¡Pechos fuera!

Ilustración: ¡Pechos fuera!

Ilustración: ¡Pechos fuera! / Ingimage

Elena Fernández-Pello

Elena Fernández-Pello

Eva Amaral se arrancó el corsé de lentejuelas en mitad de un concierto y cantó Revolución a pecho descubierto. Fue hace unos días, en mitad de uno de los muchos festivales de este verano, el Sonorama Ribera de Aranda de Duero, en Burgos, y el gesto fue acompañado por un encendido alegato en defensa de la dignidad de la desnudez femenina y del derecho de las mujeres a adueñarse de sus propios cuerpos.

Unas semanas antes, en junio, la policía irrumpió en el escenario durante un concierto de Rocío Saiz, una artista con menos proyección popular que Eva Amaral. La cantante actuaba en la celebración del Orgullo de Murcia, y un agente la obligó a taparse los pechos. Parece ser que la cantante llevaba más de diez años cantando Como yo te amo a pecho descubierto y sin tener ningún problema. ¿Quién decide si es lícito o no exhibir el propio cuerpo? El arte está plagado de cuerpos de mujeres desnudas. Las revistas eróticas para consumo masculino también, y se acepta con cierta normalidad. De pronto, alguien se escandaliza.

En los museos se ven más desnudos femeninos que masculinos; estos no son objeto de tanta controversia ni dan pie a tantas polémicas. Los cuerpos de las mujeres son tratados por los artistas como objetos bellos o como alegorías. Se retrata el cuerpo, no a la mujer que lo ocupa, y durante siglos nadie lo discutió.

Ilustración: ¡Pechos fuera!

Ilustración: ¡Pechos fuera! / Ingimage

Es cuando las mujeres se apropian de esos cuerpos y los utilizan como bandera o como una herramienta de reivindicación política, en el sentido amplio de esa palabra, cuando la sociedad se revuelve.

Mujeres mastectomizadas que muestran sus cicatrices, madres que dan el pecho a sus bebés, movimientos como Femen que visibilizan su lucha con su propio cuerpo... ¿Cuánto hay de activismo y cuanto de exhibicionismo? ¿En qué momento es recomendable que intervenga la autoridad? ¿Por qué resulta tan molesto un desnudo femenino fuera de contexto? ¿Y quién decide el contexto? Deberíamos ser las mujeres, como únicas propietarias de nuestros cuerpos, las que contestáramos esas preguntas.

Creíamos estar en el camino de liberar nuestros cuerpos y de pronto descubrimos que una ola reaccionaria los atenaza. Sin ir más lejos, en las últimas décadas ha decaído la práctica del topless. Un estudio sociológico publicado recientemente en Francia ha constatado que a día de hoy solo el 19% de las francesas desnuda su torso en las playas y las piscinas; en 1984 lo hacía el 43%. Las más recatadas son las mujeres de menos de 25 años, por miedo a las miradas ajenas, por incomodidad ante los mirones, por no encontrar su imagen desnudas en alguna red social, por ser censuradas por su aspecto. A las mujeres nos cuesta ir a pecho descubierto, nos sentimos vulnerables e intimidadas.

Ni amazonas que van a la batalla mutiladas, como si en la lucha se tuviera que renunciar a la feminidad; ni juguetes sexuales para disfrute de los demás. Las mujeres reivindican sus cuerpos y su feminidad, se muestran desnudas, tal como son y tal y como quieren ser contempladas.

En los años 70, la compañera de Mazinger Z, un robot manga que entretenía las sobremesas de los sábados de los niños españoles y que estaba al servicio de la justicia y del bien, tenía una aliada femenina, Afrodita A. Su arma secreta estaba alojada en su tornos y se activaba a la orden de «¡Pechos fuera!». Parece ser que ese grito de guerra quedó registrado en la memoria colectiva de toda una generación, aunque nunca fue pronunciado.

Poco importa a estas alturas. Las mujeres siguen usando sus pechos y su desnudez como armas, no de seducción, sino de autoafirmación.

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