En aquel tiempo

Una experiencia de belleza

Norberto Alcover

Norberto Alcover

Hace pocos días, y en la Catedral de Mallorca, Teodoro Suau, deán de la misma, presentaba un volumen titulado Gramática de la Seu de Mallorca. Le acompañamos un numeroso grupo de quienes lo frecuentan como sacerdote pero también de lectores asiduos y por supuesto amigos. Recuerdo que en 2021, otro miembro del Cabildo Catedralicio, daba a luz otro volumen sobre el primer templo mallorquín: Comprende la Seu estaba firmado por Joan Bauzá. Ambos textos se complementan y se convierten de obligada lectura para todos aquellos que se interesan por nuestra Catedral desde ángulos diferentes pero todos ellos constructivos: artístico, sociológico, histórico y religioso. Tras la presentación del libro de Suau, se hace preciso escribir unas líneas que propongan el alcance de sus páginas en este preciso momento de nuestra vida mallorquina en toda su amplitud. Y dejo de lado una serie de posibles comentarios no menos relevantes.

Desde hace años, percibo que la luz/Luz es una de las referencias más habituales en las comunicaciones de Suau. Que es un experto biblista y además goza de una sólida espiritualidad sacerdotal. Pero además tiene la rara cualidad de conjugar un certero análisis de la realidad con sus preocupaciones creyentes. Nunca manipula y siempre abre caminos al oyente o lector. Pues bien, en este caso de su aproximación muy personal a la Catedral que ahora cuida, junto a sus compañeros del Cabildo, resulta que la luz aparece como centralidad del edificio, de tal manera que ese edificio iluminado se trasciende en la contemplación del misterio de Dios como Luz inextinguible. Esta es la originalidad del volumen, que nos permite una contemplación catedralicia humanamente atractiva y cristianamente mística. En definitiva, por ahí caminaba también el libro de Joan Bauzá. No en vano, la Catedral mallorquina es la Casa de Dios por excelencia en nuestra Isla. Vaciarla de esta primigenia intencionalidad significa impedir su función antropológica y teológica para la que fue construida.

Estaremos de acuerdo en que nuestra sociedad, en la que abundan producciones culturales de variada tipología, está escada de «lugares públicos» dedicados a la introspección, a la contemplación artística y religiosa, pero sobre todo, a experimentar un elemento cada vez más requerido por tantos escritores. Destacamos dos obras de Pablo d’Ors: Biografía del silencio (2012) y Biografía de la luz en 2021. El mucho ruido ambiental impide viajar a nuestras fuentes primordiales, pero también a la adquisición de esa templanza necesaria para nuestra convivencia y hasta para nuestra acción pública. El silencio está claro que debe de ser «sonoro» y la «luz/Luz» debe de iluminar la vida propia y ajena. En una referencia evidente a lo personal individual, a lo personal colectivo y a lo personal religioso. Porque estamos escribiendo de «luz» y «Luz», como guía de caminantes.

Llegados aquí, resulta que nuestra Catedral ofrece una experiencia de «silencio iluminado» o, si se prefiere, de «luz silenciosa», capaces de restaurar todo cuanto se ha escrito en el párrafo anterior. Nuestro templo nuclear es, así, un «lugar terapéutico» para cualquier persona y especialmente, claro está, para quienes, desde la fe cristiana o sencillamente desde la urgencia del misterio trascendente, pisan sus ámbitos seculares. Y voy más allá, nuestra Catedral, por todo lo anterior, es capaz de provocar una de las experiencias más fecundas del ser humano y también del creyente: una experiencia de la Belleza. Su luz/Luz nos traslada hasta esa dimensión sobrehumana en la que nos identificamos con toda la Belleza planetaria y cósmica, más allá de la que solamente habita el misterio en cuanto tal, siempre prodigioso, y para muchos el misterio de lo divino, absolutamente inexplicable. Pero solamente quien ha tenido esta experiencia de la Belleza es capaz de comprender estas líneas atrevidas y necesarias.

En ocasiones, un libro de naturaleza religiosa parece instalarse lejos de las necesidades cotidianas de los ciudadanos, pero algunas veces rompen este aparente muro y acaban en el corazón experiencial de todos los hombres y mujeres que pretenden ser sencillamente personas y, también, creyentes. Suau lo ha conseguido, como antes Bauzá, y solamente tras la lectura de sus obras, es posible, en general, gustar de nuestra Catedral como «silencio iluminado», al que yo mismo, con regularidad, dejo penetrar en mi persona, sentado a solas en cualquiera de sus bancos. Allí me invade la luz y la Luz, y me recorre las carnes un estrépito de Silencio que me amplía y me anonada. Si se ha gozado una sola vez de este impacto, se vuelve una y otra vez a esa «experiencia de la Belleza», hecha del «silencio iluminado».

Pero si uno sale de la Catedral y toma cierta distancia para contemplar el entero edificio en toda su amplitud, entonces toda la admiración experiencial anterior alcanza proporciones increíbles: la Catedral, ese mismo día, quedaba iluminada de forma novedosa merced a un despliegue de luces «led», que acogen todo el edificio como una llamarada cromáticamente deslumbrante. Y entonces, el recogimiento interior se torna gozo intenso porque uno es atraído como si de una nave espacial se tratara. Ya no se trata de la fascinación de ese «silencio iluminado» del que hemos tratado. Es que uno se funde en tal experiencia hasta el punto de que «es» parte de lo que contempla en su totalidad. Y en esa nueva fascinación, siempre contemplativa, hace memoria de tantos siglos de trabajo escondido de hombres y mujeres que han dado parte de su inteligencia y de su corazón para levantar, desarrollar y perfeccionar esta maravilla hasta dejarla como hoy mismo la contemplamos. La gramática de nuestra Seu puede parecer la misma, pero una nueva iluminación la ha hecho diferente porque su viaje a la trascendencia, siempre silencioso, ha adquirido una velocidad inesperada.

En una palabra, el texto de Suau, y el de Bauzá también, nos trazan un extraño pero certero camino para penetrar en ese misterio catedralicio, que, en realidad, es nuestro propio misterio como personas, como creyentes y, además, como mallorquines. Una auténtica experiencia de Belleza.

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