Un coleccionista

José Carlos Llop

José Carlos Llop

Del polaco Gaston Palewski pueden decirse varias cosas importantes: fue uno de los hombres de confianza del general De Gaulle durante la II Guerra y aún años después; fue amante, entre otras mujeres, de la escritora Nancy Mitford (que estuvo enamorada de él durante toda su vida y se trasladó a vivir a Francia para estar más cerca suyo sin asfixiar: él en París, ella en Versalles); y fue un refinado coleccionista de antigüedades, con criterio y muy buen gusto. La pulsión del coleccionismo era el principal eje de la vida de Palewski –a quien el uniforme, decían, sentaba como un guante– y ahí no entraban sólo las pinturas, los objetos y los muebles. No casarse con la Mitford –que, además de inteligente, era un encanto– y así mantenerse libre de ataduras, tuvo algo que ver con eso. Ahora lo cancelarían.

He conocido algunos coleccionistas de altura y he visitado las casas-museo de otros que ya habían fallecido. Suelo sentirme bien en ellas como me siento bien entre las pasiones de los coleccionistas, no siéndolo yo en absoluto (nunca llegué a completar un álbum de cromos, salvo Vida y Color que lo terminó todo el mundo). Los coleccionistas son personajes que no sólo no esconden sus pulsiones, sino que las convierten en un arte y ese arte los ennoblece, regalándoles una pasión que enriquece sus días hasta que mueren. Entonces sus colecciones se venden y dispersan y vuelve a girar la rueda de los objetos perdidos y la felicidad de hallarlos.

Toni Juncosa es un arquitecto mallorquín y la frase, escrita en este periódico, suena a obviedad. De hecho, lo es, salvo si añadimos que es quien más años ha dedicado a la recuperación de la arquitectura popular mallorquina como modus vivendi actual. Lo que ya no lo es tanto –o no tan público, al menos– es su colección marítima, como persona nacida en El Terreno, con el mar y los barcos delante. La arquitectura de los barcos como trasposición acuática de la arquitectura terrestre.

La casa de Deià de Juncosa es una casa de la vida, cosa que no lo son, ni mucho menos, todas las casas. Ahí está el arquitecto que la ha ido construyendo durante décadas, el jardinero impenitente, el que busca en rastros y brocanters la pieza necesaria o el objeto adecuado, el que no se sale de la tradición salvo para enriquecerla con el arte del siglo XX: de un grabado de Miró o unas vitrinas de Deyrolle a un móvil calderiano construido por el propio Juncosa. Los libros nos hablan de los gustos de su mujer Francisca –de la Inglaterra literaria de los 20-30 a la Italia renacentista– y de las amistades del matrimonio: arqueólogos, historiadoras, pintores… Y al fondo, el taller de reparación de los barcos de Toni Juncosa, un astillero, unas atarazanas en el corazón de una casa de la Serra de Tramuntana que se repite en su piso de Palma –un piso cuya atmósfera es a medias romana, a medias parisina, donde guarda su colección– creando un efecto especular basado en la felicidad o su inagotable vocación.

Basta con mirar esos barcos y otros inventos para navegar. Basta contemplar la combinación de colores de su flota –a veces una suma de edificios constructivistas, otra las atmósferas de Frida Kahlo y su marido…–, o los sencillos o sofisticados mecanismos de navegación –cuerda, vapor, relojería…– tantas veces arreglados por el propio Juncosa, para disfrutar in situ, aunque él no esté presente, del humor y el entusiasmo de su dueño. Una colección es también una autobiografía y la casa de un coleccionista, un gabinete de curiosidades. Y ahí están, también, los objetos orientales, los pequeños restos arqueológicos, los peces… «Nadie arreglaba nada…», me dijo un día mostrándome un pequeño motor a vapor, «… y así han llegado hasta nosotros, tantos juguetes casi intactos de Ferchen, Märklin, Rico, Roca Ferril o Payá; por no hablar de los franceses…».

Defensor de la artesanía sobre el arte, no sé si con su flota Juncosa podría defender la ciudad de una próxima incursión berberisca, pero ante uno de sus destructores alemanes de la Gran Guerra, la duda está asegurada. ¿Cómo empezó todo? Al fondo, su tío, el pintor Joan Miró y la práctica surrealista de l’objet trouvé: «Busqueu i a veure que trobeu per la terra; sempre es troben coses importants a la terra…» Desde un fragmento de terracota a una pieza de vidrio púnico o la quilla o el motor de alguna lancha de juguete, oxidada por el tiempo y recuperada después por el coleccionista que aún no sabía, entonces, que llegaría a serlo.

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