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Sin techo en el paraíso

Decenas de personas sobreviven en chabolas, tiendas de campaña y vehículos expuestos al hambre, suciedad y enfermedades - Voluntarias de ‘Una possibilitat de vida’ les proporcionan un asidero

Un improvisado hogar en el asentamiento chabolista de Secar de la Real. | J.B.

La Mallorca que vuelve a contar turistas y a levantar grúas tiene una cara B, la de quienes suspiran por un techo, comida o una fuente de agua cercana para asearse. La mayoría se quedó en la cuneta mucho antes de que irrumpiera la pandemia, hombres y mujeres que se confunden con el paisaje y resultan invisibles salvo para quienes quieren verlos.

Es el caso de Isabel Ferrer y Xesca Sampol, dos voluntarias de la ONG Una possibilitat de vida que invierten su tiempo y a menudo sus propios recursos para lanzar un salvavidas a quienes, por mil circunstancias, han terminado viviendo en la calle. Bajo una lona, un techo de uralita o en el interior de un vehículo.

«Están los que han perdido el trabajo, sufren una adicción o tienen problemas de salud mental. O varias cosas a la vez. Y también rumanos que tienen un espíritu nómada y se construyen sus casas en asentamientos chabolistas», resume Sampol.

Este diario acompañó a las dos cooperantes en la ruta que hacen todos los jueves para lanzar un cabo a quienes apenas tienen lo justo para subsistir. Cargado el maletero con hot-dogs cocinados a primera hora de la mañana y dos litros de café con hielo, Ferrer y Sampol recorrieron durante una jornada tórrida varios de esos puntos negros de Palma dominados por la pobreza, las adicciones y la enfermedad.

«Estoy en lo más bajo, pero tengo salud», afirma una de las pobladoras del asentamiento chabolista próximo a la rotonda del Cementerio de Palma. Está formado por varias familias rumanas, aunque este agosto muchos de ellos están en Andalucía para la recogida de la fruta. Son las 09:30 horas, hace un calor sofocante y los únicos refugios para combatirlo son infraviviendas con techo de uralita y sin agua corriente. «Ahora la chatarra la pagan a 20 céntimos el kilo, así es imposible», lamenta esta mujer mientras se dirige a una fuente del cercano Parc de sa Riera para llenar una docena de garrafas.

En ocasiones no son chabolas sino vehículos. En dos de ellos, aparcados en una calle cercana al cementerio, pernoctan dos hombres que esta mañana no están para recibir comida o café. En el interior de uno de ellos hay un colchón sucio, una bombona de butano y botellas vacías de cerveza. «Somos un producto social hasta que dejamos de ser rentables», reflexiona Sampol.

Isabel Ferrer y Xesca Sampol, de ‘Una possibilitat de vida’. | MANU MIELNIEZUK

«En general prefieren dormir en coches o en chabolas que en albergues como ca l’Ardiaca porque están muy deteriorados. Siempre hay peleas y robos, no parecen espacios propios del siglo XXI», lamenta Ferrer.

La enfermedad está muy presente entre unas personas que se alimentan mal, viven entre basura y tienen miedo —o vergüenza— de ir al médico. Sampol y Ferrer tratan de cubrir también esas necesidades. Le toman la tensión a un ciudadano alemán que ha instalado una tienda de campaña junto al Hospital General y aguarda un tratamiento de diálisis porque uno de sus riñones ha fallado. Pero crece la preocupación cuando llegan a las proximidades del Carrefour de General Riera, donde un ciudadano lituano y otro nigeriano se cobijan con sus escasos enseres bajo dos precarias estructuras de lona. «Lleva una semana sin salir de la tienda y sin comer. Solo bebe agua», cuenta angustiado el primero de ellos. Las dos cooperantes son las primeras personas a las que puede pedir ayuda en una semana.

El dolor impide salir de la tienda al nigeriano, así que las dos voluntarias se desplazan a la Cruz Roja para advertir de la situación. «Esta noche haremos ronda y le atenderemos», promete una trabajadora de esta ONG.

Salir de día o de noche

La Cruz Roja realiza frecuentes rondas nocturnas para proveer de lo básico a ciudadanos sin techo. «Pero a diferencia de ellos nosotras les damos fruta y alimentos cocinados. Y además salimos de día. De noche parte de ellos están en estado de embriaguez y no se dejan ayudar», ilustra Ferrer sobre la situación de este colectivo.

Durante sus salidas invierten mucho tiempo en localizar a personas sin techo que de repente escapan de su radar. «El Ayuntamiento prohíbe que haya coches abandonados en la vía pública. Para ellos es un gran problema y nosotras les perdemos de vista», lamenta Ferrer.

"Estoy seguro de que saldré adelante", afirma un joven de Colombia que duerme junto al Parc de ses Estacions

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El confinamiento duro de marzo y abril de 2020 agravó la situación de buena parte de ellos. Como la de un empresario mallorquín que se arruinó con la crisis de 2008 y, tras años de consumo de drogas y alcohol, duerme en un cajero en el barrio de s’Escorxador. La policía le multó en reiteradas ocasiones por estar en la calle sin un motivo justificado, incapaz de recluirse en uno de los albergues municipales de los que la mayoría huyen.

Las dos cooperantes ante un vehículo en el que malvive un hombre. | J.B.

Pero el mayor inconveniente de aquel confinamiento fue que la orden de cerrar los parques públicos les impidió acceder a las fuentes en las que rellenaban las garrafas y se aseaban. «Aquello les dejó en una situación casi imposible y nosotras tuvimos mucho trabajo para que tuvieran agua», recuerdan las cooperantes.

«¿Qué necesitas?», preguntan a una joven que se ha instalado con su pareja en una lona junto al Parc de ses Estacions. «Sombra», responde la mujer con rostro cansado. Confía en ingresar pronto la ayuda de 460 euros que tiene aprobada «desde marzo» y encontrar una habitación. Su pareja, que abusa del alcohol, mira con recelo a las cooperantes.

No muy lejos un joven de Colombia se resguarda bajo una lona. Acepta un café y celebra que acaba de recibir el permiso de residencia. Se presenta como peluquero y tatuador: «He encontrado trabajo en una peluquería y estoy seguro de que saldré adelante», afirma convencido.

Una possibilitat de vida está constituida desde hace dos años, pero tanto Ferrer como Sampol acumulan muchos más de activismo para ayudar a quien más lo necesita. «Hay personas que cuesta que se abran y que te cuenten su vida. Tienen vergüenza porque se culpan de haber fracasado en la vida», cuenta Ferrer. Y admiten que asomarse a situaciones personales tan complejas les afecta a la hora de conciliar el sueño. «Te vas a la cama y das vueltas a muchas cosas», asumen.

La basura domina una furgoneta convertida en dormitorio. | J.B.

La basura domina una furgoneta convertida en dormitorio. | J.B.

En un margen de la carretera de Establiments, oculto a la vista de los conductores por una pared de piedra, se levanta un asentamiento chabolista organizado por nacionalidades. Cerca de la entrada, carpas y construcciones de madera acogen a ciudadanos de Marruecos. A cierta distancia vive un grupo de españoles en un espacio en el que se acumula la basura, y más allá una familia rumana habita varias estructuras precarias. «Esta semana he empezado a trabajar en una empresa de lavandería», cuenta una mujer. Uno de sus hijos también ha encontrado trabajo, por lo que la familia contará con ingresos por primera vez en mucho tiempo. Salom y Ferrer les entregan los bocadillos, un paquete de arroz y se despiden con la promesa de volver con una bombona de butano y paracetamol para calmar un dolor que la mujer sufre en los pies.

Estas cooperantes cuentan con una pequeña red de voluntarios y empresas colaboradoras que les ayudan en una misión casi titánica. Pero reclaman más apoyo, desde una donación económica hasta unas simples chanclas que pueden hacer la vida mucho más fácil a una persona sin hogar. Salom contrapone la «hostilidad» que despierta este colectivo frente a la «hospitalidad» con la que la población recibe a los turistas. «Quizás rechazamos a los pobres porque en ellos vemos reflejada nuestra propia vulnerabilidad: un día podemos estar en su lugar y viceversa», reflexiona.

La ONG construye una casa de acogida para cuarenta niñas y adolescentes de Tanzania

El radar de Una possibilitat de vida alcanza a Tanzania, donde la ONG tiene en marcha un ambicioso proyecto: la construcción de una casa de acogida para cuarenta niñas y adolescentes en Myombwe, una aldea entre montañas ubicada en una de las zonas más pobres del país africano. «Son niñas y ya saben qué futuro les toca: casarse con un hombre elegido por los padres, dejar los estudios y trabajar en casa o en el campo», cuenta Xesca Sampol.

El proyecto Tanzavida tuvo origen en la amistad que mantenía esta cooperante mallorquina con una misionera originaria de Tanzania que hace tres años le pidió ayuda para dar una oportunidad a estas niñas.

«Entonces conocí a Isabel [Ferrer] y enseguida me ayudó a sacar este proyecto adelante», recuerda Sampol. Ambas cooperantes reparten su solidaridad entre personas sin techo de la isla, a las que se acercan para proveerles de lo más básico, y África.

«Queremos que tengan la posibilidad de estudiar con nosotros, y al mismo tiempo son las profesoras de las cinco escuelas que tenemos alquiladas. Aunque ahora están cerradas por la covid», explica Ferrer.

«Las niñas no tienen donde vivir», lamenta Sampol. «Se hacinan en una habitación treinta o cuarenta obligadas a dormir en el suelo», ilustra esta activista.

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