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La gran belleza

Allá donde esté, observo y escucho. Y de la acumulación de esos instantes en mi retentiva he llegado a la sensación de que nuestra sociedad ha desaprendido a emocionarse

Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

A veces pienso que hemos perdido la capacidad de conmovernos. Uso el plural mayestático, algo que no me gusta hacer, ni cuando escribo ni al hablar, porque es una sensación derivada de la observación. A eso me dedico, de eso vivo. Observo y escucho. Mientras camino, en el tren, en el autobús, en las librerías, en los cafés, en los restaurantes. Allá donde esté miro con la intención de no ser vista, de no incomodar, de no ser percibida como una intrusa en la delicada intimidad de los demás. Lo intento también en los momentos en los que tomo fotografías. Es una especie de afición que espero no termine convertida en compulsión: retrato a todo el que me encuentro leyendo libros. Y de la acumulación de esos instantes en mi retentiva he llegado a la sensación de que nuestra sociedad ha desaprendido a emocionarse.

Es un verbo feo, desaprender, pero existe. Lo recoge el Diccionario de la RAE y su significado, «olvidar lo que se había aprendido», está vinculado a la memoria y al tiempo, dos de los temas que vertebran mi escritura y, por tanto, condicionan mi vida. El hecho de que la emoción haya terminado en el purgatorio de los recuerdos no está relacionado con la insensibilidad que cada vez más demostramos hacia la violencia. Ya no nos impacta el brutalismo. Lo consumimos sin inmutarnos. Es la imaginería de nuestra época. Pero no explica la amnesia que impide que disfrutemos de la belleza. Supongo que tiene que ver con que ya tampoco percibimos la duración de lo que nos sucede con la conciencia de que el presente es finito. No valoramos el hecho de estar vivos aquí y ahora. Lo damos por supuesto. Nos creemos inmortales. Nos ciegan los filtros de Instagram. Pero la belleza está ahí, esperando a que reparemos de nuevo en ella. No ha desaparecido. Estoy empeñada en demostrarlo, y por eso he decidido recopilar escenas recientes en las que la emoción me ha embargado.

«Hay personas que no temen a llorar en público. Lo ves en restaurantes, en autobuses. El otro día, en una gasolinera Sunoco en Rutland, vi a una mujer en el surtidor de al lado llorando a mares mientras ponía combustible». Lo escribe Peter Orner en Sigo sin saber sin ti, un libro delicioso cuya lectura me sigue conmoviendo medio año después de haberlo terminado. Busqué esa cita, que recordaba haber dejado señalada en la página en la que aparece, cuando hace unos días volví a llorar de pura emoción.

Llorar de alegría es liberador, y muy satisfactorio. Así me sentí, feliz, extática casi, mientras las lágrimas inundaban mi rostro ante la actuación de Joni Mitchell en los últimos Premios Grammy. Brandi Carlile, la responsable de la recuperación artística de la canadiense, la definió en el escenario como «la matriarca del renacimiento». Y lo es. Ha sobrevivido a todo: a la polio, que con solo ocho años la tuvo meses aislada en un hospital; a la entrega de una hija en adopción con la que, tiempo después, logró reencontrarse; a la ignorancia de la industria musical, que buscaba cosificarla como musa cuando ella era genio; a un aneurisma cerebral que la dejó incapacitada, la privó del habla y la obligó a volver a empezar con 72 años. Fue muy hermoso verla cantar Both Sides Now, de ahí mis lágrimas, que también había derramado poco antes, cuando Tracy Chapman interpretó Fast Car tras años de retiro público.

No han sido los únicos momentos conmovedores de mis últimos días. Atesoro la pregunta que una madre le hizo a su hija en un tren, «¿Qué sensación deja Barcelona como ciudad?», y la escena que viví, a unos metros de mi casa, en la que una joven uniformada abrazaba, con la entrega incondicional de la amistad, a otra a la salida del colegio. Porque a veces te ves convertida en un personaje de Alice Munro: «Y pensé que todas esas cosas no parecen ser tanto la vida cuando las estás haciendo, nada más son cosas que haces, cómo llenas tus días, y siempre crees que algo va a abrirse de golpe y que te encontrarás a ti misma, que entonces te encontrarás a ti misma, en la vida».

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