PENSAMIENTOS

No seas trasto

Felipe Armendáriz

Felipe Armendáriz

Dentro de cien años dirán que los españoles del siglo XXI eran unos guarros. Nosotros nos comparamos con nuestros compatriotas de los felices años veinte en materia de higiene personal y salud pública y salimos ganando nítidamente. Igual pasará con nuestros biznietos, si es que tienen tiempo para echar la vista atrás o el cambio climático no ha trastocado el mundo.

Pensamos que con los avances técnicos y el apabullante boom digital lo tenemos todo resuelto en cuanto a limpieza de nuestras calles. Modernas barredoras; sofisticados camiones-cuba; contenedores soterrados; tarjetas electrónicas; puntos de reciclaje, aplicaciones mágicas, etc. han sustituido a los antiguos capazos; escobas de ramas; palas; carros de caballos…

Los barrenderos siguen activos, pero ya no están solos como hace unos pocos años. Su tarea diaria se ha racionalizado y cuentan con el apoyo de una versátil maquinaria.

Todo esto es muy positivo, pero ¿por qué los vecinos de una ciudad de tamaño medio como Palma pensamos-sentimos que la urbe está sucia? La respuesta es bien sencilla: somos los propios habitantes los culpables.

Los creativos de las agencias de publicidad contratadas por la empresa municipal de limpieza (Emaya) son muy buenos. En algunas farolas y árboles de la ciudad hay colgados unos pequeñitos carteles con dos lemas diferentes: no seas trasto y méteme dentro. El primer eslogan hace referencia a que los residuos voluminosos, tipo sofás o armarios, tienen un día para sacarlos a la calle de cara a su recogida.

«No seas trasto», se les decía antaño a los renacuajos cuando hacían diabluras y no había dibujos animados o consolas para apaciguarlos. Algunas personas se comportan como niños malcriados y arrojan a la calle todo lo que les molesta o les sobra, sin pensar en horarios ni calendarios. «Mi casa está limpia; lo de fuera me importa un pepino», piensan de manera egoísta e insolidaria.

El segundo lema recuerda algo tan evidente como que las bolsas de basura deben depositarse en su depósito correspondiente y no en las aceras. Las zonas de contenedores son, a menudo, espacios llenos de suciedad, desperdicios y mugre; muy pocos puntos de recogida aparecen limpios.

Ramon Perpinyà, presidente de Emaya, afirma que el problema de Palma no está en las calzadas sino en las aceras. Para eso ha comprado baldeadoras que, de madrugada, tratan de dar algún repaso a determinadas zonas.

Se equivoca Perpinyà: los causantes de la suciedad son los propios palmesanos y los turistas. El edil, en período preelectoral, también ofrece otras «soluciones» como una maravillosa aplicación informática que servirá para avisar a su compañía de cualquier anomalía. Habrá que ver cuánto tiempo tarda Emaya en resolver cada disfunción. Mientras tanto, el incivismo, vence por goleada.

Hay cosas tan insignificantes como una colilla o un chicle usado. Sin embargo, su abandono en lugares inadecuados causa problemas de higiene e incluso medio ambientales. Por último, y no menos importante, está la plaga de los excrementos y orines de perros y gatos. Aquí hay algunos de dueños de mascotas que no paran de hacer «trastadas» para desgracia y calvario de sus conciudadanos. ¿Qué dirán en el siglo XXII?

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