Tribuna

Mis apps y yo

Ilustración: Mis apps y yo

Ilustración: Mis apps y yo / Ingimage

Pedro Antonio Mas Cladera

Pedro Antonio Mas Cladera

En la época veraniega, suelen presentárseme ideas un tanto generales y divagatorias, no de carácter jurídico-administrativo. Ahí va una que se me ocurrió el otro día.

En su obra Meditaciones del Quijote (1914) el filósofo Ortega y Gasset aseveraba textualmente que «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo», en el sentido de que, además de la personalidad de cada uno, es muy trascendente el entorno y las circunstancias en que cada uno se desenvuelve, de tal manera que es imposible deslindar ese yo de las circunstancias en que se encuentra.

Así, muchas veces hemos visto repetida la frase «Yo soy yo y mis circunstancias», para ejemplificar esa dependencia e interrelación entre el ser humano y la naturaleza (o medioambiente, que diríamos ahora).

En el mundo actual, una de las circunstancias que condicionan más nuestra vida diaria -yo diría que cada vez más- son las aplicaciones que llevamos en el teléfono móvil y que nos son imprescindibles para hacer innumerables actividades. Así, la alarma de seguridad, la televisión, las operaciones bancarias, el acceso a la prensa, las compañías de servicios públicos, las reservas de viajes, las compras en cualquier comercio, etc., todas esas actividades las efectuamos hoy en día por medio de aplicaciones (apps.) que llevamos en el móvil y sin las que no podríamos atender esas necesidades. Y, cada vez más, se nos van imponiendo por parte de todo tipo de empresas e, incluso, las propias administraciones públicas a la hora de relacionarnos con ellas.

Por ello, puede decirse que, hoy por hoy, más que la circunstancia, lo que influye y condiciona la vida de cada uno de nosotros son esas aplicaciones, que se constituyen en elementos necesarios e imprescindibles para nuestras actividades cotidianas. Así, la revolución tecnológica que, por una parte, nos ha dado enormes posibilidades y ha implicado importantes mejoras en muchos aspectos, ha venido a significar, también, una pérdida de autonomía individual y de ese ‘yo’ a que se refería Ortega. Ahora, cada vez somos menos yo, si carecemos de las apps que nos permitan desarrollar nuestra vida. Las posibilidades de actuación del ser individual han quedado, de ese modo, muy limitadas y yo diría que, en ese sentido, poco a poco, se va reduciendo el ámbito en el que una persona pueda desenvolverse por su cuenta, sin ‘ayudas’ o intervenciones externas.

O sea, que el hombre medieval o renacentista, por ejemplo, sabía -y podía- hacer muchas más cosas por sí mismo, de las que somos capaces de realizar en la actualidad, en que nuestra vida depende en su práctica totalidad de aplicaciones, herramientas o instrumentos ajenos a nosotros y cuyo funcionamiento se nos escapa (normalmente, en forma directamente proporcional a la edad de cada uno). Basta pensar en lo indefensos que nos quedamos cada vez que se va la luz, que el coche no funciona o que el ordenador se estropea. No digamos ya, si perdemos el teléfono móvil; en ese instante, dejamos de ser persona, ya que nos quedamos sin capacidad de obrar.