En aquel tiempo

Coaliciones en democracia

Norberto Alcover

Norberto Alcover

Puede ser que la paulatina desaparición de las mayorías absolutas en los gobiernos europeos haga inevitables las coaliciones de diferentes partidos para conquistar el poder. Puede ser. Pero la teoría de que esta deriva es necesariamente un bien democrático está por ver en la praxis resultante. Esa praxis ofrece resultados muy diferentes y que están a la vista de todos, porque llenan los medios de comunicación diarios: las contradicciones en el seno de las coaliciones es demasiado frecuente, si bien es cierto que, de vez en cuando, dan a luz medidas parlamentarias y gubernamentales positivas para la ciudadanía, especialmente en el ámbito de las desigualdades sociopolíticas, que necesitan permanente recorrido por la situación de injusticia que no conseguimos eliminar del todo. Las cifras escuchadas en el reciente Día Mundial contra la Pobreza obligan a insistir en esta lacra de nuestras sociedades aparentemente democráticas. Que lo son, pero unas democracias que no evitan la humillación de grupos ciudadanos por razones de estructura socioeconómica, serán necesariamente democracias muy relativas. Repito, y es un ejemplo, nuestra «coalición gubernamental y parlamentaria», ahora en funciones, es evidente que ha tomado medidas excelentes respecto de la renta personal y familiar, pero en tantas otras materias no ha provocado un espectáculo público y legal muy poco edificante. Y sin embargo, o tal vez por ello, nunca es inútil recordar las limitaciones objetivas de las coaliciones.

Vaya por delante, porque es de sentido común, que un elemental criterio político exige trabajar para que los Estados, mediante sus respectivos Gobiernos, acojan, a la hora de organizarse en cuanto tales, al mayor número de representaciones ciudadanas posible, y desde este punto de vista, coaligarse es, en principio, algo positivo. Pero también es necesario recordar que, en general, los grupos políticos obedecen a ideologías determinadas, sobre todo en su concepción de la organización social, de la fiscalidad económica y, por supuesto, de los criterios éticos y morales relativos al mundo de las libertades. En consecuencia, es lógico que, una vez formada la coalición, ella misma entre en crisis al responder a situaciones concretas desde ideologías contradictorias, por no decir contrarias. Nada de lo apuntado es «opinión» porque es «historia». Aunque los protagonistas pretendan que todo lo sucedido responda a la libre opción de cada partido, en detrimento de la necesaria unidad gubernamental. Los diferentes criterios acaban siempre por pasar factura, si bien, como se ha escrito, puedan dar luz determinadas soluciones positivas. Pero cuando se producen situaciones radicales como el conflicto entre Israel y Hamás en curso, el edificio coaligado salta por los aires y se nos pregunta, con razón, cuál es el posicionamiento objetivo del Gobierno de España.

Pero si derivamos nuestra atención hacia la derecha de nuestro espectro sociopolítico, la situación no es más optimista. Está claro que la coalición erigida tras las últimas elecciones era necesaria para tomar el poder democráticamente, aunque en algún caso funcionara (Municipales y Autonómicas) y en otras no (legislativas). Pero lo que está manifestándose de manera evidente es que la discrepancia de criterios en materias fundamentales provoca desencuentros de mucho calado. Una vez más, coaligarse es positivo para conquistar algunos poderes, pero a la media y a la larga los diferentes criterios ético y morales, que están en la base de toda acción política, imponen su ley y surgen las contradicciones: por esta razón, debería ser una obligación no solamente editar los Programas Electorales de cada grupo, porque también aclarar de antemano qué coaliciones forman parte de tal Proyecto y en qué condiciones. De tal manera que los electores votarán con auténtico conocimiento de causa. Porque después, solamente se encuentran con el pastizal de las acusaciones mutuas y el consiguiente barullo institucional. Véase en nuestros lares lo sucedido en relación a los Presupuestos y la causa objetiva del desencuentro.

Coaliciones ha habido con ocasión de la invasión de Ucrania y no menos se han puesto sobre el papel tras la sangrienta provocación de Hamás en territorio israelí, siempre con el recuerdo de 1948, imposible de olvidar. Unas coaliciones prontas para la guerra y tan lentas para la paz. Siempre con razones casi admisibles de una y otra parte. Pero, de nuevo, el abismo que separa a ambas coaliciones es de concepción territorial y, en el fondo, de obediencia religiosa. Entonces, mientras no desaparezcan las causas originarias, tampoco lo harán las consecuencias prácticas de naturaleza bélica y económica. Y ante estas confrontaciones coaligadas, que también pueden llamarse «de bloques», parece que los instrumentos internacionales quedan paralíticos o, en todo caso, emiten textos que más tarde no se respetan. Las cosas son como son y sería mendaz decir lo contrario. El planeta parece organizarse pero late una desorganización fundamental, en virtud de la palabra maldita a la que siempre hemos de volver: la desigualdad de todo tipo. Mientras no solucionemos esta innoble cuestión, todo serán parches, puede que altisonantes y un tanto metafóricos.

¿Entonces, qué? Soy consciente de que hemos entrado en un tiempo de coaliciones por la multiculturalidad reinante, por los agravios históricos, y sobre todo por las diferentes concepciones de la sociedad convertidas en partidos políticos. Los que piensan que otros grupos están en su misma onda, es lógico que se coaliguen para alcanzar el poder, que de esto se trata, pero vuelvo a insistir en la urgencia de elaborar una nueva legislación electoral que obligue a desvelar al electorado las posibles coaliciones y los detalles más relevantes de las mismas. Si hay coaliciones, por lo menos que no haya dolorosas sorpresas. De tal manera que los Estados mantengan un cierto tono de fiabilidad ciudadana, en tantas ocasiones fracturado por sus contradicciones al optar por coaligarse mediante sus respectivos grupos.

En estas estamos mientras la Iglesia Católica intenta que diferentes sensibilidades teológicas y pastorales se encuentren pacífica y operativamente en el Sínodo de Francisco. Tendrán que dialogar a fondo los protagonistas sinodales, pero la reunión contiene un detalle de enorme relevancia: por vez primera en la historia de la Iglesia, 51 mujeres tienen voz y voto en la asamblea sinodal. Ojalá pongan un punto de serenidad y esperanza en las discusiones y no menos en las decisiones sinodales. Y lo que digo sobre el Sínodo, vale también para todo lo escrito anteriormente.

Levantar democracias contemporáneas puede que pase por formaciones coaligadas, pero no es menos cierto que se hace necesaria una objetivación electoral de las mismas. Precisamente, un Estado Democrático es el que permite a sus ciudadanos votar con absoluto conocimiento de causa. Lo demás, juegos malabares. Y mucho desasosiego.

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