La banalización de Hiroshima y Txapote

La equiparación de la bomba atómica a Barbie en ‘Barbenheimer’, la muñeca bomba, ha transcurrido sin denuncias por haber desvirtuado la cumbre de la inhumanidad

Matías Vallés

Matías Vallés

La cumbre del éxtasis religioso no es la mística, sino la blasfemia. La imprecación a la mismísima divinidad también se ha multiplicado en los tiempos revueltos, hasta el punto de que ha pasado desapercibida la mayor frivolización de la historia, emparentar la masacre de las pieles desgarradas de Hiroshima con la incombustible muñeca Barbie. Frente a esta asociación incalificable y desapercibida a escala mundial, contrasta el bullicio por la banalización del «Que te vote Txapote».

Dado que Barbie se ha convertido en el protagonista principal de este artículo y del planeta entero, el dilema existencial de la película confronta los stiletto congénitos de Margot Robbie con los Birkenstock sin tacón que le impone la reconfiguración de su pie. Esta disyuntiva, tan inteligente como el conjunto de la película, se proyecta a los restantes desafíos que afronta la humanidad. El colapso es tan alarmante que solo puede sobrellevarse con la relativización mediante fantasías inalcanzables, Churchill distrayéndose con comedias ligeras en los momentos más duros de la Guerra. Uno de los mejores remedios contra la angustia es el humor, bien negro en el caso español que normaliza la invocación a un asesino terrorista. A propósito, ¿es justo publicitar un modelo de automóvil que ha matado o incapacitado a familiares de quienes van a contemplar el anuncio?

La equiparación de una muñeca descerebrada con la matanza atómica de doscientas mil personas, bajo la feliz fórmula de Barbenheimer, ha transcurrido sin denuncias por haber desvirtuado la cumbre de la inhumanidad. Ni siquiera sirve de excusa la preponderancia de la verdad histórica, porque es Barbie quien ha tirado en la taquilla de Oppenheimer, una saga postnuclear que nunca hubiera imaginado sus cifras de recaudación en ausencia del dilema de Birkenstock. A propósito, la marca de calzado prepara su salida a Bolsa, catapultada por una ficción cómica y con una cotización de ocho mil millones de euros. Nadie se atrevería tampoco a descartar la relevancia del «Que te vote Txapote» en el desenlace del 23J, aunque fuera en un sentido inesperado. No hay nada más concreto que la irrealidad.

Hiroshima y Nagasaki no fueron catástrofes naturales, pese a las proclamas sobre su carácter inexorable que derramó la administración Truman. Los tonos róseos que adquiere la bomba atómica, al emparentar las ciudades japonesas bombardeadas con Barbie Land en la campaña conjunta que los estudios hollywoodienses Warner y Universal niegan haber pactado de antemano, suponen la volatilización del último tabú sagrado. A saber, el nazismo y sus secuelas. La aniquilación se logra mediante un entrelazamiento o entanglement digno de la Mecánica Cuántica, tan citada en Oppenheimer. Dos películas en las antípodas quedan ligadas hasta el punto de que el reto más conspicuo consiste en verlas una detrás de la otra. La muñeca bomba.

En la misma línea reduccionista, sorprende el énfasis sobrevenido de la derecha española al denigrar su lema electoral «Que te vote Txapote», cuando todavía hoy pueden paladearse los titulares heroicos que recibieron a su principal difusor. Puede aceptarse que el hijo del ministro ucedista Ricardo de la Cierva estuvo tan irreverente como Gila, al asestar la inesperada frase en RTVE, pero el fervor correspondió a quienes solo tardíamente repararon en la glorificación equívoca de un terrorista.

El asesino de Miguel Ángel Blanco podrá presumir desde su celda de haber clausurado la campaña de las autonómicas del 28M, gracias al PP. Quienes solo han escuchado la frase categórica de Isabel Díaz Ayuso, no percibirán que se detuvo desafiante para concentrase en su audiencia durante el último mitin madrileño, antes de sentenciar su inapelable «ya no te vota ni Txapote» destinado a Pedro Sánchez. La presidenta madrileña se está labrando una salida de escena de una dureza que no puede ni imaginar, pero proporcional en todo caso a la intensidad que ha impuesto a su ascenso fulgurante.

Los judíos Leonard Cohen en su poemario Flores para Hitler, Mel Brooks en su número Primavera para Hitler de Los productores y Woody Allen en su «cada vez que escucho a Wagner me dan ganas de invadir Polonia», mordisquearon lo innombrable. Sin embargo, Barbenheimer ha derribado todos los diques, a una escala inimaginable por sus precedentes subversivos. Al sur, la derecha tartufista fingía rasgarse las vestiduras por la mención al terrorista, que alentaba al mismo tiempo como baza electoral. Claro que son los mismos dispuestos a mendigar por oportunismo ante el golpista Puigdemont.

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