Progresismo y «podemización»

Antonio Papell

Antonio Papell

He leído con asombro una crítica desaforada a Nadia Calviño escrita por el director de un medio digital de los considerados moderados en la que se echa en cara a la vicepresidenta económica que señalase «hace unos días que el hecho de que varios banqueros españoles cobren más de un millón de euros al año deja ‘claro’ que es ‘preciso’ establecer un impuesto sobre los beneficios extraordinarios a la banca». A juicio del periodista, tales declaraciones habrían confirmado el error de quienes consideraban a la ministra de Economía «la tecnócrata tranquila venida de Bruselas que no se iba a dejar llevar por la ideología e impondría cierta mesura en un Ejecutivo contaminado de origen por la presencia de Pablo Iglesias».

Si no estuviéramos tan cerca de las elecciones, podríamos pensar que al escribidor se le han desenfocado los anteojos, pero dicha manifestación curiosa coincide con la estrategia de Génova de asegurar que Sánchez no es más que el cabecilla de una coalición radical de extrema izquierda formada, entre otros, por comunistas y etarras, de manera que resultaría necesario echarle del poder para restablecer el equilibrio.

Si algo ha sido notorio en estos tres primeros años de la legislatura ha sido la tensión constante entre PSOE y UP, que ha quedado de manifiesto en prácticamente todas las iniciativas relevantes que ha adoptado el Gobierno. Quiere decirse que los dos términos del consejo de ministros se han afanado todo el tiempo buscando equilibrios entre la moderación socialdemócrata de los socialistas y la radicalidad mayor de los podemitas, aliados con una débil IU. Generalmente, el punto de encuentro ha estado determinado por la posición europea, que marcaba pautas y no podía ni sobrepasarse ni transgredirse. Posición que Calviño conoce al dedillo, en muchos casos porque ella contribuyó en su día o está contribuyendo ahora directamente a formarla, dado su ascendiente en Bruselas, en la Comisión y en los centros de reflexión y estudio del gobierno europeo.

El autor del trabajo critica que Calviño «se haya dejado llevar por la ideología», y no se ve a qué se debe la sorpresa por ello. Quien llamó a Calviño a dirigir la política económica de este gobierno es un socialdemócrata, Sánchez, que cree en el estado de bienestar, que piensa que ese estado de bienestar ha de ser financiado con impuestos y que confía en la idea de redistribución, que se logra modernamente gracias a unos buenos servicios públicos universales y gratuitos. Asimismo, esta izquierda ha sido la que se ha preocupado por redimir a quienes, con los ecos de la crisis de 2008 o con la crisis sanitaria, han sufrido el mordisco de la pobreza, designio que, en esta ocasión y al contrario de lo que sucedió en la crisis anterior gestionada por Rajoy, ha sido impulsado por Bruselas, que ahora ha sustituido las apelaciones a la austeridad por los fondos Next Generation.

Dígase lo que se diga, este impulso redistributivo, que ha mitigado el efecto negativo de la crisis sobre los menos pudientes, no se ha financiado con medidas radicales. En la mayoría de los casos –como en el impuesto a la banca- ni siquiera se han aplicado medias estructurales permanentes sino temporales. Los extraordinarios beneficios del sector deberán contribuir a paliar las necesidades de los menos favorecidos. No ha habido por lo demás reformas de los grandes impuestos, directos ni indirectos, por lo que hablar de «radicalidad» o de «podemización» de este gobierno en general o de Nadia Calviño en particular es un exceso descabellado. Afirmar, como ha hecho Sánchez este fin de semana, que «hubo otros que rescataron a los bancos mientras congelaban el sueldo de funcionarios y las pensiones. Nosotros ponemos impuestos a la banca y subimos las pensiones con el IPC», no indica que Sánchez haya caído en manos de Podemos sino que este gobierno es progresista, simplemente. Algo que no parecen tolerar algunos sectores de la oposición. Los mismos que ven con buenos ojos que el PP pacte con la extrema derecha neofranquista en tanto critican que el PSOE se codee con otras fuerzas democráticas, afines pese a hallarse más a babor.

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