Impunidad en las redes

La falta de responsabilidad editorial permite la humillación pública de una menor de 16 años

Ilustración: Impunidad en las redes

Ilustración: Impunidad en las redes / Leonard Beard

Joan Cañete Bayle

Joan Cañete Bayle

¿Cómo se llama difundir información morbosa, escandalosa, polémica o impactante con el objetivo de aumentar la audiencia del emisor de dicha información? Sensacionalismo. Esa, junto a mentir y la autocensura, es una de las acusaciones profesionales más graves que puede recibir un medio de comunicación o un periodista. Desde los pioneros New York Sun y New York Herald hasta el Bild y Daily Mirror, la prensa sensacionalista como modelo editorial y de negocio es harto conocida, identificada e identificable. ¿Cómo se llama el hecho de que un ciudadano difunda información morbosa, escandalosa, polémica o impactante a cambio de retuits y followers? Sensacionalismo, también. La diferencia es que no siempre es reconocido como tal en la conversación pública y que, a diferencia de los medios (también los sensacionalistas) los ciudadanos emisores de información en las redes no están sometidos a códigos deontológicos, prácticas profesionales ni control editorial.

Imaginemos un mundo sin móviles en el que una chica efectúa una felación a un chico en plena pista en una discoteca, pongamos que se llama Waka. Un mundo en el que la única grabación del acto es la de la cámara de seguridad de la discoteca. Imaginemos que de alguna forma esta grabación acaba en las manos de un periodista. E imaginemos que ese periodista intenta publicar el vídeo, porque considera que es noticia, porque le ha llegado que la chica es menor y está indignado, porque quiere denunciar las prácticas en esa discoteca, porque quiere amasar cuanta más audiencia, mejor. Incluso en un medio sensacionalista, ese vídeo convertido en noticia pasaría filtros, jefes y reuniones, sería motivo de debates, de consultas legales, de conversaciones profesionales y éticas, obligaría a tomar decisiones. El proceso sería más o menos riguroso según el medio, sus varas de medir, sus recursos, su modelo de negocio y el estado de sus finanzas. Pero habría un proceso. Tal vez algún medio en ese mundo sin móviles lo acabaría publicando. La mayoría, me atrevo a decir, no. Pero incluso quien lo publicara decidiría hacerlo tras un proceso profesional y afrontaría las consecuencias (sociales, reputacionales, empresariales) pertinentes. Desde el punto de vista legal, hay una amplia casuística en el Código Penal.

Imaginemos un mundo en el que todo el mundo lleva en el bolsillo un teléfono móvil con cámara de alta resolución, el nuestro. Alguien (o muchos alguien) graba ese vídeo en la misma pista del Waka y lo publica en cuestión de segundos. A velocidad de vértigo, miles de personas lo ven en sus redes sociales. Muchas de estas personas, con un sencillo gesto, lo comparten. ¿Por qué? Por sensacionalismo y por vanidad, por morbo e inconsciencia, para amasar followers, para ser el emisor alfa en la conversión viral del momento, no solo veo y comento el vídeo, sino que lo difundo. El debate interno, los filtros editoriales y empresariales, las consultas legales, el proceso profesional... Nada de eso existe. Tuit y retuit.

¿Y las consecuencias de haber humillado a una chica de 16 años y, según los expertos, haberle creado un trauma gravísimo? Compartir el vídeo sexual de Waka puede suponer de 1 a 5 años de cárcel, ya que es pornografía infantil. Los Mossos d‘Esquadra están investigando quiénes grabaron y difundieron los vídeos. No es aventurado decir que es imposible que todos los que compartieron ese vídeo afronten las consecuencias de sus actos. ¿Quién cometió el crimen contra la chica de la discoteca Waka? Las redes sociales. Es la versión digital en el siglo XXI de Fuenteovejuna.

La eclosión temprana de las redes sociales vino acompañada de una crítica feroz a los medios de comunicación, presentados por las teorías de un colectivo difuso de «internautas» como dinosaurios opacos, verticales, grises, domados por oscuros e inconfesables intereses políticos y empresariales, parte esencial del establishment en un discurso de ellos contra nosotros. Por contraposición, las redes eran libres, autogestionadas, horizontales, coloridas, democráticas, gloria al periodismo ciudadano frente al periodismo profesional. Hoy, que ya conocemos el sesgo de los algoritmos, las fake news, las burbujas, los influencers, las cuentas falsas, los bots, el asalto a la privacidad y el peligro que para nuestra democracia y convivencia supone la difusión masiva de información sin responsabilidad ni consecuencias, sabemos que esa superioridad moral estaba equivocada, lecciones, las justas. El sistema de medios de comunicación sigue inmerso en su reconversión digital y dista mucho de ser perfecto, pero humillar de por vida a una chica de 16 años es mucho más sencillo e impune en el mundo de las redes que en el del periodismo profesional.

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