La ira de la izquierda israelí

Antonio Papell

Antonio Papell

Quienes pertenecemos a las primeras generaciones de esta democracia y teníamos uso de razón en los años clave de la transición española hemos mantenido una relación intelectual tormentosa con Israel, aquel país joven que había nacido dramáticamente a partir del Holocausto, el gran genocidio llevado a cabo por los amigos de la dictadura que habían ayudado a Franco a ganar la guerra contra la República. Cualquier toma de posición ante Israel y Palestina está inevitablemente teñida de esquizofrenia ya que no es posible conformarse pacíficamente con la ocupación del territorio palestino por el pueblo judío, ni cabe estar completamente del lado de los palestinos, al menos tan intransigentes y airados como sus antagonistas.

Entre aquellos años y hoy día, la causa de Israel ha ido decayendo por su decepcionante comportamiento. La presión incesante de los activistas palestinos contra los judíos ha hecho muy difícil mantener actitudes ecuánimes, posturas conciliadoras, expectativas de negociación y pacto. En las dos décadas de este siglo, la evolución del conflicto ha sido inquietante. Y así lo ha escrito con su pulida pluma Muñoz Molina en un artículo recién publicado: en un viaje a Israel en 2013, observó que «las divisiones políticas se agrandaban cada vez más, por el peso agobiante de la extrema derecha y el integrismo religioso, y por la pérdida de influencia y la debilidad de una izquierda que se había quedado sola en la defensa de una solución justa para la frontera más grave y más cruel de todas, la representada visiblemente por ese muro que corta en dos el paisaje». Y en su observación detectó asimismo la soledad del progresismo judío: «Defender los derechos de la población palestina desde el confort de una ciudad europea sin duda es meritorio, pero no muy arriesgado. Hacerlo en Israel, bajo la amenaza permanente de un atentado o de un cohete venido del otro lado de una frontera siempre cercana, requiere un temple moral y físico del que no todos seríamos capaces. Los israelíes ilustrados, agudamente críticos con el poder, activistas del laicismo, sublevados contra las corruptelas, el oportunismo cínico, el extremismo del Gobierno de Netanyahu, también se saben abandonados por una parte considerable de la izquierda internacional, encallada en la fidelidad a sus propios estereotipos y maniqueísmos, tan enfervorizada en la defensa de la causa palestina que confunde a veces a terroristas sanguinarios con luchadores por la libertad, y siente tanta compasión por las víctimas de las agresiones de Israel que ya no le queda ninguna para las otras víctimas israelíes que no son menos inocentes. La derecha sufre una miopía inversa. La melancolía incurable que transpiran los escritos políticos de David Grossman y de Shlomo Ben Ami tienen que ver con esa soledad interior y exterior a la que parecen destinados los ciudadanos israelíes que piensan como ellos».

Pero esa melancolía, que ha vuelto a ser indignación en estos días, parece renacer convertida en ira: Shlomo Ben Ami ha firmado el día 9 en Toledo un artículo espléndido, «La arrogancia se encuentra con la némesis en Israel». Publicado en la prensa internacional, descarga con dureza sobre Netanyahu la responsabilidad del desastre. «Es cierto —escribe— que en Palestina la sangre fluyó incluso cuando buscadores de la paz como Yitzhak Rabin y Ehud Barak estaban en el poder. Pero Netanyahu imprudentemente invitó a la violencia pagando a sus socios de coalición cualquier precio por su apoyo. Les permitió apoderarse de tierras palestinas, expandir los asentamientos ilegales, despreciar las sensibilidades musulmanas respecto de las mezquitas sagradas en el Monte del Templo y promover delirios suicidas sobre la reconstrucción del Templo bíblico en Jerusalén (en sí misma una receta para lo que podría ser la madre de todos los musulmanes). Mientras tanto, también dejó de lado al liderazgo palestino más moderado de Mahmoud Abbas en Cisjordania, fortaleciendo efectivamente al radical Hamás en Gaza».

Falta de sentido político, condescendencia con el extremismo, ausencia de integridad moral, ineptitud política (el fracaso de la seguridad y la inteligencia), corrupción personal, maquiavelismo de salón (prestar apoyo a Hamás y no a la OLP para desprestigiar al enemigo). Todo esto está detrás de Netanyahu y de la gran tragedia.

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