ADIÓS A UNA FIGURA HISTÓRICA

Jeroni Albertí, la derecha civilizada que no pudo ser

Intentó que la derecha mallorquina fuera avanzada, liberal, de acento regionalista, lo coaccionaron económicamente para impedirlo

José Jaume

José Jaume

Unos años atrás, en larga conversación con reserva incluida al abordar ciertos asuntos, Jeroni Albertí Picornell (Banyalbufar, 26 de octubre de 1927), me dio amplia cuenta de cómo le habían impedido fraguar su proyecto de crear una derecha socialmente avanzada, liberal, en la mejor acepción del término, genuinamente democrática; llegaron a extorsionarlo económicamente. Sectores poderosos tanto en Mallorca como en Madrid se lo impidieron: amenazaron con arruinarlo, abandonó la política sin el patrimonio que decentemente había obtenido siendo empresario, no en balde fue quien fundó el IBEDE, el proyecto, también frustrado a medias, de fletar una asociación empresarial que no se limitara a lo que han sido y son las organizaciones empresariales. Albertí había levantado su patrimonio en Venezuela, por lo que cuando volvió a recalar en Mallorca era ya un empresario exitoso. Estamos hablando de los postreros años de la dictadura, de los inicios de la Transición. Fue llamado por Leopoldo Calvo Sotelo, cuando se estaba constituyendo la Unión de Centro Democrático, para estructurar el partido en las islas, lo logró con pericia, argamasando a los diferentes sectores que se daban cita en el artefacto creado por Adolfo Suárez. El 15 de junio de 1977, en la elecciones a Cortes Constituyentes, fue elegido senador por Mallorca; el partido centrista obtuvo cuatro diputados por dos el PSOE. Emergieron las dos figuras determinantes de la Transición en Mallorca: Albertí y Félix Pons, que siempre mantuvieron cordial relación, hasta el punto de que, sin tensiones, fraguaron el primer Estatuto de Autonomía contando con la colaboración, a modo de sherpas, de los historiadores (también fueron diputados) Miguel Durán y Gori Mir.

Tras las elecciones fue elegido presidente del Consell General Interinsular (CGI). Un dato y una anécdota: sin apenas competencias ejecutivas abortó con su firme oposición la construcción de la dársena petrolera en la Bahía de Palma, proyecto por el que pugnaba la Junta del Puerto de entonces controlada por Miguel Nigorra y Antonio Cirerol. Aquello constituyó el inicio de la animadversión que le profesaron los potentes sectores económicos isleños. En un pleno del CGI, el senador socialista Manuel Mora se quejó de que le incomodaba sobremanera intervenir estando un busto del dictador Franco en el salón de sesiones (situado en un lateral por orden expresa del entonces presidente de la Diputación Gabriel Sampol, falangista de la vieja escuela). Albertí solventó el asunto echando, sin remilgos, una sábana sobre le busto del general golpista. Conviene recordar que, junto al alcalde de Palma, Ramón Aguiló, fue el único político que, en la noche del 23 de febrero de 1981, durante el intento de golpe de Estado, permaneció en su despacho oficial del Consulado de Mar. Nadie de su equipo de gobierno le acompañó.

Ante el ocaso de UCD fundó Unió Mallorquina, con lo que quiso dar forma a su proyecto de una derecha liberal, civilizada y democrática intentando, por dos veces, el acuerdo con el PSOE de Félix Pons. Ahí llegó su definitiva perdición: lo sentenciaron tanto desde dentro del partido (los Santiago Coll, Pedro Morell, José María Lafuente..., que actuaban de caballos de Troya de la Alianza Popular, hoy PP, de Gabriel Cañellas) como desde el exterior. El chantaje fue clamoroso: o pactas con la derecha o tus negocios se quedan sin financiación. No pudo sustraerse a la coacción, sobradamente conocida. Lo que tal vez se ignore es que, como me confesó, las presiones se generaron incluso desde los aledaños del Palacio de la Zarzuela. Banca March, poderes económicos y políticos dieron al traste con el proyecto albertiniano.

Fue presidente del Consell de Mallorca y después del Parlamento balear, donde fue, sin duda, el mejor presidente que ha tenido la Cámara, dignificándola tras el marasmo que había dejado su predecesor, Antonio Cirerol, que nada más tomar posesión del cargo, en mayo de 1983, se declaró franquista hasta la médula.

Desengañado de la política, también de Unió Mallorquina, donde observó, sin descomponer la figura, la traición que le propinaron alguno de sus colaboradores, abandonó la vida pública refugiándose en un silencio noble, que ha mantenido hasta su muerte. Albertí Picornell fue, ante todo, un político esencialmente decente, que quiso y no pudo. Mallorca perdió un activo valioso.

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