Envasado al silencio (memoria del Camino)

El espectacular enclave sobrado dos Monxes, en Galicia.

El espectacular enclave sobrado dos Monxes, en Galicia.

Miquel Àngel Lladó Ribas

Miquel Àngel Lladó Ribas

En pleno corazón de Galicia, concretamente en el tramo del Camino de Santiago que une Ribadeo con Arzúa, existe un enclave espectacular llamado Sobrado dos Monxes, famoso por el monasterio erigido allí por los monjes del Císter y cuya antigüedad data de más de mil años. Aún hoy es posible escuchar los laudes o cantos litúrgicos de dichos monjes, así como alojarse cómodamente en su hospedería a un precio «peregrino» (8 euros), siempre, claro está, que se acredite que se está haciendo ese tramo de la ruta jacobea.

Ya les he hablado en otras ocasiones de mi fascinación por el Camino. Reconozco que es algo que va a más, como si cada año necesitara de esa experiencia para eliminar toxinas y «vaciarme» de todo aquello que, a menudo inconscientemente, vamos acumulando en ese peregrinar a veces azaroso a veces rutinario por la vida. Y es que el Camino también participa un poco de eso, pues al lado de días buenos, de esos en que parece que el mundo se abre a tus pies y todo fluye, suceden otros no tan buenos, jornadas fatigantes en las que te preguntas qué demonios estás haciendo ahí y el porqué de ese empecinamiento en caminar y caminar, como si no hubiera nada mejor que hacer en el mundo. Pero creo que en eso estriba precisamente la magia del Camino, en ese caminar, solo o compartido, a través de parajes extraordinariamente bellos, ciertamente, pero también -y cada vez más a menudo- de lugares más bien grises y anodinos. Como la vida misma, insisto.

Llevo 14 años ininterrumpidos haciendo Camino. Este año tenía el aliciente de volver a él de nuevo con mis compañeros de siempre, Joan y Sebastià, después de algunos años de sequía «caminera» a causa del Covid y otras circunstancias que nos impidieron reagruparnos. Los tres nacimos en el 58 y estamos felizmente jubilados; nos llevamos bien, hay mucho respeto entre nosotros y también solidaridad, risas, palabras de aliento cuando hacen falta o el cansancio aprieta más de la cuenta. El tramo de este año se correspondía en buena parte de su recorrido en lo que en Galicia llaman «A Terra Chá», esto es, un terreno con pocas oscilaciones y caracterizado por la presencia de fértiles valles en los que el ganado pasta plácidamente -ya sé que suena a tópico, pero es así, talmente-, todo ello salpicado con la presencia de bosques en los que el roble y el castaño se erigen en protagonistas indiscutibles de la masa forestal (con permiso del eucalipto, claro está). En el lado negativo, tal vez, el hecho de que la mayoría de ermitas y pequeñas iglesias que jalonan la ruta están cerradas, un fenómeno relativamente reciente y que cabe atribuir a la falta de vocaciones religiosas, por una parte, pero también -y sobre todo- al vandalismo y al saqueo creciente experimentados de unos años a esta parte.

El factor humano es sin duda otro de los alicientes del Camino. Poco a poco vas conociendo a gente con la cual vas cogiendo confianza, personas que como tú comparten algo tan sencillo y a la vez tan placentero como caminar, seguir esos hitos o mojones que señalan la llamada Ruta de las Estrellas. Pero a veces esas estrellas aparentemente inalcanzables bajan a pie de camino y adoptan nombres de lo más diverso y variopinto: Martyn, Víctor, Brunette, Alfredo, Andrea, Pablo, Aixa... Cada una de ellas tiene su propia luz: basta con observarlas detenidamente para darte cuenta de que no son demasiado diferentes a la tuya, que comparten a menudo idéntico fulgor, esperanzas y anhelos. Es en ese intercambio de destellos; en el silencio que habita el bosque a primera hora de la mañana, cuando aún no ha amanecido y apenas se oye cantar a algún gallo en la lejanía; en el lento discurrir de un río bajo un sobrio puente de piedra, donde a mi juicio radica la esencia del Camino.

Silencio, paz, armonía, sosiego... ¿se puede pedir más? Dicen que en el Monasterio de Santa María de Sobrado los monjes elaboran aún un queso al más puro estilo tradicional. No tuve ocasión de probarlo, pero me gustó la leyenda con que publicitan esos manjares: «Envasado al silencio». En una época en la que las prisas, el ruido, la violencia, las guerras... se han hecho casi omnipresentes en nuestras vidas, es un auténtico regalo encontrar un lugar en que el silencio es el protagonista casi exclusivo de ese espacio aún privilegiado que es el Camino de Santiago.

Les invito a descubrir ese silencio. Pero por favor, háganlo con respeto, con esa actitud que ha perdurado durante cientos de años y que ha hecho del Camino una de las rutas más emblemáticas del mundo. Seguro que el Camino se lo agradecerá, y que además les gratificará mucho más de lo que tal vez puedan imaginarse.

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