Artículos de broma
Sordos, ruido y relatos
En 100 años, todos calvos; en 90, el 60% sordos. La sordera cada vez es más joven. Aunque las empresas de audífonos envían publicidad a partir del 60 cumpleaños, la edad de oír mal baja. El oído es un órgano que se desorganiza, un sentido que pierde sensibilidad a palabras necias y sabias. Hay estudios de la OMS, pero mejor serían del Ministerio de Sanidad, que no tiene tarea en la España transferida. La OCDE declaró España el segundo país más ruidoso del mundo hace 30 años. Por desigualdad, crece en las ciudades, donde cada vez hay más ruidosos, mientras campea el silencio en la España vacía.
Donde hay un español no hay más ruido, pero donde hay dos, sí. El comedor solitario no habla con la boca llena, pero el resto de los comensales son capaces de masticar a voz en cuello y paladear a carótida latiente. Un restaurante lleno ruge 80 decibelios y eso, durante más de 40 horas a la semana, supone riesgo de sordera, lo que tendría que ser una enfermedad profesional para camareros. Nos emitimos decibelios como si no nos quisiéramos, como si las comidas de amigos trabajaran en contra de la ótica y las familiares, a favor de la audifonía. Amando de Miguel nombró «decibelia» a esta enfermedad española. Identificamos la fiesta con el ruido y el estruendo con la alegría y somos estridentes en el tráfico, el cine, los conciertos, las discotecas, los martillos hidráulicos y la SGAE, que llena tiendas y bares de música porque el silencio no da derechos de autor.
Nos autoinfligimos sordera con los auriculares que se oyen desde fuera, con las discotecas y odeones rodantes que hacen vibrar nuestros ruidosos coches y la practicamos en las relaciones hablando sin escuchar. Olímpicamente, la política va en el ruido cada vez más rápido, más alto, más fuerte y el decir se superpone sin escucha, se cuenta a una audiencia sin audición un relato de los hechos sin relación con éstos. El mejor ejemplo son las versiones sobre la amnistía del PSOE y Junts, tan contradictorias en el acuerdo y en la ley. Con el tiempo -que es lo ganado- sabremos si dialogan sordos o besugos.
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