en aquel tiempo

Ratzinger, y el final de una época

Norberto Alcover

Norberto Alcover

Cuando el año tocaba a su fin y sin apenas estridencias, el papa emérito descansaba su vida de forma definitiva en los brazos paternales del Dios en el que creyó con una radicalidad absoluta. Invitado después del Vaticano II, junto a Küng, a participar en el aggiornamento eclesial por el gran Pablo VI, aceptó el encargo mientras Hans prefería mantener su independencia teológica desde la siempre problemática Alemania. Después, años de presidencia del comisionado de la fe, enfrentando a problemas tan serios como la teología de la liberación y en general a una sociedad en progresiva secularización. Intentó responder desde la razón más tradicional, pero tal vez temió una contaminación del secularismo de la Iglesia y procedió con exagerada contundencia. Este hombre perseguía la verdad con ahínco, mientras la mentira luchaba por imponerse como paradigma de la posmodernidad. Viajó a los lugares más interrogantes del momento, se entrevisto con rabinos e imanes, pero también con los hermanos ortodoxos, caminó por los caminos salpicados de sangre de Auschwitz, hasta darse de bruces con lo que él mismo venía sospechando, la pederastia de parte del clero, diocesano y religioso, como gran enigma frente a la santidad de la iglesia. Declaró la tolerancia cero al respecto, soportó una soterrada violencia vaticana, fue tildado de blando por parte de los medios de todo tipo, personas muy cercanas a él, traicionaron su legado, y al final, tras meditarlo muy seriamente ante su Dios, explosionó en la iglesia y en el mundo con aquella renuncia que a todos dejó perplejos.

Era un jueves, 28 de febrero de 2013. Una fecha para recordar siempre como el definitivo gesto de confianza y de humildad ante amigos y enemigos, entre quienes se abría como un sendero abrupto esa voluntad de su Dios, que fuera su norte permanente, creyente radical como era, repetimos de nuevo. Con este hombre, de salud frágil, de sensibilidad exacerbada, de teología tan recia como conservadora de la tradición eclesial, muere definitivamente un tiempo de la Iglesia y de la historia humana, y nos abrimos descaradamente a un tiempo de fragilidades intelectuales, de fracturas ideológicas sin cuento, de permanente olvido de toda tradición, entregados a cierto adanismo, llevados de un miedo cerval a toda verdad e instalados en el relativismo más descarado. Un tiempo sin dibujo.

Este año que ha concluído ha sido un tiempo de quiebra inesperada de muchas expectativas puede que frágiles y un tanto frívolas. El equilibrio de bloques se ha roto en Ucrania, y las consecuencias de tal guerra nos han abocado a nuestros propios fantasmas: la fragilidad de nuestra economía de mercado, el aumento se nuestra pobreza más enquistada que nunca, el enfrentamiento descarado de capitalismo y liberalismo, un interrogante doloroso sobre el sentido del socialismo a expensas de populismos en cadena, de nuevo aparece el fantasma nuclear, aumentan los refugiados de todo tipo, en lugar de puestos de trabajo creamos subsidios infinitos, las clases medias se enfrentan a perentorias situaciones, y la verdad de verdad da paso a soluciones encantadas de sí mismas que solamente conducen a legislaciones precipitadas y con recortados índices de permanencia. De todo esto somos unos conscientes y otros pretenden convertirlo en materiales para una nueva época, que nadie se atreve a definir. En los huecos de la verdad, que se bate en retirada, colocamos brotes de miseria intelectual, desaparecidos los grandes maestros y maestras de antaño. Y nos conformamos con series televisivas que solamente recogen tanta pobreza para que la mastiquemos en la oscuridad de nuestras noches. Los fantasmas que acosaron al papa emérito, son los mismos que nos acosan a nosotros.

Pero miramos al año que acabamos de comenzar, este 2023 que se inaugura entre bombas y destrucción. Tiempo tendremos para saber si somos capaces de negociar una paz justa, de tomarnos en serio el aumento de las temperaturas y la deforestación consecuente, de abandonar el populismo dominante para reactivar las virtudes del socialismo y de una derecha ilustrada, para mirar cara a cara a las estructuras familiares, ahora tan desmadejadas, y sobre todo, de conseguir un feminismo razonable que vaya a la raíz de sus propios problemas, sin dejarse caer en manos de un machismo tan violento como ciego. Vencerán los más serios y sensibles, quienes pongan sobre el tablero programas humanísticos que huyan de controversias iracundas en los foros parlamentarios, los que sean portadores de la razón compasiva porque ellos pondrán las bases de una sociedad respetable, los sencillamente buenos, a pesar de tanto grito y de tanta frivolidad. Esos que repetirán el amor a la verdad, la pasión por la concordia y la aceptación de que el poder nunca es infinito y que hay que saber renunciar cuando nuestra fragilidad se impone. Esas virtudes seculares y evangélicas que practicó un Ratzinger ahora ya marchado tras críticas abusivas y tantas veces mendajes. Porque en general hemos preferido golpear sus fragilidades que enumerar sus cualidades evidentes y constructivas.

Francisco es diferente, pero no es menos radical cuando de la verdad se trata. Su misericordia, su cercanía y su presencia junto a los más vulnerables, debieran ayudarnos a constructor un 2023 menos agresivo y más entregado al culto a la verdad y al humanismo, recordando la admonición del emérito: «el gran problema de Europa es haberse vaciado de Dios». Nos da vergüenza reconocerlo, pero, en el silencio de nuestras conciencias, sabemos que tal lamento es cierto, que cuando la trascendencia nos falla, una inmanencia descorazonadora nos inunda y nos convierte en habitantes despistados de este mundo en vías de adorar la inteligencia artificial pero nunca humana.

Junto al deseo de que el bien y la justicia inunde sus vidas, celebraremos estos dones como regalos mágicos de unos personajes venidos de ese Oriente que nos llega pisando fuerte. Es el fin de una época razonable y el comienzo de otra entusiasmada con la postverdad. En estos momentos precisos a muerto Benedicto.

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