La derrota de los grandes ejércitos

Los símbolos armados de las potencias mundiales encadenan ridículos en proporción a su tamaño, con las humillaciones sufridas por Estados Unidos, Rusia, Francia o Israel

Matías Vallés

Matías Vallés

Los ejércitos han quedado reducidos a meros escaparates de los fabricantes y traficantes de armas, los soldados que desfilan por el planeta son maniquíes mal pagados con peligro de muerte. Hasta aquí la visión mercantilista, porque estas gigantescas maquinarias ostentaban como mínimo la etiqueta de invencibles. Sin embargo, las derrotas de las grandes estructuras bélicas se multiplican por doquier, y a menudo fracasan sin necesidad de un rival amenazador.

Estados Unidos, Rusia, Francia, Israel o Arabia Saudí aportan un muestrario de ridículos armados en proporción a la potencia de sus arsenales. En los casos recientes más llamativos, el aventurero Prigozhin invadió en junio Rusia desde Ucrania, sin encontrar más obstáculo que su propia decisión de no llegar a Moscú. Cuesta imaginar una mayor humillación soberana de un imperio, que no se solventó matando al osado desde el Kremlin.

El desastre defensivo de Rusia ante el enemigo interior se agranda por supuesto con la imposibilidad de sojuzgar a Ucrania, pese a que Putin es el penúltimo imperator que puede permitirse el sacrificio de cien mil soldados en un frente absurdo. El zar debe evocar el manifiesto demográfico de Napoleón tras la matanza en la supuesta victoria de Eylau, «esto lo arregla una noche de París». Ni China disfruta ya de la prerrogativa de acumular cadáveres, véase la súbita retirada de las medidas de confinamiento por la covid ante el riesgo de un levantamiento popular.

El mes pasado, un movimiento terrorista incalificable como Hamas no solo invadía Israel sin la menor oposición, sino que llevaba a cabo una labor asesina que multiplicaba el 11S. Para rematar su gesta, se retiraba a Gaza con centenares de rehenes. El fracaso de los grandes ejércitos alcanza tal dimensión, que se estima que los atacantes nunca hubieran imaginado la nula resistencia israelí, hasta el punto de que llegaron mucho más lejos de lo que tenían previsto. En cuanto a la reacción del aterrorizado Netanyahu, la violencia de los bombardeos posteriores a distancia desnuda la evidencia de que la población judía es incapaz de resistir la multiplicación de cadáveres en body bags. Ni siquiera para rescatar a los secuestradores.

¿Para qué sirve un gran ejército? La fascinación del poderío militar israelí no solo subyugó a Leonard Cohen, los niños del planeta jugaban ante el espejo a ponerse el parche en el ojo de Moshe Dayan, el comandante en jefe que seducía a la insobornable Oriana Fallaci. Como de costumbre, Estados Unidos se adelantó en el fiasco bélico a gran escala. Se puede bromear con la ignorancia de George Bush, al confundir Afganistán con Pakistán o Irak con Irán. Sin embargo, ni siquiera los sucesivos presidentes estadounidenses han presumido de las guerras de Asia, aun admitiendo la distinción de Obama entre el conflicto «necesario» de Kabul y el «opcional» de Bagdad.

El descrédito de los grandes ejércitos se acrecienta con el tiempo. Todavía no se ha asimilado el doble bofetón que encajó Estados Unidos en 2021. La invasión del Capitolio no puede entenderse intrínsecamente como un fracaso militar, pero cuesta creer que defenderá sus fronteras un país incapaz de salvaguardar su institución política fundamental. Por si se necesitaran pruebas adicionales, en agosto de ese año se repitió la experiencia. Los talibanes que invadieron el palacio presidencial de Kabul para retomar el poder, mostraban el mismo semblante estupefacto que los hooligans de Washington. De nuevo, el imperio ponía pies en polvorosa ante un enemigo sensiblemente inferior.

Dos años después, la huida en estampida de Kabul es un desastre para Washington de la dimensión de Vietnam, donde se puso a prueba por primera vez la debilidad paradójica de los ejércitos excesivos. Se podría insistir en los derroches en armamento que no sirvieron de nada a Ben Ali, Gadafi o Mubarak. Se podría adjuntar la carnicería infructuosa que el árabe Mohamed bin Salman mantiene en Yemen, o la deserción de Emmanuel Macron del África subsahariana. Demasiados ejemplos para una ley común, la limitación de los ejércitos humanos a la espera de los cibersoldados.

La dejación de funciones no ha impedido que los generales mantengan un papel decorativo, comparable a la monarquía. A cambio de que no arriesguen la vida de sus compatriotas, se entretienen publicando libros aleccionadores. El general Roberto Vannacci tuvo que ser destituido en Italia por su ensayo El caso contrario, donde superaba a Meloni en homofobia y racismo. Pierre de Villiers, jefe de Estado Mayor de los ejércitos franceses, entretiene su espera del Elíseo con ensayos peligrosamente próximos a la autoayuda.

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