Cuando Europa se aproxima a los 600.000 muertos por la covid-19 y se enfrenta a la tercera ola de la pandemia, y cuando en España ya divisamos la cuarta, acelerar la vacunación es el objetivo prioritario. Sin embargo, la mitad de los países de la UE suspendió temporalmente la inmunización con la vacuna de Oxford-AstraZeneca, siguiendo la estela iniciada por Dinamarca el 11 de marzo, hace dos semanas, tras conocer dos casos de trombosis venosa en Austria (y ninguno en su territorio). El efecto dominó, reforzado por Alemania, acabó arrastrando a 11 países de la UE, y finalmente a España. Estos gobiernos recurrieron al llamado ‘principio de precaución’, en ausencia de una evaluación científica de riesgos. Muy al contrario, tanto la OMS como la Agencia Europea del Medicamento (EMA, por sus siglas en inglés) insistieron en que no se justificaba suspender esta vacunación.

El principio de precaución surgió por primera vez durante la década de 1970 en la legislación alemana y desde entonces ha sido respaldado en la UE en el Tratado de Maastricht y en otras legislaciones nacionales e internacionales, sobre riesgos medioambientales derivados de sustancias químicas, seguridad alimentaria, plaguicidas y fitosanitarios en general, o sobre organismos modificados genéticamente y alimentos derivados, estos últimos constituyendo otro ejemplo de contraste entre riesgo y percepción del riesgo.

El principio de precaución establece que, cuando una actividad representa una amenaza o daño para la salud humana o el medio ambiente, hay que tomar medidas cautelares incluso cuando la relación causa-efecto no haya podido demostrarse científicamente. Las autoridades encargadas de la gestión del riesgo pueden decidir actuar o no, proporcionalmente y en función del nivel de riesgo, pero siempre guiados por una evaluación científica lo más completa posible y la determinación del grado de incertidumbre científica y las consecuencias potenciales de la acción e inacción.

El comité de seguridad de la EMA, ha actuado con rapidez (7 días), revisando los casos de trombos en personas que recibieron la vacuna AstraZeneca. Su conclusión (18 de marzo) reitera que la vacuna es segura y eficaz y que sus beneficios continúan superando los riesgos; que la vacuna no está asociada al riesgo general de trombos o coágulos sanguíneos en quienes la reciben y que no hay relación con lotes específicos de la vacuna. La EMA también ha considerado 18 casos de coágulos en los vasos que drenan la sangre del cerebro, la mayoría en mujeres (En contraposición a un caso de trombos por millón de vacunados, retrasar 15 días la administración de cada millón de dosis de la vacuna AstraZeneca puede suponer algo más de 4.000 contagios y, con una mortalidad del 0,4% (en el grupo de edad más afectado) generar 16 muertes. Las consecuencias esperables serían menores donde muchas dosis de AstraZeneca ya se quedaban sin administrar (aproximadamente el 85% en Alemania) por el rechazo generalizado a esta vacuna que, de alguna manera, ya estaba instaurado en algunos países, y asumiendo que las dosis no administradas no se pierden.

Hay que tener cautela con el principio de precaución

En conjunto, las decisiones políticas de la mitad de Europa, incluidos los principales países, desgastan la credibilidad de la EMA, al ignorar sus recomendaciones. Las vacunas covid-19 se están utilizando para prevenir muertes y las decisiones de suspender su uso retrasan las campañas de vacunación y, no estando basadas en la evaluación científica, afectan a la aceptación de la vacuna al generar preocupaciones injustificadas sobre la seguridad. La consecuencia es que el rechazo se ha generalizado, y es ahora mayoritario, incluso en España. Todo indicio debe ser investigado, sí, pero, actuando proporcionalmente, se podría ser más cauteloso con la aplicación drástica del principio de precaución.

No sabemos qué otro incidente afectará a la vacuna de AstraZeneca. Tropezó con dos casos de mielitis transversa durante los ensayos en fase 3 y se retrasó la incorporación de voluntarios > 55 años; pero recordemos sobre todo los errores en la dosificación de la primera dosis en una parte de estos ensayos y las aparentes contradicciones sobre su eficacia, que deterioraron su credibilidad. Y, sobrevolando todo, el litigio político por los recortes de los suministros contratados por la CE. Ahora, la farmacéutica [por el lunes, 12 de marzo] acaba de ‘comunicar’ (pero no en una revista científica prestigiada) que los ensayos llevados a cabo en EE UU, Chile y Perú, con 32.000 voluntarios de todas las edades, confirman que su vacuna es segura y reivindican una efectividad del 100% contra los casos graves. En contraposición inmediata [el martes, 23 de marzo] la agencia sanitaria estadounidense ha dicho que AstraZeneca ha proporcionado una versión incompleta de los datos de eficacia. Es una controversia inacabada. Con todo, si nos alejamos de comparaciones entre eficacias, situadas más en el terreno comercial, lo que consideramos relevante ahora es que se haya confirmado la seguridad de la vacuna.

¿Porqué no se hizo más uso del principio de precaución frente a las primeras oleadas? Desde enero de 2020 la OMS avisaba continuamente ante los casos de enfermedad respiratoria causada por el coronavirus, infructuosamente, pues la inacción era manifiesta en la mayoría de países, muchos de Europa entre ellos. Y siguió la declaración de la OMS (30-enero-2020) de que la situación era de «Emergencia de Salud Pública de Importancia Internacional», de acuerdo con el Reglamento Sanitario Internacional (jurídicamente vinculante), que tampoco tuvo el eco que merecía. Sólo la declaración de PANDEMIA (11-marzo-2020), determinó reaccionar seriamente, aunque fuera muy criticada en la mayoría de ámbitos occidentales, exceptuando a los científicos. Efectivamente, hace un año recordábamos el comentario de John Cohen publicado en la prestigiosa revista SCIENCE, el pasado 27 de enero de 2020, referente a las diferentes iniciativas y esfuerzos que entonces ya estaban haciendo las empresas farmacéuticas para desarrollar una vacuna eficaz, cuando el SARS-COV-2 ya asolaba la población de Wuham. Y es que lo peor se podía presagiar y las farmacéuticas lo sabían y ya se afanaban en desarrollar vacunas. El preocupante titular de la referida publicación era «Los científicos se apresuran, a una velocidad récord, para desarrollar vacunas contra los coronavirus. Pero pueden llegar demasiado tarde». Se refería a las diferentes etapas requeridas en el desarrollo de una nueva vacuna, el tiempo que consumen y todo lo que debe superarse hasta tener vacunas en cantidades masivas, un reto aún no superado del todo. Uno de los subtitulares del escrito de Cohen, era revelador (enero de 2020): «Nadie sabe lo que va a pasar. Lo que todos esperamos es que nunca lleguemos a necesitar esta vacuna». Era un buen momento para que los países aplicaran el principio de precaución. Que no se diga que los científicos no advirtieron; otra cosa es que los países occidentales no prestaron la suficiente atención.

Muchos gobiernos, entre ellos el nuestro, tras 3 oleadas y divisando la cuarta, dicen que todavía es pronto para analizar a fondo y aprender lecciones. Una perversión política que alimenta gestiones autonómicas imprudentes. Incluso en las CCAA con menos contagios y una gestión más acertada, como Balears, en donde el consenso empresarial y social a favor de la prudencia parece alcanzado, y el político debería estar cerca, ya es momento de analizar y no sólo de cara al verano. También más allá, adaptándonos a una futura normalidad, amenazada por la próxima pandemia.