La suerte de besar

Hacer una sola cosa está pasado de moda

No recuerdo la última vez que me senté a, simplemente, escuchar música o que fui a caminar sin hablar por teléfono

Mercè Marrero Fuster

Mercè Marrero Fuster

Mi abuelo se sentaba en el borde de la cama varios minutos todas las mañanas. Así tomaba conciencia del día. Cuando tenía que hacer números, se encerraba en un despachito en la trastienda, cogía lápiz y papel y no atendía a nadie. Su objetivo era que las cuentas cuadrasen. Horas más tarde, salía con los deberes hechos. Disfrutaba de ir a pescar calamares. Con el paso de los años, he comprendido que la inmovilidad y paciencia que se requieren para esa actividad casaban perfectamente con su carácter. Mi abuelo era el ejemplo de alguien que ponía toda su atención en aquello que hacía.

Hacer una cosa, una sola cosa, es del siglo pasado. Ir a un final de curso de tus hijos, sentarte cómodamente en la butaca y, simplemente, que se te caiga la baba viendo cómo bailan, interpretan o tocan un instrumento es demasiado simplón. Si no levantas los brazos con un móvil entre las manos, no eres nadie. Da igual que el de detrás no vea nada. Hay que registrarlo todo, sí o sí, aunque jamás vuelvas a mirarlo. Fui a un concierto de Rosalía y no vi a Rosalía. Miento, la vi a través de los miles de pantallitas que brillaban en la oscuridad. La vida es eso que pasa mientras tratas de grabarla en tu dispositivo.

Vamos a caminar y necesitamos llevar casquitos para escuchar música, un podcast o para hablar con nuestros amigos. Cocinamos con la radio puesta, desayunamos leyendo el periódico y comemos contestando mensajes de WhatsApp. Vamos a cortarnos el pelo y nos sentimos mal si no entablamos conversación e invertimos todos los trayectos del autobús revisando y respondiendo correos electrónicos. Mirar por la ventana y ver la ciudad pasar está pasado de moda. Una mamá empuja el cochecito donde su hija succiona un chupete con la misma devoción con la que mira unos dibujos animados. Ninguna de las dos se percata del mar y de los barquitos que tienen enfrente. Hemos cambiado la técnica del «abre la boca que llega un avión», por la del Ipad sobre la mesa. Aunque, eso sí, la alimentación es muy saludable.

No recuerdo la última vez que me senté para sólo escuchar música, con los ojos cerrados y tratando de reconocer los sonidos. La multitarea se ha cargado ciertos placeres y ha anulado la capacidad para mantenernos inmóviles y sentir. Vemos la tele, mientras jugamos con nuestro teléfono y miramos una película, mientras enviamos mensajitos y consultamos la edad y trayectoria de los actores en Google.

No sé si todo esto es bueno o malo. Podría ser que tuviera consecuencias en el aprendizaje o en el desarrollo neurológico, pero carezco de información como para sentar cátedra y tampoco quiero ser una abuela cebolleta criticona con las tendencias actuales. Que cada uno haga lo que quiera (o lo que pueda). Sólo sé que estar en muchas cosas hace que, realmente, no esté en nada y sé que no me siento bien en esa tesitura. Me cansa, me inquieta y, al final del día, tengo esa sensación antipática de haber perdido lo más importante que tengo: mi tiempo. A partir de hoy, haré como mi abuelo e invertiré varios minutos en adaptarme al nuevo día sentada en el borde de la cama. Y me convertiré, claro está, en alguien pasado de moda.

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