El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski compareció el martes pasado ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas con un duro discurso. Dejó caer textualmente que esta organización internacional, la más grande hasta la fecha, puede plantearse seriamente bajar la barrera y disolverse si no es capaz de cumplir con sus objetivos fundacionales: el mantenimiento de la paz y la seguridad.

Sería injusto culpar a la ONU de los problemas en nuestra sociedad internacional que pese a lo obvio, pero está bien recordar, no los ha creado ella, sino que han sido producto o resultado en todos los casos de las acciones de nuestros actores internacionales por antonomasia, los Estados.

En la playlist musical del orden mundial (en caso de existir) no encontraríamos el Canto a la Alegría de Beethoven, sino más bien estrofas de Sex Pistols o cualquier otro grupo punk. De hecho, desde el fin de la Guerra Fría y la disolución de los dos bloques, la anarquía es lo que mejor describe el panorama internacional.

En los tiempos que corren, asistimos a una tormenta perfecta que beneficia aquellos que quieren regresar a la lógica estatal, a la Guerra Fría y al unilateralismo. Y, por ello, veo urgente repensar y trabajar sobre lo construido, antes que cargarnos una pieza fundamental del complejo a la par que endeble entramado internacional.

Para situarnos y no caer en falsas expectativas, debemos entender la ONU no como poder supranacional, pues la verdad sea dicha su poder es bajo, como ya hemos comprobado en muchos episodios bélicos anteriores. La ONU es más bien una agrupación voluntaria de estados, en la que en teoría estos se reconocen y se trata de tú a tú en un mundo globalizado e interconectado. Esta organización debería ser el marco en que los Estados superasen las divisiones a la hora de afrontar problemas que tienen una dimensión global y hacerlo a través de una acción global coordinada y acordada dentro de la institución más universal de la que disponemos, que recordemos fue creada para ello tras los horrores de la Segunda Guerra Mundial en 1945.

Algunas de las principales críticas apuntan a su dinámica de votación, que sigue enquistada aún en el superpoder que otorga el derecho a veto de las cuatro potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial más China. Luego, el Consejo de Seguridad de 15 miembros, cinco de ellos permanentes y los otros rotativos, no es representativo para nada de la aldea global (193 estados). Y por último el papel secundario en el que queda la Asamblea General.

En estos casi 77 años de historia de la Organización Internacional, ha habido voces e intentos de reforma para ampliar el número de miembros del Consejo de Seguridad, pero siempre han fracasado básicamente porque al club de los 5 permanentes ya les va bien así, mostrado pocas ganas de ceder poder a nuevos miembros fijos. Otro motivo también clásico es el rechazo de Rusia y China ante el derecho de injerencia.

El que fue su 7º Secretario General, Kofi Annan, ya lo intentó en su doble mandato, pero fracasó como él mismo reconocía en aquel amargo discurso de despedida. En ese, lamentó los múltiples fracasos de la ONU desde Bosnia-Herzegobina, 1992, Ruanda, Sierra Leona, Timor... Al que tal vez habrá que añadir mañana a Ucrania. Annan al igual que Zelenski pusieron el dedo en la llaga para evidenciar la grave crisis de credibilidad para llevar a cabo su principal cometido, la Paz.

Mientras la actualidad internacional nos desborda con nuevas dinámicas y otras de viejas que parece reproducen lógicas, propagandas y discursos de otras épocas que creíamos superadas, toca posicionarse como pequeños actores de este extraño lugar llamado mundo. Preguntarnos cosas como por ejemplo: ¿y si quiebran las Naciones Unidas, dónde y cómo vamos a resolver los conflictos globales?

Creo que es mejor no pensarlo y sí en cambio promover cambios necesarios para resetear la institución de Naciones Unidas. De no hacerlo, estaríamos admitiendo que la especie humana ha entrado en un proceso claro de involución.

Termino con una cita de Jerbert Read, un anarquista que bien puede valer para poner letra a la playlist internacional: «Paz es anarquía. La guerra existirá en tanto exista el Estado. Sólo una sociedad anarquista puede ofrecer las condiciones económicas, éticas y psicológicas bajo las cuales será posible la formación de una mentalidad pacífica».

Puesto que a corto plazo los Estados no parece que vayan a desaparecer, merece la pena hablar de la reforma de la ONU. Y ya puestos, reflexionar críticamente sobre otros actores supranacionales gestados también después de la Segunda Guerra Mundial como lo son el FMI, el BM, la OMC, o el papel de la OTAN hoy, ¿por qué no?