Obituario

Muere Jeroni Albertí, el hombre que pudo reinar

El fundador de Unión Mallorquina estaba predestinado a presidir el Govern, se quedó en el Consell y Parlament

Jeroni Albertí con Gabriel Cañellas

Jeroni Albertí con Gabriel Cañellas / DM

Matías Vallés

Matías Vallés

La lista de los grandes políticos mallorquines que no lograron presidir el Govern viene encabezada por Félix Pons y por Jerónimo Albertí. Ambos aportaban el pedigrí indispensable, y fueron arrinconados por un Gabriel Cañellas a quien la historia no tenía previsto. Se cumple una vez más la ley electoral de que los aspirantes superan en calidad a los triunfadores.

Pons y Albertí han fallecido, todos los presidents del Govern siguen por fortuna en Mallorca. Ante los dos casos frustrados, cabe plantearse una pregunta esencial, ¿desearon el cargo lo suficiente? Porque en el caso del líder de Unión del Centro Democrático y de Unión Mallorquina, parecía predestinado a acceder al Consolat.

Todo apunte biográfico parte de un enfoque subjetivo. La aproximación a la figura de Albertí arranca aquí de una tristeza real, porque supo sembrar afectos antes que enemistades. Practicó la política del acuerdo, no por una decisión racional, sino porque era la más próxima a su temperamento. Perteneció a una generación que se sentía lastrada por el franquismo, y por eso mismo no se creía en posesión de la verdad entera. Los líderes actuales exigen respectivamente a propios y extraños un cien por cien de adhesión o de sumisión.

En el tránsito de los años setenta de Franco a los ochenta de Felipe González, el patrono Albertí cumplió con el currículo que debía catapultarlo a la presidencia de Balears en cuanto se asentara el mapa regional. Encabezó Asima, fue senador por UCD y sobre todo presidió el Consell mallorquín y el Consell General Interinsular preautonómicos. El destino estaba escrito, pero el hundimiento de UCD sellado en un Congreso palmesano trastocó los planes.

De ahí que el epitafio periodístico que acompaña a Albertí sea «el hombre que pudo reinar». Tras la aprobación del Estatut, las primeras autonómicas de la primavera de 1983 enfrentaron a los tres protagonistas de este relato, Cañellas (PP), Albertí (UM) y Pons (PSOE). Inaugurada la era felipista, la primera sorpresa fue que populares y socialistas no solo empataron a 21 escaños, sino que la derecha se impuso por tres mil votos.

Descartado Albertí, la decisión final quedaba sin embargo en manos de sus seis diputados. Aquí intervino el personaje más importante de la historia de Mallorca, porque Juan March gana todavía hoy batallas después de muerto. A través de los hermanos Juan y Carlos March Delgado, el político regionalista entregó su apoyo al PP. Se detallaron las presiones económicas al concuñado de Gabriel Escarrer, una oferta que no estaba en condiciones de rechazar. El pacto firmado se conservó en la caja fuerte de la Banca. En Madrid, por si alguien no ha entendido el significado de la palabra autonomía.

Albertí nunca se mostró especialmente frustrado por su desplazamiento o por su servidumbre del PP. Sin descartar el chantaje que sufrió, cabría hablar de una idiosincrasia reacia a los grandes enfrentamientos, de un temple patricio, de la preferencia por los cargos de índole senatorial que le llevó a presidir sin accidentes notorios el Consell mallorquín y el Parlament.

De alguna manera, Albertí era demasiado personaje para tan poco Govern. Su ambición quedó definitivamente amordazada en 1986, cuando se incorpora al desdichado Partido Reformista Democrático de la Operación Roca. Junto a, redoble de tambores, Carlos March Delgado. Recuento: Cero diputados en toda España.

Primera anécdota. Diario de Mallorca acoge un debate preelectoral a las generales de 1986. Albertí emprende la escalera del primer piso de la sede de Conflent, olvidada la guerra a muerte con el periódico con su singular señorío. De repente, enarbola el programa electoral, sonríe amable al periodista que se asombra de las dimensiones voluminosas de la propuesta y concluye, «ni lo he leído».

Con Albertí persona y político muere la obsesión por el acuerdo y la voluntad reformista. La astucia de Cañellas consistió en apropiarse de los ejes de su gran rival, para incorporarlos a una Alianza Popular de matriz evidentemente franquista. Muy pronto, el cañellismo amplió su territorio hasta los confines del actual BNG.

Albertí nunca exteriorizó su hostilidad hacia Cañellas, la viceversa no es cierta. Segunda anécdota: Noche de recuento electoral en la sede del PP, que ha obtenido una victoria aplastante sobre el PSOE en Balears. Llega radiante el president por antonomasia del Govern. Los periodistas confían en que triture a sus rivales de izquierda. Ni hablar. Se saca del bolsillo un papel donde lleva apuntados los votos de PP y UM en todos los municipios de Mallorca. Detiene con delectación su lectura a viva voz en Banyalbufar, villa natal de Albertí, donde la derecha había superado a los regionalistas. A continuación, Cañellas estruja el papel en sus manos como si hiciera lo propio con su rival, lo lanza al aire hacia su espalda, y le da un taconazo al caer. No eran negocios, era algo personal.

La política actual repele a políticos como Albertí, lo cual debe entenderse como un elogio, sin olvidar que su trayectoria desemboca en Maria Antònia Munar. El azar ha querido que el fallecimiento del patriarca coincidiera con el rebrote espectral de UM. Ninguno de los fotografiados iguala en carisma o presencia individual al político aristócrata por excelencia. Y sumados, tampoco.

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