En el mismo barco

Los proveedores aprietan incluso cuando las calles están vacías, desertizadas y la fiscalización del ciudadano somete al público a medidas de autocontención a la hora de comprar o adquirir una lectura que es de lo que nos ocupamos

En el mismo barco

En el mismo barco

Àlex Volney

Àlex Volney

No está en juego solo el futuro de las librerías, lo está la mermada viabilidad de los que transitan la literatura como forma de vida. Basta ver las luchas mantenidas por genialidades como Javier Marías y otros ejemplos para entender la precariedad a la que se ha acostumbrado el sector. En catalán ya ni hablemos pues la viabilidad va muy ligada al posicionamiento individual y al nivel de compromiso más gregario. Pero no es este el aspecto que nos ocupa, quizás en otro momento que apetezca situarse en el ojo del huracán. Todo cansa y luego hay que disponer de bastante tiempo para poder contestar a los cretinos de siempre que desde el anonimato suelen medir unos tres metros.

Como he expuesto en otras ocasiones parece que continúa la implosión y el desajuste crónico y sistémico no ve a nadie arremangarse en busca de encontrar una salida. En juego anda todo el sector, desde los que están en almacén a las mujeres y hombres, autoras y autores, que hacen posible que se nutran las editoriales y los mercados. Quizás el eslabón que mejor funciona es el de la creación que aunque sea irregular en contenido y en forma es el reloj que sigue dando cuerda desde hace más de dos mil años en la figura de los escritores. El resto de la cadena va sufriendo ciertos vaivenes que sacuden un año sí y el siguiente también. Las personas que constituyen el sector de la distribución son decisivas a la hora de que toda la maquinaria funcione, vean el caso de Entredós en estos dos últimos años, su evolución y el punto en que se encuentra. De libro.

En un conocido medio del sector económico el otro día la cabecera sacudía el remanso con el titular «Sergi Ferrer-Salat (Finestres) y Tatxo Benet (Ona), libreros de moda pero con números rojos». «Sus establecimientos perdieron cerca de 900.000 euros en el último ejercicio…». Uno empresario farmacéutico (Ferrer Internacional) y el otro audiovisual (Mediapro) son grandes referentes desde que abrieron durante la pandemia nuevas etapas que oxigenan el sector librero con nuevas visiones y reflexiones al respecto, sus facturaciones son monumentales y de las que juegan ya en otra liga, pero los problemas que los afectan son exactamente los mismos que afectan al mundo del libro sin excepción.

Los proveedores aprietan incluso cuando las calles están vacías, desertizadas y la fiscalización del ciudadano somete al público a medidas de autocontención a la hora de comprar o adquirir una lectura que es de lo que nos ocupamos. El sector sigue convulsionando sin excepciones geográficas, solamente varía el nivel del índice lector de cada región. Los comportamientos cuando no se parecen son idénticos y coincide un comercial que sirve en Madrid con otro que lo hace en Catalunya o Gijón. El frente tormentoso tiene un diámetro considerable. El sistema de novedades, depósitos y de todo lo que se conoce alrededor de la clásica distribución ha quedado obsoleto. El cepo puntiagudo de los depósitos salta y se cierra dos veces al año dando rienda suelta en los cebos para hacer llegar los reyes en verano y en invierno en las facturaciones que se compensarán solo con grandes devoluciones que van a hundir al sufrido comercial. Esta enfermiza dinámica va a afectar, y mucho, al que hace posible toda la cadena. El autor, o autora, puede que haya trabajado en su primera novela diez años que si la coyuntura aprieta a los libreros estos no le van a dar ni un mes y medio de vida. Se va a devolver la novedad antes de que el librero haya podido leer esa joya y recomendarla, podemos estar ante un genio y vamos a hundirlo en su minuto uno después de tantos años de esfuerzo y de duro trabajo. «Las listas de bestsellers hoy son a menudo las lápidas de mañana» que mantenía el editor de Suhrkamp, S. Unseld, y que al igual que las desconcertantes reflexiones sobre la precariedad que vivieron los grandes talentos Rilke y Kafka nos puede hacer suponer que estamos ante un paradigma que se ha perpetuado en la lucha por sobrevivir de autoras y autores. Ni Kafka ni Rilke iban sobrados y podían vivir de su literatura, estamos ante un clásico problema que resulta crónico en cuanto al mundo literario, pero además hoy puede que una genialidad sea ya abortada en su aparición. Si un libro tiene que funcionar, acabará funcionando, sí, pero esto sucedía cuando había un público, hoy este es virtual o como mínimo tendencioso en su esencia digital. Los me gusta ya se venden a granel. Desaparecen las fajas con los 300.000 vendidos sin bajar del autocar, pero se venden packs.

Si no se toman medidas en todos los ámbitos y se empieza a remar en el mismo sentido, el caso de los dos grandes escritores centroeuropeos acabará, en lo comercial, por ser un momento estelar de la economía de los literatos. Cabe proponer tarifas planas anuales para que los libreros puedan mantener su fondo de novedades y en esta tarifa comprometerse a un mínimo que dé viabilidad al editor sin que los distribuidores ahoguen a libreras y libreros que a su vez puedan dar tiempo a la consolidación de nuevas tendencias y no solamente a fenómenos mediáticos propiciados en las redes y que a pesar de contener casos de gran calidad no suelen ser la norma y se parecen cada día más, en su confección, a la canción del verano. A cambio el distribuidor repondrá según la demanda pero con un margen más equitativo sin hundir al autor. No hay nada más democrático que el público, siempre fue así y es precisamente lo que está mutando hacia una política editorial muy dirigida por agentes ajenos al sector. Vean los personajes mediáticos hoy escritores en 24 h en detrimento de los profesionales que han consagrado su vida, muchas veces por esencia y sin haber elegido el camino. Esta medida, finalmente, puede ayudar a cerrar los gremios en un aspecto más positivo, evitar intrusismo comercial y devolver los libros a las librerías. Esta es grosso modo mi reflexión de una de las únicas salidas o vías que tiene hoy el mundo del libro para encontrar un futuro más equilibrado a los tiempos y a la inflación que desde la entrada en la moneda única no ha dejado de erosionar la Memoria Vegetal. Ante esta encrucijada uno se recuerda a sí mismo que ser librero es una manera de vida, una postura ante el mundo no del todo entendida como un trabajo, por eso mismo el librero nunca mira el reloj, aquí dentro dos más dos pueden ser cuatro pero no siempre. Una manera de vivir que se intenta eliminar como a cualquier otra labor en la que su protagonista quiera seguir siendo fiel a sí mismo. Las escritoras y escritores saben perfectamente la mecánica de esta posición ante el mundo y de su funcionamiento pues de ahí parte todo y llega al resto, hasta el último eslabón que le pondrá a usted la anhelada novedad en sus manos.