El hombre que salvó a Pla
En el Congreso conoce de cerca las ganas de pelea. Lo vive como un escándalo. Ve venir el desastre al galope. El mes de abril deja Madrid. En junio ya está en el mas de Llofriu expectante «amb la por al cos» que dejaría escrito su amigo Martinell, el pintor.
Aquello del ajuste de cuentas entre intelectuales, escritores o plumíferos varios es algo bien antiguo. El autor de El Quadern gris era demasiado movedizo para quedarse quieto en Palafrugell donde hubiese estado mucho más seguro. Permanecía en Llofriu y pudo haber pasado cualquier cosa en las difíciles circunstancias de 1936. Su hermano Pere y su amigo, el pintor, Josep Martinell, dejaron la versión que asegura que una cuadrilla de periodistas de Barcelona, con Navarro Costabella a la cabeza, subieron a l’ Empordanet a por él. Reclamaban la presencia de Josep Pla y sería aquí cuando intervendría su amigo anarquista Xicu Avellí que lo custodiaría en su mas de Llofriu durmiendo allí o dejando a un centinela por seguridad del escritor. Cuando ese grupo se acercó al Comité para llevarse a Pla, otro vecino, Pere Pey, les hizo saber que eran de «manos finas» en la ciudad condal y que estuviesen tranquilos que ya se encargarían ellos del asunto. Pero Pey era un idealista riguroso, de sentido común. Carpintero de oficio y fiel a sus ideas se vería desbordado por los acontecimientos, pero no todos los idealistas secundarían el desastre. De hecho, en Palafrugell, el comité había votado en mayoría no molestar a nadie ni quemar ninguna imagen. Acabaron, tres o cuatro, quemando la iglesia, las fuentes son diversas en lo ideológico y todas coinciden.
El mismo Josep Pla lo cuenta a su hermana Maria y a su sobrino Frank Keerl que hasta hace poco ha sido su heredero en lo material y lo intelectual. Era su sobrino preferido. Existe una carta de dos días antes de la Navidad de 1936. Nuestro autor universal asegura que marchó simplemente con la ropa puesta. Se lamentaba que era mucho mejor no escribir y comprometer a la familia. Marchó el 13 de octubre y Avellí lo llevó (por veinte duros) a Barcelona con un papel que acreditaba que su propio amigo, Xicu Moret de ca l’Avellí, lo había detenido. Un coche del consulado de Dinamarca lo esperaba. Pasaron la noche en casa del sr. Enberg, Adi no andaría muy lejos. Un vapor lo llevaría a Marsella. Su hermano Pere no quiso marchar con él, muy afectado como estaba por la muerte reciente de su mujer. La indiferencia de Pere contrastaba con un Josep Pla escapando con otros refugiados. Confiaba que a sus tías y padres no les pasaría nada pues se habían retirado de la vida pública hacía ya tiempo. J.Pla, como su padre, solía llevarse bien con todo el mundo y de diversas ideologías. Cuenta que hubo un intento de socialización en todo el pla de Llofriu. Les habían incautado cien pesetas y doce conejos para el Front d’Aragó. Aseguraba que dentro de la catástrofe absoluta la cosa iba más o menos bien. Les pedía que no dieran noticias suyas, que era mejor que lo considerasen muerto «és el que pensa molta gent, o desaparegut». De su amigo anarquista Xicu Avellí dejó unas palabras muy claras a su familia: «En Xicu Avellí ens defensà sempre i per anys que passin li hem d’estar agraïts».
Espero que aquellas personas que lo explican casi todo desde el blanco y el negro vean un poco más claras las tonalidades de la gris historia de este país. La gente de bien, precisamente, suelen ser todas aquellas personas que de un modo u otro hacen que las cosas no vayan todavía peor.
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