Caleidoscopio

El funambulista

Pedro Sánchez va a desafiar todos los pronósticos, incluso a la ley de la gravedad política, como ya ha demostrado sobradamente hasta hoy

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. / EP

Julio Llamazares

Julio Llamazares

Cada vez que se acerca una votación en el Parlamento me viene a la cabeza la imagen de Pedro Sánchez haciendo equilibrios sobre la cuerda floja ante la expectación de un público, el de España entera, que contiene la respiración esperando o temiendo una caída que continuamente se anuncia, pero que nunca se produce, al menos hasta este momento. Hay quien habla de resistencia y de habilidad, incluso de 'baraka', esa palabra árabe que nombra a la buena suerte y de la que al parecer deriva nuestra popular baraja.

Desde que llegó al poder Pedro Sánchez se ha movido sobre arenas movedizas, lo que le da a su figura una impresión de inestabilidad que los hechos y los resultados desmienten, pues ya lleva unos cuantos años al frente de su partido (del que lo echaron y al que volvió a pesar de la vieja guardia y del aparato) y casi tantos gobernando un país tan difícil de gobernar como es España, especialmente en estos últimos tiempos en los que el electorado se ha fragmentado y polarizado de modo significativo en relación con los anteriores. Si ya era complicado gobernar un país dividido por la mitad desde la guerra civil y con 17 gobiernos autonómicos de diferente signo político, alguno con aspiraciones de independencia del resto, conviviendo a la vez, más lo es desde que el bipartidismo tradicional desapareció a raíz de la crisis económica mundial del 2007 y de los casos de corrupción del gobierno de Rajoy que acabarían costándole el cargo tras una moción de censura interpuesta precisamente por Pedro Sánchez. Era la primera vez que eso ocurría en la democracia española y nadie daba un duro por la supervivencia de éste, pero ahí sigue después de cinco años tras superar una pandemia mundial, una guerra en las puertas mismas de Europa con graves efectos sobre la economía del continente y del mundo, un gobierno de coalición que era también una novedad en la historia democrática de España (y que vivió muchas tempestades tanto ideológicas como personalistas) y hasta una derrota electoral a la que reaccionó convocando por sorpresa unas nuevas elecciones generales que, aunque las perdió en votos, ganó parlamentariamente, lo que le ha permitido seguir gobernando el país, eso sí, después de un ejercicio de equilibrismo y funambulismo político digno del mejor acróbata. Un ejercicio que no ha terminado con su elección como presidente, sino que tendrá que seguir haciendo durante toda la legislatura como ya se ha visto este miércoles tras las primeras votaciones en un Parlamento dispuesto a no darle un respiro, comenzando por algunos de sus socios de ocasión, que aprovechan la situación para intentar sacar beneficios extra o cobrarse deudas personales aunque sea a costa de traicionar sus propias ideas.

¿Hasta cuándo aguantará? Es la pregunta que nos hacemos todos, pero con la convicción de que, a pesar de las apariencias y de lo que la oposición ansía, Pedro Sánchez va a desafiar todos los pronósticos, incluso a la ley de la gravedad política, como ya ha demostrado sobradamente hasta hoy, aunque ello le suponga tener que estar continuamente agitando los diferentes platillos de los partidos que le apoyaron en su elección (y que reclaman su atención continuamente) a la vez que mantiene en el aire las bolas que le lanzan desde el público y se sujeta en equilibrio sobre el pódium inestable que es el gobierno de este país desde que la fragmentación de su electorado acabó con las mayorías monocolores. Incluso hay quien no duda de que aguantará hasta el final del espectáculo circense en que se ha convertido la política española de un tiempo acá y no solo por sus habilidades.