Desde el siglo XX

El pedrusco fascista de sa Feixina a la mayor gloria de PP y Vox

La incuria de la alcaldesa socialista de Palma Aina Calvo y la defensa de la desnortada Arca, desembocan en su sacralización por las victoriosas derechas mallorquinas

El monolito sa Feixina.

El monolito sa Feixina. / Guillem Bosch

José Jaume

José Jaume

Recordar de dónde venimos es obligado para entender las razones por las que se desata feroz campaña encaminada a preservar un vestigio de nuestro peor pasado. Es el caso del monolito de sa Feixina, pedrusco de inconfundible querencia nazi-fascista inaugurado por el dictador Francisco Franco en la década de los cuarenta del pasado siglo, cuando en España se penaba en lo peor de la posguerra. Monumento sufragado por cuestación ciudadana. Falso: fue la fascista Falange la que coaccionó a la ciudadanía, incluido al prócer liberal José Tous Ferrer, que vio en riesgo su patrimonio. Se erigió en recuerdo del crucero Baleares, hundido por la marina de guerra republicana después de haber participado, junto a un buque similar de la escuadra de Mussolini, en la masacre de civiles acaecida en la denominada carretera de la muerte, entre Málaga y Almería, en la que, a cañonazos, causaron la muerte de miles de civiles que huían de la guerra. El pedrusco devino, desde su inauguración, en el lugar en el que las madrugadas del 20 de noviembre, fecha del fusilamiento del fundador de la Falange José Antonio Primero de Rivera, se reunían sus fieles para conmemorar la efemérides. Doy fe: en 1974 estuve con ellos observando su parafernalia, cómo se cuadraban, firme el ademán, ante el pedrusco en guardias de cinco minutos (el frío aconsejaba no prolongarlas) dando siempre los llamados «gritos de rigor»: «José Antonio Primo de Rivera, presente. Viva Franco. Arriba España».

Prosigamos, muere el dictador y del pedrusco se habla poco o nada, sin que decaigan los 20 de noviembres, hasta que una alcaldesa de Palma que se caracterizó por no hacer nada útil por la ciudad, decidió eliminar parte de la simbología fascista del lugar incorporando ridículas inscripciones en hierro forjado muy poco visibles. Se dio por satisfecha. Hoy es delegada del Gobierno. Atiende por Aina Calvo. Los posteriores esfuerzos para derribar el pedrusco se estrellaron contra un juez de lo Contencioso, de acrisolada raigambre familiar franquista, los Mariscal de Gante (nada menos que dos de sus parientes cercanos presidieron el Tribunal de Orden Público de la dictadura), gracias al recurso presentado por Arca, entidad conservacionista de lo que no debe ser conservado, puesto que el pedrusco valor monumental no tiene ninguno. Es un adefesio que estropea el paisaje urbano.

En esas, después de las elecciones del 28 de mayo, han llegado al Ayuntamiento de Palma y al Consell de Mallorca las triunfantes derechas, que, envalentonadas por su incontestable triunfo en las urnas, se han apresurado a proteger al pedrusco. Primero, el alcalde de Palma Jaime Martínez, arquitecto de profesión, hombre culto, dotado de sensibilidad artística, que, obligado por sus ataduras, de las que no puede sustraerse, da el primer aldabonazo en defensa del ominoso monumento. Y ahora llega el Consell de Mallorca, que, presidido por Llorenç Galmés, prototipo de lo que mejor sabe escoger el PP, sin debate, sin dar pie a la discusión, con la consabida alevosía propia de quienes poco o nada creen en la libre exposición de las ideas, procede a fortificarlo todavía más, para que a su vera la alegre muchachada de Vox pueda explayarse a sus anchas, al igual que antaño sus mayores, como hace a menudo el diputado falangista venido a menos Jorge Campos.

La derecha mallorquina no renuncia a sus raíces. Tienta hasta adónde puede llegar sin soliviantar en exceso a la ciudadanía. Con el pedrusco no tendrá mayores problemas, a pesar de la ignominia que supone mantenerlo. Otra cosa es lo que le vaya suceder con la cuestión de la lengua catalana. Ahí sí que el asunto es susceptible de envenenarse más de lo que desea la presidenta Marga Prohens, que tiembla ante el posible desenlace; lo vivido por José Ramón Bauzá quita al sueño a la actual dirigencia del PP radicada en Campos. Además, Vox se siente muy cómodo en ese fregado; si despierta de una vez dejando de consumir la adormidera que le suministra su mayoritario socio, tal vez ponga al Gobierno balear contra las cuerdas obligándole a desastrosa pirueta.

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