Todos los hombres de Montoro

El insignificante exministro de Hacienda se suma a la inagotable lista de altos cargos de Aznar y Rajoy asociados, de momento colateralmente, a investigaciones por corrupción

Matías Vallés

Matías Vallés

Tú también, Montoro?» El insignificante ministro de Hacienda con Aznar y Rajoy se suma a la inagotable lista de altos cargos del PP asociados, de momento colateralmente, a investigaciones por corrupción. En concreto, por la presunta colusión de intereses entre el despacho Equipo Económico creado por el andaluz de Jaén y Hacienda, a través de las conexiones estelares de los directivos de la empresa.

La sorpresa está excluida de la labor periodística, pero el hacendoso y hacendado Montoro ofrece un perfil inesperado para protagonizar un escándalo, de momento como padre político de los protagonistas. Su simbólico predecesor Rodrigo Rato encajaba con mayor soltura en la tramoya de los vínculos borrascosos entre la actividad pública y privada. ¿Cuál es exactamente la diferencia moral que predica el PP entre el vicepresidente económico de Aznar, por no hablar de Zaplana y Matas, con el satánico Puigdemont?

La imputación en fase de instrucción de todos los hombres de Montoro en Equipo Económico contrasta con la imagen pública que se esforzó en transmitir un ministro dicharachero y confiado, al borde del adjetivo «campechano». Pronunciaba «Brexis» para sintonizar con la calle, en el Diario de Sesiones del Congreso consta su erudita disertación sobre la cabellera de Pablo Iglesias, que admira desde una asumida envidia alopécica. Cuesta simultanear esta cháchara de patio de vecindad con la investigación fiscal desde la artillería ministerial de periodistas incómodos por sus publicaciones.

La defensa de Montoro se basa hasta la fecha en su desvinculación radical de Equipo Económico, por lo visto menos conjuntado de lo previsible por esa denominación grupal. El ministro de Hacienda se sentaba en el banco azul de Rajoy junto a Fernández Díaz. Nadie otorgó un papel simbólico a esta dilatada proximidad en principio inocua, pero que hoy adquiere una perspectiva ominosa porque incrementa el riesgo de contagio.

«Yo todavía creo en la informalidad», anunciaba Montoro con su pitido vocal en el Congreso, reclamando la audacia de quien se atreviera a proclamar que aún cree en la información. Se debate ahora si su confianza en las virtudes improvisadas resultó en un comportamiento excesivamente confianzudo, en el seno de su sensible ministerio. Por supuesto, el partido que concluye que la anotación «M.Rajoy» en una caja fuerte de la sede central del PP no tiene por qué referirse a Mariano Rajoy, tampoco establecerá puentes entre el ministro y los manejos investigados de su antiguo bufete en el departamento que encabezaba.

Hay un estilo Montoro, por anodina que resulte su figura. Las exploraciones judiciales en curso lo identifican cada vez más con Adolfo Marsillach, en su genial interpretación del Tartufo con escenografía de Francisco Nieva. La esencia del exministro consistía en pasar desapercibido, aunque no se resistió a incidir en sede parlamentaria sobre los contribuyentes más ilustres de su nómina. Dentro de su confusión expresiva, es el único ser humano que ha citado ante el Congreso al macroevasor Gérard Depardieu, emparentándolo con un actor español que no especificó pero que por fuerza amagaba a Imanol Arias.

Montoro estaba convencido de que su escaso peso le libraría de cualquier sospecha. En realidad, el arsenal fiscal es más letal que el policial. Un Estado se crea con las armas, pero se mantiene con los impuestos. De ahí que Hacienda equivalga al ejército contemporáneo. Investigar a alguien tributariamente como revancha, uno de los aspectos sometidos ahora al baremo judicial, equivale a una tortura en los calabozos. De ahí que la siempre presunta peripecia de Equipo Económico no pueda servir como una mera distracción respecto a la agitación imprimida por Sánchez, a pesar de que la era Rajoy parezca remitir a una España antediluviana, con las cloacas de costumbre.

«No somos perfectos», bramaba el ministro Montoro, una estrategia defensiva difícil de encajar en el ámbito judicial. El autor del indulto masivo a los españoles con fortunas no declaradas en el extranjero repetía enfurruñado ante la Cámara que «no hay amnistía, es una regularización fiscal». Hasta que la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría tomó la palabra desde el escaño, para referirse literalmente a la «amnistía fiscal» de su Gobierno. Las acusaciones se dirigen hoy contra el entorno del exministro, y su hermano Ricardo Montoro ya salió archivado de un procedimiento iniciado por la decepcionante Fiscalía Anticorrupción. Con todo y por si acaso, haría bien el PP en no cerrar herméticamente el frasco de las amnistías.

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