacer ejercicio regularmente, ha dicho un no a la voz dulzona a la vez que insistente que al cierre de la conversación la vuelve a atrapar con un «piénseselo y le volveré a llamar».

En la segunda llamada se repite argumento, pero se saca ya la artillería mayor: «¡Mi madre tampoco la quería, pero ahora está encantada!».

La duda ya está sembrada y es entonces cuando «la senior» empieza a creer que realmente lo podría estar necesitando y no se ha dado cuenta hasta ahora. La cuestión se eleva a cónclave familiar donde se abre un debate para al final volver a la cordura y dejar claro que hay que manifestar otro no al tercer e indeseado último contacto.

Me pregunto si estas entidades son conscientes de la imagen que pueden estar dando. Y si lo son, es porque les debe compensar, ya que saben que nuestra ligazón con ellas es altamente adhesiva. Liquidar préstamos o simplemente cambiar todas las domiciliaciones nunca fue sencillo.