Opinión | ESCRITO SIN RED

¿Independentismo? ¿Constitucionalismo? ¡Nacionalismo!

Carles Puigdemont.

Carles Puigdemont. / Europa Press

Habíamos iniciado la semana con la extraordinaria novedad de que el puto amo del fango profundamente enamorado de sí mismo (si no no sería puto amo, sino simple polvo enamorado), se había comprometido a hablar en el Congreso sobre las andanzas de Begoña, la esposa rebelde a ser enclaustrada por las derechas en la mazmorra incapacitante del trabajo doméstico. Los cinco días de reflexión sobre la conveniencia o no de dejar la presidencia del Gobierno y las masivas manifestaciones en todo el país rogando por su continuidad le habían persuadido para seguir al timón del Estado y regenerar la democracia atacada por los bulos de la derecha, los medios periodísticos hostiles y la derecha judicial. También con la performance vergonzosa y lacrimógena de Francina Armengol en la comisión informativa del caso Koldo. Lo de menos es que mintiera respecto a los 1,4 millones de mascarillas inmediatamente abonadas con 3,7 millones de euros, calificándolas como destinadas para su uso por los ciudadanos, cuando el entonces director del IB-Salut, el 4 de mayo de 2020, afirmaba que se habían contratado para los profesionales sanitarios. Lo más impresionante fue el autorretrato victimista con el que se adornó, el autosacrificio que la llevó a inmolarse con graves riesgos personales con tal de salvar las vidas de los ciudadanos. Con tal grado de martirologio, no puede extrañar más que a los aviesos adversarios que necesitara el alivio de una copa en el bar Hat en horas prohibidas por ella misma para rebajar el pico de cortisol de tanto estrés.

Pero lo importante de esta semana es la digestión de los resultados de las elecciones en Cataluña. Las interpretaciones son tan diferentes como los diferentes partidos. El PSOE, a excepción de los disidentes de siempre, Lambán, Page, se conjura para aclamar al líder clarividente y sabio que ha conseguido la pacificación de Cataluña. El coro socialista y la soprano Pilar Alegría, labios de carmín, dientes de perla, ¡lengua sin manos!, osa hablar de un futuro de tres años o más para la legislatura del puto amo. Todo, indultos, sedición, malversación, deuda catalana, amnistía, todo ha valido la pena para pacificar Cataluña. Un mensaje a Puigdemont, que abandone las fantasías, la victoria de Illa es inapelable y presidirá la Generalitat. Pero Puigdemont no parece apearse del burro. La victoria de Illa es tan inapelable como lo fue la de Feijóo el 23J, y está en la oposición. Tanta es la distancia electoral de Illa a él como la de Feijóo a Sánchez. Si legítima es la presidencia de Sánchez, también es legítima la aspiración suya a presidir la Generalitat en minoría apoyado por Esquerra Republicana y la CUP. La cuestión está en si cumplirá su amenaza de derribar al Gobierno en caso contrario. Con el independentismo en declive, ¿puede permitirse Puigdemont no ir a por todas?, ¿caer en la irrelevancia?, ¿abandonar? Más son los votos de Junts y ER que los del PSC de Illa. Aragonés se retira de la primera línea política, mientras Junqueras, el mártir que sufrió cárcel, manifiesta en carta a la ciudadanía, ahora está de moda el género epistolar, que está dispuesto a dirigir el partido en sus horas más difíciles. Pero ya se está movilizando una parte de la organización para echar a unos dirigentes a los que hacen responsables del inmenso fracaso electoral. El entreguismo al PSOE en el Parlamento español ha sido la explicación de la derrota. Aunque también deberían asumir que es el muerto muy vivo de Waterloo con sus siete votos y la ley de amnistía el que ha opacado las contrapartidas obtenidas por ER. De ellos depende en buena parte que Illa sea presidente con ellos en la oposición, respaldar la investidura de Puigdemont, o la repetición de las elecciones.

Pierde su sentido la reivindicación de un referéndum de autodeterminación

En la derecha, lecturas diferentes. Diferentes también en el seno del PP. Mientras medios de la derecha apuntan a que el procés ha terminado, puesto que por primera vez desde el año ochenta los votos independentistas han sido inferiores a los partidarios de seguir en España, con lo cual pierde su sentido la reivindicación de un referéndum de autodeterminación, Feijóo compareció para proclamar que el procés no ha muerto, sigue muy vivo, porque sólo con las fuerzas que lo impulsan puede el sanchismo subsistir en la Moncloa. Su no candidato triunfador, Alejando Fernández, por el contrario: «se acabó el procés, se ha finiquitado en las urnas». Aunque, luego: «quien crea que el independentismo ha desaparecido por arte de magia o de Sánchez se equivoca: el independentismo no ha ido a votar, pero sigue ahí»; «los catalanes hemos votado finiquitar el proceso, pero Sánchez, Illa y Puigdemont quieren continuarlo». Con todo, el PP tiene motivos para el optimismo. Se ha hecho con los votos de Ciudadanos y recuperado una masa crítica de votos para poder ser alternativa en toda España. Abascal manifiesta su satisfacción por mantener sus diputados y resistir la marea del PP, el otro gran beneficiado por las elecciones; celebra un «pequeño rayo de esperanza para España».

En todo caso, si es posible hablar de la derrota del independentismo sería un error proclamar la victoria del constitucionalismo. La trayectoria política del PSC no es tanto la del constitucionalismo como la del nacionalismo que comparte con ERC y Junts. Así lo atestiguan la propuesta de Estatut de Maragall, la convocatoria de la manifestación contra la sentencia del Tribunal Constitucional de 2010 que anuló 14 artículos del mismo que afectaban a una justicia propia de Cataluña, y su oposición a la aplicación de las sentencias del TSJC que obligan a que un mínimo del 25% de las asignaturas de la enseñanza sean en castellano. Sería de una ligereza imperdonable otorgar la condición de constitucionalista a una formación que se la negaba a una ley de amnistía antes del 23J. Y que sólo se la concedió a cambio de obtener los siete votos de Puigdemont y Junts que hicieron presidente del Gobierno a Pedro Sánchez, una corrupta compra de votos y poder a los golpistas condenados por los hechos de 2017, una ley de amnistía redactada por los propios delincuentes, una deslegitimación de la Justicia y un ataque sin precedentes a la separación de poderes. Todo con el seguro asentimiento de un Tribunal Constitucional al gusto de la Moncloa, del puto amo, según sus más hiperventilados seguidores. n

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