PENSAMIENTOS

Guerra al tabaco

Felipe Armendáriz

Felipe Armendáriz

Francia ya ha declarado la guerra al tabaco: en España todavía nos lo estamos pensando. Pronto es tarde para combatir esta lacra que, junto a la tolerancia y fomento universales del consumo del alcohol, tanto daño hacen a las personas como a la sociedad.

La diferencia entre ambas drogas, nicotina y alcohol, es que la primera perjudica a terceros, los llamados fumadores pasivos. Se trata así de ampliar los lugares libres de humos.

El país vecino quiere prohibir el tabaco en playas, parques, bosques y aledaños de espacios públicos, especialmente las escuelas. Son medidas que funcionan, pero hecha la ley, hecha la trampa. Algunos adictos siempre buscarán resquicios para burlar las normas.

El municipio turístico de Calvià restringió hace dos años este hábito en la playa de La Romana (Peguera). Apenas se vio a bañistas echando humo sobre la arena. La pena fue que los enganchados invadieron una zona lindante con el mar y situada al final de uno de los paseos perimetrales para quitarse el mono. Aquel lugar apestaba y siempre estaba lleno de colillas.

En las puertas de hospitales y centros de salud no se puede encender un cigarrillo. Una cosa es la teoría y otra la práctica. Pacientes y personal sanitario fuman en los accesos de Son Espases y en los estrechos jardines ubicados entre los módulos del complejo. En el viejo Son Dureta, hoy casi reducido a escombros, estaba prohibido. Sin embargo, la escalera interior que comunicaba las plantas parecía un fumadero de opio.

No porque algunos se salten las restricciones se deben levantar estas. Durante la pandemia se vetó el tabaco en las terrazas al aire libre. Los que no podían contenerse tenían que desplazarse unos metros. Fue una época feliz. Volvió la normalidad y se levantaron las limitaciones.

Ahora la ministra de Sanidad, la luchadora Mónica García, quiere resucitar el Plan Nacional Antitabaco, que contempla liberar de tóxicos terrazas, playas y otros lugares. (no estaría de más impedir los humos en paradas del transporte público). Algunos han puesto el grito en el cielo, especialmente un sector de la hostelería. Los fumadores suelen ser muy buenos clientes.

El Ayuntamiento de Palma ha prometido rebajar las tasas a los locales que opten por veladores sin contaminantes, aunque el descuento apenas es del cinco por ciento. Estos incentivos no son suficientes: el mejor remedio es el veto total.

En Francia también quieren subir la cajetilla hasta los 20 euros. Dicen que es una acción eficaz. En España sitúan ese precio disuasorio en los 18 euros. Ahora cada paquete cuesta entre 4 y 6 euros. La subida sería bestial.

Quizás debería tenerse en cuenta que a muchos no les llega el sueldo. Labores como las picaduras son ahora muy comunes, especialmente entre los jóvenes. Estos cigarrillos, liados al estilo John Wayne, salen mucho más baratos. Lo malo es que los filtros que se les ponen no son tan eficaces como los de fábrica. Quieres persuadir, pero generas más enfermedad. Paradojas de la vida.

Mónica García también pretende regular los vapeadores, a los que califica de «antesala del tabaquismo». Muchos niños los están usando. Molan porque son baratos, te convierten en «persona mayor» por unos instantes y tienen sabores dulzones. El diablo anda suelto.

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