Opinión

Corrupción, inmunidad y Derecho

Se debe de ser una persona íntegra para no sucumbir a la tentación. Desgraciadamente, no todo el mundo lo es

Francina Armengol.

Francina Armengol. / David Castro

«Cuando las leyes son claras y precisas, la función del juez no consiste más que en comprobar un hecho». Immanuel Kant (Königsberg, Prusia. 1724 - 1804) Filósofo prusiano, considerado el primer criticista.

Es lugar común que los padres instruyan a sus hijos sobre el mundo adulto. Sobre todo, los abogados, quienes históricamente han intentando introducir al retoño sobre lo que pasa a su alrededor para así continuar con el bufete y la tradición familiar. Ahora bien, si el despierto vástago preguntara al padre sobre qué es la corrupción y el porqué se genera tan fácilmente en la clase política, muy probablemente su progenitor tuviera un momento de «schock».

Eso, de entrada. Y después, de manera didáctica, empezara a explicar que no tan sólo en la plaza pública hay listillos que no acatan las normas del juego. Que tanto en las empresas como en los clubes deportivos, pasando por federaciones deportivas de toda índole, se da el fraude. Punto y final.

Pero si el interpelado considerare que su hijo es lo suficientemente maduro, no sería extraño que le introdujera el matiz psicológico del porqué del envilecimiento en las cuentas comunes - fueren éstas públicas o privadas - para un provecho individual. Instruiría a su improvisado alumno que, cuando el ser humano suele llegar a unas determinadas cotas de poder, puede llegar a creerse inmune. Pues gestiona dinero que no es suyo. Que suele salir bien del esfuerzo del resto de la ciudadanía, bien de los accionistas. Por ello, la tentación por «distraer» un tanto por ciento del presupuesto puede ser muy fuerte. Se debe de ser una persona íntegra para no sucumbir a la tentación. Desgraciadamente, no todo el mundo lo es. Con esta intervención, la casi mayoría de adolescentes de este país se darían más que satisfechos.

Pero imaginemos que nos hallamos ante un auténtico «freakie» entre sus contemporáneos. Por ello mismo el zagal lee la prensa. Escrita, para mayor escándalo y oprobio de sus compañeros/as: «noticias escritas y en papel, eso es de viejos».

Y vuelve a la carga, preguntando por el asunto de los tapabocas. Feo asunto, ciertamente, diría el chico. Necesito respuestas, en pocas palabras. El sudor empezaría a correr por la frente del progenitor: «¿pero qué le pasa hoy al chaval?». Y tiraría de Aranzadi para responder a uno de los episodios «a priori» más oscuros que se han dado en la historia de la España de las autonomías.

Desglosaría a su casi impertinente hijo que, como dicen los corrillos de abogados, «quien cumple los plazos no está obligado a más» Y, presuntamente, el «Govern» de Francina Armengol i Socias los cumplió. Otra cosa - seguría - es el sentido común que se le vea al asunto y su presunta no moralidad. Se explayaría en una argumentación: nuestro Derecho Civil no juzga la ética, sino si los hechos juzgados pueden ser objeto de sanción y/o condena. Como buen abogado, se explayaría ante su hijo con otro razonamiento: la interpretación subjetiva suele ser carne de recurso y no es ley. Ya puestos a dar con una moralizante respuesta, pasaría a exponer a su hijo otra vertiente del caso, la penal. Porque Derecho en mano, quien podría tener más números para sufrir un contratiempo jurídico más que bochornoso podrían ser la actual presidenta Prohens y el vicepresidente Costa. Al presuntamente dejar caer todos los plazos posibles para reclamar el dinero de las mascarillas defectuosas. Para rematar la faena, le preguntaría a su progenitor si le sorprende lo publicado sobre la pareja de la presidenta de la Comunidad de Madrid.

Probablemente no le dejaría contestar, y zanjaría la cuestión en que nada es casual. Porque como dijo William Randolph Hearst, magnate de la prensa norteamericana de finales del siglo XIX: «proporcióname las fotografías, yo te proporcionaré la guerra».

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