Limón & vinagre

Óscar Puente, el correoso

Pedro Sánchez y Óscar Puente se saludan en el Congreso de los Diputados.

Pedro Sánchez y Óscar Puente se saludan en el Congreso de los Diputados. / José Luis Roca

Josep Cuní

«La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados». Frase de Groucho Marx, quien a la vista de lo acontecido en el Parlamento de Cataluña la semana pasada podría exclamar ¡y dos huevos duros!

Esto es lo que el independentismo orgánico ha añadido a su menú negociador para investir a Pedro Sánchez. A la amnistía ya encauzada, el referéndum indispensable. No sea que todo les fuera demasiado fácil y la parte intransigente de su parroquia les reprochara suavidad allí donde les enseñaron a exigir contundencia. Porque esta es otra. Aquí ya no se pide nada. Aquí todo se exige.

Esta reclamación coincidió con el impasse entre las dos sesiones de investidura fallidas de Alberto Núñez Feijóo añadiendo más leña al fuego fatuo de la retórica secesionista. Y cuando las miradas se orientaron hacia el silente presidente en funciones tras observar la resignación del aspirante a quedarse como líder de la oposición, los terceros levantaron el dedo para reivindicar la fuerza aritmética que vino a saludarles la noche aciaga de sus peores resultados electorales.

Es cierto que el texto aprobado en el Parlamento catalán no tiene valor jurídico y solo condiciona a la Generalitat a investir a Sánchez si este «trabaja» para un referéndum. Lo que equivale a pedirle que simule que mueve ficha. O sea, a que actúe como ellos están acostumbrados a golpe de aspaviento y aceptación, pomposas declaraciones y pragmáticas rectificaciones. Pero también se ha leído como una doble apuesta en el momento menos oportuno para quien quiere mantenerse en la Moncloa por parte de quienes no quieren abandonar la Generalitat o regresar a ella. Un juego de tronos para voluntades republicanas.

Mientras, la retransmisión de la creciente tensión política enardece algunos ánimos institucionales y callejeros que en menos de 24 horas provocaron dos altercados sintomáticos. Un concejal socialista del Ayuntamiento de Madrid, inmediatamente cesado, dándole tres palmadas en la cara al alcalde y un viajero provocador preguntándole por Puigdemont en el AVE al diputado sorpresa de la semana, quien valoró el acto de intimidatorio. Ánimos caldeados en un país donde la política está sometida a permanente hervor.

Ganador derrotado

Óscar Puente Santiago (Valladolid, 15 de noviembre de 1968) saltó al ruedo para contestar a Núñez Feijóo en nombre del PSOE cuando nadie lo esperaba. Las apuestas se movían entre Pedro Sánchez y Patxi López, pero el partido pensó que nadie mejor que un ganador derrotado para enfrentarse a un igual. Y así fue como el exalcalde de Valladolid durante dos mandatos y apartado del cargo por el tándem PP-Vox se desplazó a Madrid para seguir una carrera sin abandonar la oposición en su ciudad. Una vez allí, bajó a la arena y se arremangó.

Quienes le han tratado con asiduidad le consideran un petulante que muta a cercano en la proximidad, pero no pueden negar que puso a la capital castellana en el mapa. Sus cuarenta minutos de constante y contundente réplica al aspirante le han presentado como un diputado jabalí en alusión a sus colegas de la Segunda República. Aquellos que se caracterizaron por sus métodos ácidos y tajantes. Aquellos a los que Josep Pla describió con acerada crítica. Aquellos que actúan como los astros. Unos dan luz de sí y otros brillan con la que reciben. Puente fue la síntesis de ambos.

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