EN CONTRA

Clara Serra, activista feminista: «Reivindico que la mujer tome la iniciativa sexual»

Clara Serra (Madrid, 1982) investiga feminismo en la Universidad de Barcelona y fue diputada madrileña de Podemos. Ha escrito en ‘El sentido de consentir’ el libro más luminoso y vendido sobre el asunto más oscuro y resbaladizo del momento, la contraposición entre consentimiento y deseo.

Clara Serra

Clara Serra / Ángel Díaz / EFE

Matías Vallés

Matías Vallés

Para que se haga cargo del tipo de entrevista: «¿‘No es no’ funciona mejor que ‘sí es sí’?»

El lema «No es no» tenía mucho sentido político cuando el feminismo lo ha defendido. Es irrenunciable porque, al cargarnos el no, eliminamos el sí.

Se «comunica a toda la sociedad que, por defecto, las mujeres nunca desean sexo».

Reivindico que la mujer tome la iniciativa sexual, y esto se invisibiliza al asumir un reparto de roles que la coloca en posición receptiva en vez de deseante, alguien que solo contesta a la demanda de otro.

No hay sexo entre iguales, porque no hay iguales.

Hay una desigualdad evidente entre hombres y mujeres que queremos corregir, porque a quienes tienen menos poder les cuesta más decir que no, y las mujeres menos pobres son más libres para negarse. Ahora bien, a qué llamamos igualdad. Nunca habrá un equilibrio total, en edad o en poder. Es imposible pretender que las relaciones solo son lícitas entre iguales.

Fue precursora vulpina en su libro ‘Leonas y zorras’.

Quise resignificarlo, porque las mujeres no tenemos derecho a ser zorras en el sentido de la astucia o la inteligencia maquiavélicas. Zorra no me parece una canción profundamente revolucionaria. Aunque banal, tampoco es una mala noticia, y no entiendo al feminismo que quiere prohibirla.

Una relación consentida también puede ser frustrante.

O dar lugar a malentendidos, malestares y desencuentros. El consentimiento no da la felicidad, pero es una categoría jurídicamente imprescindible para el Derecho. Quien accede o consiente a tomar una copa no acepta cualquier cosa, véase el caso Alves.

¿Alves ha sido condenado a solo cuatro años?

No hay que caer en la emotividad tuitera permanente, que obliga a publicar un tuit a los diez segundos de conocer una sentencia. Y me preocupa una sociedad donde siempre se critica a las condenas por demasiado bajas.

«El monstruo con dos espaldas», llama Shakespeare al sexo.

Todo pensador desde Freud vincula el incómodo deseo a Eros y Tánatos, amor y destrucción. Consentir no es lo mismo que desear, que puede ser oscuro y resbaladizo porque no somos máquinas. Pese a ello, se obliga a las mujeres a desear siempre bien, a civilizar al mundo con deseos correctos y luminosos.

Creo que he conocido mujeres que no necesitaban protección.

Necesitamos protección contra la violencia, y que nos ampare una justicia no patriarcal para evitar un juez como el de La Manada. A partir de ahí, la libertad sexual es correr riesgos, sin moralización ni culpa.

Si la prostituta dice sí, es sí.

Con ese sí, tiene derecho a elegir, siempre que no haya coacciones ni amenazas como en la trata. Si la decisión del trabajo sexual es individual y voluntaria, la legitimidad del Estado para el abolicionismo implica que se señalan delitos sexuales aun con consentimiento.

Hay un terreno exento de puritanismo, Tinder.

Tinder se parece bastante a la prostitución, sin dinero de por medio. Es la expansión de la lógica del contrato a nuestras relaciones sexuales, fruto de una sociedad contractualista. No asegura el deseo, que no puede ser objeto de pacto.

¿Se puede ligar en el trabajo?

Ocurre, y me parece bastante inevitable. La gente liga en el trabajo, sin acoso ni coacción no tiene nada de malo. En cambio, no se debe instrumentalizar el poder para coaccionar a otros, como han hecho con impunidad y colaboración ajena muchos hombres poderosos.

¿El sexo anal es heteropatriarcal?

Para algunas feministas, sí. Para mí no, obviamente, que les pregunten a los activistas gays. Distinguir entre prácticas buenas y malas, si son consentidas, supone entrar en el terreno moral. Estigmatizar por heterosexuales formas no hegemónicas, o decidir que «el lesbianismo es más feminista», no es el camino.

Dijo que el beso de Rubiales era machismo flagrante pero no delito.

No dije exactamente eso. Con toda cautela, el delito lo establecerá un tribunal. Al margen, es un gran triunfo del feminismo que una actitud machista impresentable obligara a dimitir a Rubiales. Los ciudadanos lo han mandado a casa, forzado por la lucha de las jugadoras. Me gustaría que mi sociedad se pareciera a eso.

¿Ha hecho auto-noficción en ‘El sentido de consentir’?

En el libro no estoy hablando de mí. No es un enfoque biográfico, sino político, sobre el debate entre sexualidad y libertad que siempre me ha interesado.

¿Le da un poco de vergüenza lo de Podemos?

Ufff. En algún momento me gustaría que hiciéramos un análisis honesto del proyecto. La lucha escenificada a diario ha hartado a la gente. Lo veo como espectadora, pero el panorama es un poco desolador.

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