Na Pilar cosina y J’adore Francina

José Carlos Llop

José Carlos Llop

Tenemos una costumbre en Mallorca –y supongo que en el resto del mundo– que consiste en subrayar el parentesco si las cosas le van estupendamente al pariente mencionado. Lo sea en primer grado o en grado infinitesimal: se cambia y ya está. El prestigio crea lazos de sangre donde apenas existen un par de glóbulos rojos en común y como en las familias reales europeas –también en la nobleza local, muy aficionada a esta costumbre–, los primos abundan. Si el pariente –cercano, lejano o inventado–, triunfa, es más pariente que nadie y todos ustedes saben a qué me refiero porque lo han visto, oído o vivido.

Tal vez por un tic de esta curiosa pulsión narcisista –si el pariente es un don nadie, nadie lo tiene por pariente–, cuando nombraron a Pilar Llop ministra de Justicia, empecé a llamarla ‘Na Pilar cosina’ o ‘Pilar prima’ que es la fórmula correspondiente en castellano: Juan hermano, Antonio primo, etcétera… Lo hice en casa y lo hice con mis amigos: tanto en un sitio como en el otro se sabía que no –aunque hubo dudas–, pero Na Pilar cosina pasó a ser un miembro más de la familia y lo que para mí era ironizar sobre una arraigada costumbre de cierta vanidad local, caló.

No fueron ni uno ni dos ni diez los que sin haberme oído nunca pronunciar la expresión ‘Na Pilar cosina’, me preguntaron si Pilar Llop era pariente mía. Como los Llop en Mallorca somos pocos, lo dejé ahí, en una rama perdida del reino de Aragón. Además, considero a Pilar Llop la mujer más elegante del gobierno –me refiero a elegancia natural– cuya belleza, teñida por una cierta melancolía, es de las que llaman mi atención. Hay algo entre la pintura románica y la dignidad del oriente ortodoxo en su rostro, que me gusta especialmente y cualquiera que me conozca sabe que no me refiero a la política, que me interesa mucho menos que la pintura románica o los iconos bizantinos.

La cuestión es que cuando veo a Na Pilar cosina, sonrío, y eso que ella lo hace poco. Pilar Llop es la imagen de la seriedad gubernamental –hablo de gobierno en abstracto, no del gobierno de Sánchez– tanto en el Consejo de Ministros como en el banco del Congreso: la verán sonreír poco, ya digo, lo que es una pena. Pero últimamente mi sonrisa se me está convirtiendo en sobresalto. Me explicaré. Ya no aparece casi en las fotos y en cambio sí en los titulares, donde han adoptado la costumbre de suprimir su nombre de pila. Serán los líos en su ministerio o será lo que sea, pero nuestro apellido común, ‘Llop’, está en portada cada dos por tres: ‘Llop se reúne con jueces y fiscales…’ ‘Llop se enfrenta al problema de la Justicia en España’ ‘Llop, no sé qué y Llop no sé cuántos…’ y para mí esto empieza a ser un sinvivir. Y lo hace porque mi apellido hace tiempo que ha sustituido a mi nombre cuando se me llama o cita –los nombres compuestos tienden a mermar y un apellido monosilábico es una tentación–, con lo que cada vez que leo que Llop hace, o Llop deja de hacer –y es inevitable: la ministra no para– me llevo un susto considerable porque yo ni hago, ni dejo de hacer, ni me reúno con nadie, ni discuto convenios, ni subo o bajo sueldos, y desde luego no poseo el don de la ubicuidad, ni me dedicaría nunca a la política. O sea que me temo que tendré que acabar pidiendo cita en su ministerio a ver como arreglamos esto. Y pase lo que pase siempre he de pensar –aunque se podría haber evitado la Feria de Abril y el floripondio en el pelo– que la gran belleza de este gobierno reside en ella y sólo en ella (y no, Na Pilar cosina y yo no somos parientes, a no ser que su origen medieval se remonte a los valles de las cuencas del Ebro y entonces ya no me atrevo a decir nada).

Otra cosa es la sensualidad y que el poder se convierta en oscuro objeto del deseo, que es como tituló Buñuel su última película, donde aparecía una radiante y jovencísima Ángela Molina, musa que fue de mi generación a los veinte años y ahora protagonista de una campaña del envejecimiento con dignidad: lo deprisa que va esto. En el Mediterráneo, el matriarcado es una institución y las mujeres que detentan el poder –y eso lo saben bien los partidos políticos– poseen un valor añadido del que carecen los hombres. En cuanto a la seducción del poder, en el caso de las mujeres se añade un componente tribal –la diosa y la hechicera– del que también carecen los hombres –asociados sólo a la figura del guerrero–.

Pero dejemos la antropología de andar por casa y vayamos al vídeo protagonizado por una espléndida y áurea Francina Armengol, que ha sido retirado de las redes después de que lo hayamos visto hasta los que no tenemos redes. Parece que hubo protestas y no entiendo por qué: menudo favorazo le han hecho sus rivales políticos con ese vídeo. No es que Armengol se haya convertido en objeto de seducción (cosa que todo político desea y ella ejerce); si no que en ese vídeo la han convertido en la gran seductora, a cuya mirada y movimientos –todo primario, de acuerdo y ni acordarse de La crítica de la razón pura, dónde vamos a parar– nadie puede escapar, como no pudo escapar Eva de la serpiente del Paraíso. Y encima en oro, como los ídolos antiguos y el fruto de la piedra filosofal. Mira que hay argumentos para rebatir lo peor de su política, pero no: J’Adore Francina, el éxito de la primavera. Si yo fuera del PSIB, les pediría a los del PP que restituyan ese vídeo: menuda campaña. Ni César en Las Galias.

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