escrito sin red

Operación maquillaje

Ramón Aguiló

Ramón Aguiló

La última vergüenza del sistema político ha sido la votación de la resolución en el Parlamento europeo contra Marruecos por limitar las libertades, de expresión y de los medios de comunicación. La resolución fue aprobada por 356 votos a favor, 42 abstenciones y 32 votos en contra, de los cuales 17 eran de socialistas españoles, 3 de no inscritos y 12 de la ultraderecha; socialistas y ultraderechistas de la manita, el PP se borró. Un solo socialista español a favor, Iratxe García, porque quería salvaguardar la presidencia del grupo socialista europeo. La secuencia: el ministro de asuntos exteriores marroquí exige por teléfono a Albares el voto en contra socialista para posibilitar la cumbre hispano-marroquí de febrero; Albares ordena el voto en contra del grupo socialista español. O sea, el Gobierno de Sánchez, no sólo controla al Parlamento español, también a los eurodiputados socialistas que, lejos de representar a los ciudadanos que los han votado reciben por teléfono las órdenes sobre el sentido de su voto: blanquear a una dictadura y a un sátrapa que nos tienen cogidos por salva sea la parte con la inmigración incontrolada.

El pasado sábado, una gran concentración de ciudadanos se manifestó en Madrid contra el Gobierno de Sánchez, que se apresuró a rebajar a una ridícula cifra el número de asistentes. Sánchez, que acababa de amenazar a CyL con un 155 a cuenta del fake del latido fetal de Vox, equiparó esa manifestación con la del jueves en Barcelona contra la cumbre España-Francia, 10.000 asistentes. La catalana, de los que quieren una España rota, la de Madrid, de los que la quieren uniforme. Miente, como es propio de su naturaleza; lo que se calla es que él pacta con los que la quieren rota. Núñez Feijóo sentenció que Sánchez había perdido la calle, ¡como si él la hubiera ganado!; ni él ni la dirección del PP hicieron acto de presencia, en otra indigna muestra de acomplejamiento, no fuera que Sánchez le sacara otra foto como la de Colón: «que viene la derecha del brazo de la ultraderecha». Estuvo Abascal, pero también Arrimadas, Álvarez de Toledo, Villacís y gente de izquierdas como Savater, sí, al que independentistas catalanes y vascos, eructando odio llaman fascista. El populismo nacionalista, con mando en plaza, ejerce de Humpty Dumpty, dicta el significado de las palabras. Son los extremistas los que deciden quiénes encarnan la moderación. De la manifestación me quedo con la imagen de un ciudadano, de espaldas, solo, portando una pequeña pancarta que decía: «¡Viva Montesquieu!». Es una dignísima respuesta a la frase «Montesquieu ha muerto» atribuida a Alfonso Guerra en 1985, aunque él niega haberla pronunciado. No sé si era de derechas, de izquierdas o de centro, al margen de su ideología era la imagen luminosa de la libertad frente a la tiranía de un poder sin contrapesos.

Núñez Feijóo anunció el lunes 60 medidas para regenerar la democracia, rechazando abrir la Constitución a reformas. Entre las primeras, una inaplicable, que gobierne la lista más votada (para evitar gobiernos de coalición con Vox), recuperar la sedición y un CIS independiente, reformar el ministerio fiscal, la ley del Poder Judicial, CNI, RTVE, ley del sólo sí es sí, la malversación. Es decir, se propone maquillar el sistema político y maquillarse él, cuando lo obvio es que se ha llegado a su degeneración absoluta por los patógenos latentes en la C.E. que han alumbrado la oligarquía partidaria que monopoliza el poder, y que, como decía Juan Manuel de Prada en ABC, permite gracias a las ambigüedades semánticas y al llamado lenguaje creativo (significados distintos en función del momento), interpretaciones contradictorias, las llamadas mutaciones constitucionales, que la desfiguran más allá del espíritu constituyente. Calificaba así al sistema: «son ciegos que guían a ciegos, si uno guía al otro, los dos caerán en el hoyo». Yo lo definiría de otra manera: son oportunistas sin escrúpulos que guían en provecho propio a un ejército de vencidos que desconocen su condición. Feijóo no va a regenerar nada, a lo sumo va a hacer, si gana, unas reformas superficiales que para nada van a cuestionar el sistema electoral de listas bloqueadas y cerradas, la colonización de la administración y el control del Parlamento por el Gobierno y el partido que lo sostiene.

Si cuando el golpe de mano que le llevó a presidir el PP ya advertíamos de que de este alumno aplicado de Rajoy no podía esperarse otra cosa, en el mejor de los casos, que una gestión económica aseada, su gestión hasta el momento ha consistido en procrastinar y no liderar el hartazgo generalizado de Sánchez en la derecha, el centro y parte de la izquierda, la más comprometida con la democracia liberal y con la separación de poderes. Ante la más letal ofensiva contra el Estado dirigida por el presidente del Gobierno eliminando el delito de sedición y devaluando las penas por malversación para favorecer a los aliados parlamentarios que le mantienen en el poder, en clara arbitrariedad prohibida en el artículo 9.3 de la C.E., Feijóo se ha limitado a proclamar que la moción de censura contra Sánchez la va a presentar, no él, sino los electores en las elecciones locales y autonómicas y las generales a fin de año. No se ha atrevido a encabezar una iniciativa de censura parlamentaria, temeroso de salir derrotado por Sánchez. Confía, de forma temeraria y cobarde, en que sean los ciudadanos los que le lleven en volandas al poder. No apuesta por regenerar la democracia española porque no se atreve, es un hombre temeroso, no confía en sus propias fuerzas porque no las tiene, porque la fuerza personal es una consecuencia directa de la de las convicciones y las suyas dependen en exceso de las ajenas. Feijóo, como Rajoy, siempre está escrutando cómo contemporizar para evitar la confrontación, algo aconsejable en una democracia asentada, con consenso institucional, pero incompatible con la degeneración del sistema político español y particularmente del PSOE y del propio PP, que sólo admiten reformas superficiales que no cuestionen el statu quo. Feijóo no es el estadista capaz de encabezar la titánica batalla que supone la regeneración política. Puede que gane las elecciones, pero, desde luego no va a ser con mi voto; a otro perro con ese hueso. Sánchez es un síntoma dolorosísimo, pero no es la enfermedad. No nos confundamos.

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