Opinión

Homínidos faltones

Jane Goodall, zoóloga y etóloga

Jane Goodall, zoóloga y etóloga / Agencias

Ya van siendo demasiados los casos en nuestros lares los que se dedican a producirse con sus semejantes mediante venablos cargados de estulticia y odio dirigidos a los que ellos solos consideran distintos, sean estas distinciones raciales, sobre todo raciales, pero también de credo, de clase social, de tendencias de todo tipo e incluso de entorno social, como si todas esas diferencias que obviamente existen fueran de exclusiva responsabilidad de quien las posee, y digo bien las posee, porque todas ellas forman de alguna forma parte de su propia persona, de su carácter.

Esas diferencias no son, no tiene porque ser, ni buenas ni malas, pues se puede ser con ellas sinvergüenza o buena persona, indistintamente y según y cómo; el color de la piel no se corresponde con un determinado grado de civismo o incivismo, al igual que una cierta creencia o raza no convierte per se a su practicante o individuo en una especie de asesino en serie, al igual que un concreto y circunstancial origen social no conlleva un automatismo delincuencial como tampoco lo evita; siempre he mantenido que el porcentaje de maravillosas personas, buena gente, indiferentes, caraduras, delincuentes, imbéciles y malajes de todo tipo, es el mismo en cada uno de eso a lo que ahora se denomina «colectivos».

La moda de nuestros días es acudir a algún espectáculo deportivo, casi siempre futbolístico pues no parece que en otros, como el Rugby, ya saben ese deporte de gamberros que se dice jugado por caballeros, se dé en igual medida, y dedicarse a insultar por aquellas diferencias a algún balompédico, virtualmente siempre huésped de ese estadio. En ocasiones llamando mono al jugador, a la vez que lo imitan, al mono digo, haciendo y expresándose con sonidos y gestos que ellos creen simiescos; en ocasiones se hace difícil no considerar que los que así se comportan no se estén insultando a sí mismos pues son más bien ellos quienes hacen el mono sin conseguirlo realmente pues se colocan con sus formas muy por debajo del nivel de innumerables simios que demuestran tener mejor pasta intelectual y educativa que ellos y aún mejores capacidades sociales que los que vociferan en sus jaulas del graderío futbolero; la ilustre primatóloga Jane Goodall seguramente secundaría mi opinión al respecto.

A lo anterior, lo del convertirse en un ser soez, ayuda el acudir al color de la piel del que se pretende insultar o su raza, digo se pretende porque tengo para mí que el poseer una piel oscurecida en algún grado no puede ser motivo de insulto y añadiría más, que en lugar de poder considerarse esa diferencia de pigmentación como repulsiva, al contrario es extraordinariamente atractiva y si no díganme sin no ven la belleza en ese cuadro de Velázquez que estos días se expone en la Galeria Borghese de Roma, llamado La Mulata o no la vislumbran, para ser algo más prosaico, en aquella salida de las aguas de Cádiz de Halle Berry como chica Bond; algo así como el black is beautifull de John Rock. Y es que el calificativo negro no es, no debiera ser un insulto, lo insultante es la intención con la que se espeta o se esputa, la inquina y la mala baba con la que se utiliza por algunos que a lo mejor en verano se tumban al solo playero para, paradójicamente, asemejarse en algo de «morenez» al insultado. Como decía Charles Spencer Chaplin la belleza está en los ojos del observador, y añado desafortunadamente la fealdad también.

La penúltima de estas vergüenzas la hemos podido observar en un campo de fútbol, que no nombraré porque estoy seguro que la inmensa mayoría de los aficionados del lugar se avergonzaron sobremanera de ello, lo cual les honra; en ese partido a un jugador del equipo visitante y al entrenador de ese mismo club les lanzaron todas sus hieles, sus propias lacras, sus insuficiencias, algunos de esos homínidos faltones, al primero por ventura por el color de su piel zapalina y al segundo por los orígenes maravillosamente gitanos de su madre. Me gustaría poder decirles a los dos, en persona, y a todos aquellos que sufren iguales o parecidos deleznables comportamientos que esas sus diferencias son más bien distinciones, de las que elevan al distinguido entre los demás; que no les disminuyen un ápice sino que les engrandecen y que los que pretendan utilizarlas solo para realzar su propia fealdad no conseguirán jamás que esas diferencias no nos sigan pareciendo hermosas y admirables, por lo menos a ese porcentaje de ciudadanos que utiliza la cabeza algo más para razonar que para embestir.

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