LAS CUENTAS DE LA VIDA

El ahorro se hunde

La globalización ha incrementado la brecha entre las distintas clases sociales

Daniel Capó

Daniel Capó

Con el retorno de la inflación, todas las alarmas económicas se encendieron. Los Bancos Centrales activaron con celeridad el botón de la subida de tipos, intentando enfriar una economía con síntomas de burbuja. Los agoreros de los experimentos monetarios se frotaban las manos: ¡al fin llegaba el anunciado descontrol de los precios! Con un mercado inundado por la liquidez, algunos inversores buscaron refugio en las criptomonedas, que se publicitaban como el nuevo patrón oro. La invasión rusa de Ucrania no hizo sino acelerar todos los temores: los activos bursátiles se desplomaron sin control, el euro perdió la paridad con el dólar y la energía se convirtió en un quebradero de cabeza para los Estados (¡y para nuestros bolsillos!). Durante muchos meses, los gobiernos esperaban un nuevo crash que recordaría el de los nefastos años 2008-2011. Mientras el BCE y la FED endurecían las condiciones del préstamo de dinero, el gasto público se disparaba en busca de un difícil equilibrio: había que reducir la inflación sin afectar, en exceso, a la creación de empleo. Y en cierto modo –sólo en cierto modo– se ha conseguido, aunque haya sido de forma temporal. La explicación que se dio entonces, junto a la del gasto público, fue que las bolsas de ahorro acumuladas durante la pandemia se encontraban casi en máximos históricos. Así, a pesar de las subidas de tipos, el consumo mantenía el pulso. Y el empleo también.

Los últimos datos conocidos empiezan a hablarnos de una realidad distinta. El ahorro acumulado por los hogares durante la pandemia se ha reducido de manera notable, hasta acercarse a sus niveles mínimos. Sin reservas en el depósito y con la presión creciente de los tipos de interés, de los nuevos impuestos y de la subida constante de los precios, la moneda al aire de la recesión puede caer en un lugar distinto al del año pasado. Pero, aunque no llegue a producirse la temida recesión, el impacto sobre las rentas medias será considerable. Ya lo es, a poco que uno revise la cesta de la compra o consulte en su cuenta corriente el aumento implacable de la hipoteca, que no parece tener fin. ¡Afortunado aquel que tomó la sabia decisión de hipotecarse a tipo fijo hace unos años! Como sucede tantas veces, la ventana de la oportunidad ya se cerró.

Los principales afectados por el nuevo escenario económico son lógicamente las rentas medias y bajas con mayor propensión al consumo de bienes necesarios. No puede ser de otra forma. Las rentas altas, por su misma capacidad de ahorro y por la estructura patrimonial de sus bienes, se encuentran más protegidas ante cualquier eventualidad. Y, por lo general, su posición profesional muestra mayor resiliencia ante los shocks de empleo. El foso social –es decir, la brecha entre clases– no hará sino seguir creciendo en los próximos años, a pesar de todos los bonos del gobierno y de los intentos más o menos fracasados de poner coto a los precios. La brecha se incrementará porque la dinámica de la globalización conduce en esa dirección al concentrar la riqueza en unos puntos geográficos y desplazando al resto de ciudadanos hacia la periferia. La inflación y el quebranto del ahorro no hacen sino distanciar del centro aún más esas periferias económicas a las que la mayoría ya pertenecemos de un modo u otro.

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