TRIBUNA

¿Qué es el género?

Ali y Kiana Rahmani

Ali y Kiana Rahmani / EFE

Susanna Moll Kammerich

Susanna Moll Kammerich

La activista iraní Narges Mohammadi recibió el premio Nobel de la Paz el pasado domingo en Noruega por «su lucha contra la opresión de las mujeres en Irán y su lucha por promover los derechos humanos y la libertad para todos». Mejor dicho, fueron sus hijos los que recibieron el premio de su valiente madre, porque ella está presa en Teherán precisamente por el «delito» de defender los derechos humanos. Su estado de salud es precario y no permiten su traslado a un hospital porque se niega a cubrirse la cabeza con un velo. El pasado domingo inició una nueva huelga de hambre. Uno de los motivos por los que merece estos terribles castigos en su país es defender que el uso del velo islámico no es una obligación religiosa ni una tradición cultural, sino un medio para mantener la autoridad y la sumisión.

Pues bien, exactamente eso es el «género». Ahora algunas corrientes postmodernas nos quieren convencer de que el género es una identidad y para ello utilizan ese neolenguaje que ahora sirve para intentar redefinir y performar la realidad. Pero el género no es más que eso: unos estereotipos sexistas que se nos imponen según nuestro sexo. Estos roles o estereotipos dependen del lugar y de la época. Por eso no son iguales en la Edad Media o en el siglo XXI, ni son iguales en España que en Irán o Afganistán. Cada sociedad educa y socializa a sus jóvenes en el género vigente. Incluso recién nacidos ya se les habla en términos de «mi princesa» o «campeón». En términos generales, los hombres, fuertes y valientes y conquistadores; las mujeres, dulces, amables, guapas, siempre necesitadas de gustarles a los hombres. Género. Las niñas, rosa, muñecas, cuidar y cocinar. Los niños, azul, pelota, triunfar. Género. ¿Cómo podemos, por un lado, reclamar un uso no sexista de los juguetes y por otro instar al profesorado a determinar la identidad de género de sus alumnos y alumnas observando «la preferencia por los juguetes, juegos o actividades habitualmente utilizados o practicados por el sexo opuesto», como hacen ya algunos protocolos usados en Educación?

La sexualidad de las mujeres siempre está en el centro de la opresión. En los países fundamentalistas las tapan y esconden, no las dejan estudiar ni trabajar, están bajo la tutela de algún familiar varón. Género. En Occidente, la tiranía es la contraria: la necesidad de la validación masculina nos impone una hipersexualización constante, una eterna juventud, un cuerpo «normativo» con un peso y medidas imposibles de mantener y de paso sirve al capitalismo para montar un gigantesco negocio alrededor de nuestra imagen: cirugía estética, depilación, maquillaje, tintes, dietas milagro… Género.

El género es la herramienta que utiliza el sistema para mantener la opresión de las mujeres, de una manera u otra. El feminismo había conseguido grandes avances en Occidente y ahora vemos la reacción del sistema. Nos quieren hacer creer que poner nuestros cuerpos a disposición de los deseos de los hombres es nuestra libertad y nos «empodera». Y encima nos quieren convencer de que ser mujer es un sentimiento y redefinen «género» como una identidad, con lo cual, al diluirse la categoría de «sexo», no tienen ningún sentido las políticas de igualdad o las medidas que pretenden eliminar la desigualdad entre hombres y mujeres basada precisamente en nuestro sexo. ¿Qué sentido tiene una ley de paridad si cualquier hombre se puede registrar como mujer y engrosar la estadística de las féminas en cualquier institución o ámbito?

En cambio, lo que debemos hacer como sociedad es eliminar el género, los prejuicios, el sexismo. Los cuerpos son perfectos, no hay que cambiarlos (sobre todo en la infancia), lo que hay que cambiar es a la sociedad, eliminar los prejuicios, los estereotipos de género que nos oprimen (también encorsetan a los hombres). Que cada uno se vista como quiera, que pueda dedicarse a las aficiones que más le gusten, maquillarse o no, depilarse o no, ponerse tacones o no, llevar el pelo largo o corto… Y por supuesto que cada uno o una debe ser respetada y no discriminada por todo ello. Pero eso no le convierte en hombre o mujer, porque ser hombre o mujer es un hecho biológico inmutable y no depende de los prejuicios que nos quiere imponer el sistema.