Al Azar
Pegarse al cuadro ya no tiene pegada
Espero que al recibo de la presente se haya usted adherido las manos a las paredes o los cuadros de algún museo, la nueva experiencia cultural que solo caerá en desuso cuando se muestren las duras imágenes en que los activistas son despellejados para despegarse y seguir a sus asuntos. Quienes dimos la bienvenida esperanzados a la salsa de tomate Heinz arrojada en la National Gallery de Londres contra el vidrio de Los girasoles de Van Gogh no solo llevamos perdida la cuenta de las repeticiones, hemos perdido sobre todo la paciencia. La esencia del arte era la originalidad y no la copia, el coraje del desafío inicial ha degenerado en el hastío de la audiencia.
En medio del colapso climático, ni Van Gogh ni Goya hubieran perdido el tiempo pintando florecitas, pero les presuponemos al menos la originalidad de no repetir infinitamente la misma performance. En la mínima variación exigible, algún ecologista de Just Stop Oil debería adherir la palma de su mano a un presidente del Gobierno o asimilado, para despertar un mínimo interés con este gesto siamés. Pegarse a un cuadro ya no tiene pegada, más allá de degradar a museos de segunda categoría a las instituciones que todavía no han sufrido la agresión de mentirijillas, porque ningún colectivo radical ha considerado oportuno embadurnar sus óleos.
Las acciones en museos superan en intrascendencia a las obras almacenadas. La innovación ha caducado, los gestos manuales de los ecologistas adheridos son tan inocuos como los manifiestos de las cumbres climáticas. Si una inteligencia sobrenatural ha diseñado todo esto, se debe carcajear en su trono de los humanos obtusos. La censura masiva de la creatividad conduce a la ley inexorable de hacer lo mismo que los demás, el éxtasis de la imitación. La congelación de la imaginación es más acusada y peligrosa para el futuro de la humanidad que el calentamiento global. Si crees que la salida del colapso se halla en la palma de tu mano, eres más peligroso que un negacionista.
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